S E I S.- l i b r o a b i e r t o

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Livorno era una belleza, Mariella no podría describirla de otra manera. El viento veraniego tenía un olor particular, una mezcla que olía a sal, óxido y mar. Raramente afrodisiaca, como todos los destinos italianos. A Juan Pablo solían disgustarle los lugares tan cálidos, pero Livorno parecía un paraíso, quizá incluso podría malgastar las noches escribiendo algo, exprimiendo la inspiración que de pronto ofrecía el moderno puerto. 

Antes de llegar a buscar un hotel, Juan Pablo decidió manejar a la dirección que Lorenzzo les proporcionó, esperaba que los Lombardi los atendieran el mismo día. Mariella iba despertándose luego de una pequeña siesta. 

Una vez que estuvieron afuera de la casa de campo de los Lombardi, Mariella no pudo evitar abrir la boca con sorpresa, aquel lugar era enorme, poblado de gran paisaje verde debido a los viñedos, pastizales y árboles que rodeaban una estructura de tipo medieval bien cuidada. Juan Pablo silbó al ver el lujo en el que vivía aquella familia, luego tomaría algunas fotografías para enviárselas a Simón, seguro su amigo se moriría de la envidia. 

A la entrada los recibió un hombre de mediana edad, el capataz de la finca, que al saber el motivo de su visita, no tardó en mostrarse eufórico, mencionando que al señor Rómulo Lombardi le encantaría conocer a dos americanos. 

Villa estacionó el automóvil, cuando bajaron de él, el hombre los guió adentro de la casona. Mariella abrió la boca de la sorpresa al ver el interior de la enorme casa. La sala de estar estaba adornada de un clásico color blanco en las paredes y de ellas colgaban varios retratos que quizá eran del siglo XV. La castaña paseó sus ojos por la habitación dándose cuenta que había varios jarrones llenos de flores coloridas que seguro costaban más que su riñón. Por su parte, Juan Pablo estaba igual de anonadado, observando la decoración, si que los italianos sabía como vivir y hacerte sentir un simple mortal en un recinto que parecía de la realeza.

Mettiti comodo, vado a dire al signor Lombardi che ha visite— dijo emocionado el hombre.

—Grazie— contestó Juan Pablo—. Dice que nos pongamos cómodos, en un momento viene el señor Lombardi. 

—Genial— Mariella se sentó en uno de los sillones, de pronto sintió que sus pantalones eran muy viejos para estar en la tela del sofá.

A su lado, Juan Pablo se mantuvo en silencio, por lo que mientras esperaban, Mariella se dedicó a seguir inspeccionando con la mirada el salón.

—Ustedes deben ser mis visitas inesperadas— un hombre de mediana edad se presentó en la sala de estar, Mariella agradeció mentalmente el hecho de que aquel sujeto hablara tan bien el español, no le hacía mucha gracia que Juan Pablo le tradujera, de repente sentía que él le tomaba el juego con algunas palabras.

—Oh, lamentamos haber venido así, señor Lombardi. Soy Mariella, él es Juan Pablo, venimos de parte del señor Lorenzzo Moretti, él dijo que podría ayudarnos con algo—dijo la castaña poniéndose de pie junto a Juan Pablo.

Buscando el rostro de Julieta |  j.p. villamilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora