Epílogo

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Un mes pasó desde la confesión de mi madre

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Un mes pasó desde la confesión de mi madre.

Ahora me encontraba en la azotea del edificio de casa, admirando el paisaje y haciendo compañía mientras Cole se fumaba un cigarrillo.

—¿Qué loco todo, no?—Preguntó al dejar salir expulsado el humo de sus pulmones.

Ambos permanecíamos apoyados en la baranda de concreto que evitaba caernos al vacío, observando la estrellada noche que nos envolvía con una leve brisa fresca.

—Sí. Aún no puedo creerlo.—Enredé mis dedos con los suyos y dejé caer mi cabeza en su hombro.

Luego de que Jane nos contara la verdad de nuestra familia, nos pusimos los tres en marcha para largarnos de allí y no ver nunca más a Jack.
Caleb, como lo teníamos previsto, una semana después de su boda partió rumbo a su viaje y a su nueva vida. Fue una despedida dura, aunque para Cole un poco más, ya que si bien era mi hermano y le quería, a mí sólo me ataban a él recuerdos del pasado. Era con el pecoso con quién había forjado una gran relación en todos estos años.

Mi corazón se estrujó un poco al verlos darse un último abrazo de despedida, allí, en el aeropuerto, donde miles de personas se reunían o separaban cada día.

Y aunque creí que el abrazo con él no me afectaría tanto, era un mar de lágrimas al minuto de entregarme a sus brazos.
Le estaba muy agradecida a Caleb, por ser el sostén de Cole, por cuidar de él más de lo que su propio padre lo hizo, por hacerle entender que su madre no lo odiaba y por ser su único héroe en todo este lío.

Incluso Jack palmeaba la espalda de su hijo mayor con orgullo, sabiendo que se iría para siempre, y sin esperarse lo que pasaría luego.

Ese día, nos dispusimos a poner nuestro plan en marcha.

Primero, reunir nuestras pertenencias y guardarlas siendo lo más discretos posible. Poco a poco, nuestras habitaciones iban quedando vacías. Sólo cajas marrones adornaban los cuartos. Excepto la de mi madre, que si lo hacía sería muy obvio para el hombre que dormía en su misma cama.

No te preocupes, mamá, ya no tendrías que volver a hacerlo.

Fue una semana dura. Las mudanzas no eran fáciles y menos si se hacían de incógnito.
Nos tocó a Cole y a mí despedirnos de los chicos, aunque no fue la última vez que nos veríamos —ya que ellos se propusieron venir a visitarnos cada fin de semana— fue bastante emotivo y aún más cuando con una sonrisa le pude decir a Lia que en realidad mi hermano y yo no estábamos emparentados.
Al hacerlo, ella soltó un suspiro de gran alivio, como si el peso de saber en lo que la convertía aceptar y permitir una relación tan enfermiza como podría haber sido esa, se liberara de sus hombros.

Y ciertamente, en el fondo de mi corazón, le daba gracias a la vida por descubrir que el chico que realmente amaba no tenía mi misma sangre.
Que todos los malos momentos que atravesamos debido a ello eran sólo eso: momentos del pasado.
Podría besarlo sin remordimiento alguno, gritar a los cuatro vientos que él era la persona que más amaba en este mísero planeta y ser capaz de llamarlo novio en público.

𝐁𝐑𝐎𝐓𝐇𝐄𝐑 ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora