Capítulo XVII: Niña

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— Ella no vale nada — le recordó la mujer de cabello rojizo a la niña de cabello negro antes de que la pequeña cruzara por la puerta blanca.

Dentro se encontraba una niña de cabellos dorados jugando con un oso de peluche. Estaba sentada en el suelo, hablando con el objeto peludo como si este estuviera vivo. La niña de cabello negro levantó el arma que estaba entre sus delgados dedos, y apuntó directamente al centro de la cabellera dorada. La dueña de ese cabello precioso levantó la vista y se encontró con la tormentosa mirada de la otra. Antes de que esta pudiera gritar, la niña de cabellos negros apretó el gatillo, liberando la bala de plomo y perforando el cráneo de la niña de rizos dorados. La vida en los ojos de la niña se apagó lentamente y luego…

— ¡No! — sentí como mi grito salía desde lo más profundo de mi pecho. Me senté de repente en  la cama, con la respiración agitada y el cabello pegado a las sienes a causa del sudor. Mi corazón estaba desbocado  y parecía a punto de salirse de mi pecho. Giré la cabeza desesperada para todos lados, buscando a la niña de cabellos negro y el cuerpo inerte de la otra.

Tenía la sensación de estar sosteniendo metal frió entre las manos y luego sentí como estas parecían humedecerse. Miré la cama, la cama de Ian y noté que estaba manchada. La sangre roja se esparcía sobre las sabanas blancas y mis manos estaban empapadas con el mismo líquido. Volví a gritar. Cerré los ojos tan fuerte como pude.

— ¿Jesy? — los volví a abrir y ahí estaba Ian, parado en el umbral de la puerta mirándome. Encendió la luz y yo volví a bajar la mirada hacia abajo. Mis manos estaban impecables, la cama seguía igual a como la recordaba y no había ni una gota de sangre en todo el lugar. — ¿Qué te sucede?

Tapé el rostro con mis manos y me obligué a sacar esa imagen de mi mente. Sentí como las lágrimas se acumulaban en mis ojos y amenazaban con salir.

— No, no otra vez — susurraba para mí misma. — No, no, no.

Sentí como la cama se hundía y unos brazos me rodeaban los hombros. No pude más. Me apoyé contra Ian y solté las lágrimas. Mi cuerpo se sacudía y era incapaz de formular una palabra. Mi cara estaba empapada en lágrimas y los sollozos salían uno detrás del otro por mi boca. Estaba aterrada. Esa niña, esa mujer, la sangre, la muerte y la satisfacción que mostraba la mirada de la pequeña me espantaban. No quería dormir, porque eso significaba que volverían a aparecer, y no quería verlas. Lentamente logré calmarme y finalmente sequé mi rostro con el dorso de mi mano.

— Jesy — dijo Ian en un susurro — ¿Qué sucedió?

— Ellas aparecieron otra vez — dije mirando mis manos. — Ella l-la mató.

— Tranquila — susurró nuevamente.

Acababa de conocerlo, era un completo extraño, y ahí me encontraba yo. Entre sus brazos, llorando como nunca antes lo había hecho frente alguna persona y contándole lo que me atormentaba en sueños. Pero aún así, sentía confianza. Sentía esa necesidad de soltar todo de una vez y simplemente liberarme como nunca antes había hecho con alguna otra persona. Después de un tiempo, sentí como sus brazos se despegaban de mí, dejándome otra vez. No. Tomé su brazo entre mis manos temblorosas y lo miré a los ojos.

— No te vayas, por favor — le supliqué. Por un segundo, logre ver la duda en su rostro. Detrás de su máscara invisible logré ver algún sentimiento. Pero solo duró un segundo. Luego, su rostro se volvió inexpresivo como siempre, pero yo había visto esa vida y ese sentimiento en él, y estaba segura de que seguía ahí. Escondido, pero estaba. Y sabía que ese había sido el sentimiento que lo había hecho rodearme nuevamente con los brazos y luego recostarse junto conmigo. Cerré mis ojos, aún con el temor de que ellas volvieran, pero con la seguridad de que él estaría conmigo.

De ángel no tiene nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora