Capitulo 11

272 12 0
                                    

Deberíamos de empezar a respetar el espacio tiempo de las personas, cada uno tiene su proceso perfectamente imperfecto de vivir. Pero en mi cabeza no cabía el hecho de que mi Jefe hubiera decidido tomarla conmigo, y mira que en la empresa habían al rededor de treinta trabajadores. El por qué a mí no hacía más que martirizar mi ya estresada cabeza.

–Clear, este informe está inacabado. –arrojó las hojas con desprecio–El café, frio. Y no haces más que negarte a mí –soltó un gran suspiro nasal–. ¿Acaso no ves el prestigioso puesto que te ha sido asignado? Tengo una gran fila de personas esperando ocupar tu oficina.

¿Qué trataba de decirme con esto, que debía chuparle la polla o dejar que me follara cuando le apeteciera? "No way" Carlos estaba chalado si creía que yo era de esas. Fantasear con mantener relaciones con una figura autoritaria era un gran fetiche, pero otra muy diferente sentirse forzada a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad. Y para colmo por un puesto de trabajo como la de secretaria, pues servir café y estar a su merced se alejaba mucho de para lo que realmente me contrataron en un principio.

–Lo volveré a redactar, señor.

–Ya no es necesario, tiene que estar listo para menos cuarto y ya son y media.

Carlos volvió a sus asuntos postrados en su escritorio, dando a entender que la charla había finalizado. Di sigilosamente la vuelta pero antes de salir oí los chasquidos de su lengua, desaprobando de nuevo mi conducta.

–¿Qué haces esta noche?

La pregunta me pilló desprevenida.

–eh... He quedado con unos amigos –mentí–. ¿Por qué?

–Me gustaría invitarte a cenar. –su mirada errática y frívola era escalofriante. ¿Qué tipo de proposición era esa? O, mejor dicho, ¿con qué propósito?

–¿Qué te parece este Jueves?

No me atreví a rechazar su oferta pero con suerte podría retrasarla y escabullirme hasta encontrar una excusa infalible.

–Perfecto, me parece perfecto. Lleva un vestido rojo, se de un restaurante que te encantará.

Avergonzada agaché la cabeza.

–Sin duda.

Cuando al fin logré salir mi cerebro comenzó a trabajar a mil por hora, tratando de encontrar una solución como por ejemplo, renunciar. Vivir del paro no sonaba genial, pero era una gran opción. Si las cosas no cambiaban pediría la carta de renuncia.

Al terminar la jornada todavía hacía calor en la calle lo que era de agradecer, las tardes frías no eran lo mío, sobre todo teniendo que pasarlas sola acurrucada bajo las mantas. La gente rehuía de aquellos temporales activando el modo hibernar.

Un hombre, de estatura no mucho más alta que la mía esperaba de brazos cruzados reposado en un carro de lujo. El brillo de aquel reloj dorado destelleaba bajo la puesta de sol que llamaba tan desesperadamente a la noche.

–¿Valentino? –pensé en voz alta. Como si me hubiera escuchado levantó la vista del suelo. Una sonrisa sexy se posó en la comisura de sus labios.

Sin tener idea de qué hacía ahí y cómo había averiguado dónde iba a estar exactamente, me aproximé. Su cuerpo irradiaba pura masculinidad.

–¿Estás bien?

–Sí –fingí una forzada sonrisa–. ¿Y tú?

–También.

–¿Qué haces aquí?

–Bueno, esperaba que me dijeras algo sobre lo que pactamos pero como no he tenido noticias tuyas pensé que lo mejor sería que habláramos. No sé, quizás ver a Eugene te hizo cambiar de opinión.

–No he cambiado de opinión –eché un vistazo a mi alrededor, rehusando su mirada–. Es solo que he estado bastante liada, ya sabes, el trabajo...

–¿Seguro?

Bueno ¿qué iba a decirle si no? Por supuesto que las cosas habían cambiado tras hablar con Eugene, pero eso no significaba que no quisiera saber la verdad. Los exs son exs por algo y lo que no ha funcionado antes no iba a funcionar ahora, así que replantearme una segunda relación no era una buena idea. Era más bien un gps sin destino.

Lo que hubo entre Valentino y yo hace meses fue un beso sin importancia, un error que apenas era palpable en base a que nuestra relación terminara. Si bien fue un gran detonante –la gota que colmó el vaso–, tampoco era algo que no se pudiera perdonar. Olvidar, no. Pero...¿Perdonar?

–Seguro –contesté reticente.

—En ese caso, ¿vienes? —abrió la puerta del copiloto, invitándome a entrar. Por favor que nadie me vea entrar en este coche, no necesito escándalos en el trabajo. Hay gente que no tiene vida propia.
Rápidamente me acomodé y revisé la bandeja de notificaciones mientras Valentino arrancaba; ningún mensaje.

Valentino olía varonil, me gustan los perfumes caros. Esos que se impregnan en la piel y en el aire, embelesando a los transeúntes. Sin duda tenía estilo, y con este carraco no era para menos aparecer de traje.

—¿Donde te apetece ir? Estaba pensando en ir a mi casa, así tendremos más privacidad para hablar del tema.

—Si, claro. Como gustes.

Me sentía entre que iba a cometer un crimen o un adulterio. Y eso me ponía nerviosa. La frases cortas y las palabras escuetas siempre funcionaban mejor que parecer ridícula. Me sentí abrumada rodeada de tanto lujo, recordándome me simple y llana vida.

—Pagaría lo que fuera por saber lo que pasa por tu mente ahora mismo.

—1 millón y te lo digo.

De sus garganta brotó una risa contagiosa.

—Hecho.

¿Qué? Ni de coña. Soy la reina de meterme en compromisos, joder. Como iba a confesarle que la obsesión y lo prohibido de este encuentro me excitaban...

Miré a Valentino por el rabillo del ojo, a la espera. Si que entendía por qué hice lo que hice. Porqué lo bese...
Si buscara la palabra seducción en el diccionario aparecería él. Su arrebatadora personalidad con la que creía que el mundo estaba a sus pies y las mujeres en el limbo hacía querer ser poseída, y poseerlo. La pregunta era, si también se podía poseer el corazón de un mujeriego.

Pero qué estás diciendo, Clear. Tontear con Oliver no te quita lugar, pero meterte con su amigo y con él son palabras mayores.

—Hay cosas en esta vida que no tiene precio.

En menos de 15 minutos llegamos a un chalet moderno e minimalista, con una casa prominente de tres pisos rectangulares distribuidos de manera desigual.

Silbé.

—¡Wow! Esta casa es inmensa.

—¿Te gusta? Es una herencia familiar, permaneció a mi tatarabuelo por parte de madre. Con los años a sido reformada, pero sigue guardando su esencia. Te encantará.

—Ya me encanta.

El terreno es verde y las baldosas que asfaltan el camino blancas y cuadriculadas. Caminamos hasta la entrada pero cuando abrí la puerta unos ladridos prominentes de una bolita blanca y gris de pelo con un lazo rojo en alrededor del cuello se abalanzó sobre nosotros.

Atada A TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora