Capítulo Cuatro

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Enero 19...

Se sienta en la silla que esta frente a mí, las mesas son tan diminutas y él esta tan cerca que puedo sentir el aroma a loción para después del afeitado, su bronceada piel contrasta con el resto de la gente en este café.

Me sonríe y pareciera que el sol ha entrado al restaurante.

-Nunca he visto una mujer que se vea aún más bonita en la luz del día.- Me dice por todo saludo.

-Hola- le digo solamente, y bajo la mirada, me siento completamente anonadada, mi falta de palabras nunca ha sido un problema en mi vida, pero siento que su presencia desconecta esa parte de mi y solo logro balbucear:

-Gracias.

-Eduardo- me dice mientras extiende su mano hacia mí.

-Isabel- le respondo, cogiendo la suya, el contacto hace que me ruborice y él parece notarlo pues trata inútilmente de reprimir una sonrisa.

-¿Le gustaría tomar algo?- Me pregunta, y estoy a punto de responderle que no, pero en ese momento Anna llega con mi bebida y la coloca a un costado mío.

-Un café negro por favor.- Le dice él sin esperar su predecible pregunta.

-¿Le puedo ofrecer algo de comer?- Le pregunta Anna.

-No, gracias.

Anna se aleja y su atención vuelve a mí, sus ojos estudian mi rostro y por supuesto mi cuerpo me traiciona y puedo sentir el rubor que se apodera de mis mejillas.

-Siempre creí que las mujeres que se sonrojan estaban en peligro de extinción.

Su comentario me hace reír de buena gana.

-Sí, quedamos muy pocas- Le digo mientras me acercó a él y le habló en voz baja en un tono conspirador- Es más, ni siquiera debería estar fuera de mi hábitat.

-Un espécimen con ojos azules y caderas deliciosas siempre necesita escapar de su hábitat de vez en cuando.

Eduardo sonríe y sus ojos brillan con picardía lo cual hace que mi cuerpo sienta cosas extrañas. Anna llega en ese momento con el resto de la orden, y el apetito voraz con el que había llegado desaparece por completo, mis nervios están a flor de piel y se me hace imposible actuar con coherencia, él parece notarlo pues su sonrisa sardónica no abandona su rostro, como si estuviera acostumbrado a tener tal efecto en las mujeres, y lo disfrutara enormemente.

-¿No va a comer?- Me señala el plato de comida mientras me observa, comienzo a comer despacio mientras mi mirada se pierde entre los demás comensales, él no dice nada por lo que parece una eternidad, sorbiendo su café y probablemente pensando que soy la mujer más aburrida de este planeta.

-¿Trabaja cerca de aquí?- Es lo único que se me ocurre preguntarle, su sonrisa torcida parece indicar que la interrogante le parece sumamente divertida, y parece debatirse entre afirmarlo o negarlo.

-Sí, se podría decir que estoy trabajando muy cerca de aquí.

La curiosidad comienza a hacerme cosquillas.

-¿Y se podría saber a qué se dedica?.

-Bailo- Me dice por toda respuesta, con la naturalidad de un niño.

-¿Profesionalmente?

-No precisamente.

-¿Siempre es tan evasivo, o es algo que reserva solo para mí?.

Su sonrisa se ensancha pero no me responde mientras acerca la enorme taza de café a sus labios, y lo único que veo son sus ojos bailar con malicia.

-Usted tiene mucho potencial- Su comentario me pone fuera de lugar.

-No se de que me habla- Le digo y trato de seguir comiendo para evitar esos ojos que me enervan, y antes de que otra cosa pase Anna se acerca con la cuenta, lo cual me indica que es hora de regresar a la galería. Estoy a punto de cogerla pero Eduardo inmediatamente desliza unos cuantos billetes y se lo da de vuelta a Anna.

-No tenía por que hacer eso.

-Es un placer alimentar a una especie en peligro de extinción.

-¿Acaso no le han dicho que es perjudicial?

-Un gracias es todo lo que quiero a cambio Isabel, espero verla pronto- Alarga su mano y acaricia mi mejilla, e inmediatamente la sangre sube a mi rostro traicionandome una vez más y deleitando al enigmático adonis que se aleja dejandome confundida y profundamente hechizada.

Entre dos Fuegos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora