En estado de shock, febrero 7..
No sé que expresión tengo en este momento, pues el hombre que dice llamarse Eduardo me mira fijamente, sus ojos parecen bailar con la picardía de alguien que disfruta de un chiste en secreto, y mientras él habla y los invitados escuchan con suma atención, mi mente no puede más que dar vueltas, de alguna forma me siento burlada, ¿cómo es posible que me ocultara que es el hijo del magnate Valtierra?, me gustaría salir corriendo de allí, pero Sara, quien esta junto a mi, voltea a verme y sonríe.
-Es una lástima que no estuvieras aquí cuando vino a firmar la papelería- Me dice en voz baja.
Yo simplemente asiento con la cabeza, es tal el efecto que Eduardo o Donato o como diablos se llamara tiene sobre mi que me tiene sin habla, mi respiración se acelera y puedo sentir el rubor subir a mis mejillas, pero necesito salir de una duda.
-¿Cuándo estuvo aquí?- le pregunto a Sara tratando de que mis nervios no se noten demasiado.
-Hace dos semanas- me dice, y agrega: -demasiado reservado, hablo lo necesario y salio de aquí tan pronto firmo los documentos.
Vuelvo a asentir, y mi mirada se posa nuevamente en Eduardo, a quien ahora aplauden mientras desciende de la tarima, en ese preciso momento Sara me coge de la mano.
-Vamos, quiero que lo conozcas.
Y no me queda mas remedio que ir con ella, en el corto trayecto hacia donde se encuentra él voy practicando en mi mente lo que voy a decirle, no quiero parecer sorprendida aunque es muy posible que la cara que puse al verlo me delatara. Llegamos y Sara toca su brazo para llamar su atención, pues se encuentra rodeado de varias personas, el magnetismo animal que parece ser su segunda piel tiene a las mujeres completamente extasiadas, pero cuando nos ve; inmediatamente se disculpa con su pequeña audiencia.
-Ha sido un gusto, ahora si me permiten- Les dice y voltea hacia nosotras descargando su hermosa sonrisa en Sara mientras a mí me observa con cierto cuidado.
-Señor Valtierra...- Comienza Sara e inmediatamente la mano de él hace un gesto para que se detenga.
-Por favor, llameme Eduardo.- Dice, y de nuevo me mira, como si de algún modo tratara de descifrar lo que pienso.
-Muy bien- dice Sara y tira ligeramente de mi mano hasta que quedo frente a él, puedo percibir su aroma y es simplemente intoxicante.
-Eduardo, quiero que conozca a mi brazo derecho, Isabel Aragón- Extiendo mi mano hacia él, y en un abrir y cerrar de ojos Eduardo desliza la suya desde la mía hasta mi antebrazo para luego tirar suavemente de él hasta darme un beso en la mejilla, puedo notar la leve expresión de sorpresa de Sara, él simplemente sonríe con la picardía que lo caracteriza.
-Mucho gusto Isabel, ¿te conozco de alguna parte?- Su sonrisa parece más una mueca, como si quisiera reir abiertamente y algo se lo impidiera, sus ojos bailan divertidos, yo lo miro sin ninguna expresión que delate lo fastidiosa que es esta situación para mi, pero decido entretenerme un poco en su juego.
-No lo creo señor Valtierra, dudo que alguien de su alcurnia frecuente los mismos lugares que yo.- Sonrió inocentemente y él levanta levemente una ceja, como si el comentario no le cayera en gracia.
Sara nos observa con curiosidad, como si sospechara algo, y en ese momento como si Dios escuchara mis silenciosas plegarias Marcelo se acerca a Sara para decirle algo y ella se disculpa dejándonos solos. Eduardo se inclina hacia mi y susurra a mi oído:
-Sé que soy persona non grata para ti en este momento, pero por lo menos dame la oportunidad de suavizar tus recriminaciones.
Eduardo le hace señas a uno de los meseros que lleva copas de vino en una bandeja de plata, cuando llega coge dos vino tintos y dandole las gracias al joven me entrega la copa, la piel de sus dedos roza los míos enviando una corriente electrica por todo mi cuerpo, mi respiración omite su ritmo por un par de segundos, frunzo el ceño; odio que tenga ese efecto en mi.
Él acerca su copa hacia la mía, y el leve tintineo del cristal me regresa al presente, por un momento me sentí como en una burbuja, pero la música, las voces y las risas vuelven a llenar el espacio.
Bebo el vino como si fuera agua, y él me observa divertido.
-¿Impaciente?- me pregunta y sonríe mientras acerca la copa a sus labios.
-¿Desde cuando sabias que yo trabajo aquí?
-No lo sabía, fue una coincidencia, te vi salir de aquí el día que vine a firmar los papeles, y te seguí hasta la cafetería-
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Entre dos Fuegos
RomanceLa Sensualidad que la atrapó... La Belleza que lo cautivó.... El Ritmo que los unió... El diario de Isabel, una jóven en Nueva York y su introducció...