Capítulo Trece

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Cambio de Dígitos

"Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor."
Tácito

Cierro la ultima carpeta y la dejo sobre mi escritorio, son casi las seis y media de la tarde en un frío viernes, me la he pasado entretenida organizando toda la papelería para el inventario trimestral de la galería, lo cual para muchos es trabajo sucio para mi es bienvenido, quiero cerciorarme que mi mente se mantenga en constante ajetreo, es la única manera de mantener el rostro de Eduardo fuera de ella.
Mi celular ha sido apagado múltiples veces durante el día, si veo el nombre "Amore" en la pantalla una vez mas voy a enloquecer.  Estoy contemplando seriamente un cambio de digítos.
Sara, mi jefa, asoma la cabeza por la puerta que he dejado entreabierta.
-¿Lista para tu fin de semana?- Me pregunta, y me sonríe de una manera extraña, como si supiera algo y no pudiera o no quisiera decirmelo.

-Creo que sí, aunque preferiría trabajar que quedarme en casa.

-¿Por qué dices eso?- Cierra la puerta tras de sí y se sienta frente a mí observandome con curiosidad.

-Por nada- Le digo tratando de disimular mi tristeza.

-¿Y cómo van las cosas con el distinguido Eduardo Valtierra?- Inmediatamente mis ojos se abren desmesuradamente, ¿cómo sabe lo de Eduardo?, luego los entrecierro y la imagen de Marcelo viene a mi cabeza, hago una nota mental con la palabra "Venganza".

-¿A qué te refieres?- Le pregunto mientras abro y cierro carpetas tratando de no mirarla a los ojos.

-Si no quieres contarme nada esta bien Isabel- En su voz no hay enojo ni nada por el estilo, pero su actitud es extraña, no en el mal sentido de la palabra y sin embargo.
-Es que no hay nada que contar- Le digo sonriendo. Ella me devuelve la sonrisa para luego cambiar de tema y concentrarnos en el trabajo.

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Marcelo no se va a escapar de ésta, y con paso decidido me dirijo a su oficina, sé que también se ha quedado hasta tarde, así que toco suavemente a la puerta.

-Adelante- Le escucho decir, así que abro la puerta, su oficina huele a  vainilla, las paredes estan llenas de cuadros de escenas del oeste pintadas en carboncillo, ornamentos exóticos de sus múltiples viajes a Europa adornan su escritorio.
Marcelo no dice nada, me sorprendo al notar la misma expresión que Sara tenía cuando entro a mi oficina, como si supiera algo, así que voy directamente al grano.
-¿Por qué le has hablado a Sara sobre mi relación con Eduardo?.
-¿A que te refieres?
-Sara estuvo en mi oficina está tarde, preguntándome sobre Eduardo.
-¿Es eso lo que te trae a visitarme a mi humilde aposento?.
-En primer lugar, no vives aquí y en segundo te hice una pregunta.

Marcelo trata de disimular la risa, pero lo único que logra es que yo me enfade aún más.

-¿Qué es lo que te parece tan gracioso?.- Le pregunto con los brazos cruzados, lo cual parece ser mi marca de fábrica cuando estoy enojada.

-¿Necesito los guantes de boxeo para esta discusión?- Me pregunta abriendo una de las gavetas del escritorio y sonriendo divertido, pero al ver que mi expresión es seria y que no estoy dispuesta a reír ante sus payasadas, parece deliberar si debe aceptar su culpabilidad, lo conozco demasiado bien.

-Toma asiento querida, o mejor no, el fuego de tu enojo podría quemarlo y seria una lástima, acabo de comprarlo.

Y como siempre que tenemos estas dulces conversaciones, me siento en la silla y pongo mi sonrisa felina que a él tanto le divierte.

Entre dos Fuegos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora