Capítulo Diecisiete

94 9 4
                                    

El lobo se viste con piel de cordero

Puedo sentir la presencia de Eduardo tras de mí, la sangre se me ha subido a la cabeza y mis oídos zumban de una manera que no me deja escuchar nada, solo siento sus fuertes manos que se posan sobre mis hombros, la expresión de la mujer cambia por completo, como si hubiese visto el mismo demonio.
-¿qué haces aquí Miranda?- le pregunta Eduardo, su tono es contenido y frío, como si su presencia le molestara demasiado.
-¿acaso no puedo venir a visitarte?, supe que estabas aquí y quise saber cómo estabas.
-no, tú nada más quieres provocar mal entendidos, es lo único que sabes hacer- Le dice en tono agrio, acto seguido me toma suavemente del brazo y me lleva hacia el patio, pero algo me hace reaccionar de una manera que hace que me detenga en seco, giro mi cuerpo hasta quedar frente a él y lo miro a los ojos, no sé cómo he sido capaz de contener las lágrimas, pero están allí, a punto de traicionarme.
-¿estás casado?- mi pregunta parece no ocasionar ninguna reacción en su bello rostro.
Me mira fijamente, y sus manos cubren mis rostro y mi reacción inmediata es inclinarlo hacia la tibieza de sus dedos acariciando mis mejillas.
-vámonos de aquí muñeca, éste no es el lugar para hablar de esto.
-¿entonces es cierto?- las lágrimas comienzan a brotar por fin y él me las seca con dedos temblorosos.
-no es lo que piensas cariño, vamos, salgamos de aquí.
Mi cuerpo se siente tan liviano que no sé en qué momento estamos fuera de la mansión y dentro del carro, esta vez Eduardo al volante.
La noche es cálida, pegajosa, las lágrimas siguen brotando silenciosamente, mi rabia y decepción creciendo vertiginosamente, él no dice nada mientras el auto recorre lentamente las calles, la tensión es casi palpable, pero es mejor este silencio, me da el lapso necesario para calmar los nervios y las decenas de preguntas que flotan en mi mente. El auto sigue recorriendo las calles hasta que de pronto salimos a la carretera principal, y a través de la tenue luz de la luna me atrevo a ver su rostro, lo noto calmado, como si fuésemos a hablar de algo completamente inofensivo.
Tras casi media hora conduciendo al parecer sin rumbo fijo; llegamos a un malecón, el aire se siente fresco y las palmeras que rodean el camino me recuerdan a California, Eduardo estaciona el auto cerca de un pequeño restaurante, varias personas entre ellas algunos jóvenes se nos quedan mirando, sospecho que es el auto el que les llama la atención y no nuestros impávidos rostros, Eduardo habla por fin:
-vamos- y diciendo esto sale del auto y lo rodea para abrirme la puerta, salgo de inmediato y cojo la mano que él me ofrece, mi rabia ha disminuido considerablemente, ahora lo único que quiero escuchar es una explicación a lo que esa mujer me dijo.  Caminamos en silencio por la orilla del malecón, él se resiste a soltar mi mano, aunque he tratado sutilmente de zafarla.  Llegamos hasta donde se encuentran varias piedras enormes, Eduardo suspira audiblemente, yo lo observo con cautela, la brisa es tan cálida que por unos segundos cierro los ojos para sentir la tibieza de la noche.

-Isabel- mi nombre en sus labios suena cansado, como si lo que tiene que decirme lo ha practicado infinidad de veces, como alguien que memoriza el párrafo de un libro.
Yo levanto la mirada hacia él, su rostro denota desasosiego y naturalmente me preocupo, quisiera borrar esa expresión pero mi orgullo no me deja.
-mi madre es el ser que más he amado en mi vida- me dice, el corazón me da un vuelco, Eduardo jamás menciona a su madre, es un tema que parece entristecerlo demasiado.
-me consentía tanto- prosigue y su tono se vuelve afectuoso- el apoyo que me daba era la fuerza que me mantenía enfocado en mis metas, era la única persona que nunca me hizo sentir que mis sueños eran solo eso, sueños, siempre empujándome a alcanzarlos, haciendo caso omiso a las críticas de mi padre- hace una pausa, y me mira fijamente a los ojos- cuando ella se fue, se llevó parte de mi ser Isabel, una parte de mí murió con ella.- se queda callado unos segundos, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar.
-Mi madre cometió suicidio- su voz entrecortada me conmueve hasta lo más profundo del alma, vuelve a quedarse callado, como dejando que las palabras penetren en mi cerebro.
-lo siento Eduardo, yo no lo sabía- le digo
-creo que llegar a los detalles del porque lo hizo no viene al caso- se pasa ambas manos por su cabello y luego se sienta en una de las piedras sin dejar de mirarme- lo que sí puedo decirte es que su muerte fue algo que me marco de por vida- ahora su mirada esta fija en el horizonte, yo no sé que decirle, es la primera vez que me encuentro con alguien que ha experimentado semejante situación.
-Isabel- pronuncia mi nombre en tono imperativo y cuando tiene toda mi atención prosigue- mi madre pidió ayuda en silencio, y nadie le presto atención, ni siquiera yo, es algo que nunca voy a perdonarme.
-tú eras muy joven para darte cuenta Eduardo, no puedes culparte- Quisiera acercarme a su lado y abrazarlo, pero mi estúpido orgullo herido no me lo permite.
-soy su hijo, tenía que darme cuenta de que ella no estaba bien.
Se queda en silencio por algunos minutos, yo sigo observándolo sin saber qué decir, y sin embargo mi mirada lo dice todo, siento impotencia al no saber cómo consolarlo en su tristeza, es la primera vez que percibo su vulnerabilidad pues Eduardo ha sido tan hábil en nunca mencionar a su familia o problemas personales, siempre tan reservado.
-no me sirve de nada recordarlo ahora, solo déjame decirte que tú has sido lo más precioso que me ha pasado Isabel- Se acerca a mí y coge mis manos entre las suyas, y a pesar del caluroso clima; sus manos están frías, pero sus ojos reflejan calidez y trato de encontrar honestidad en ellos.
-siento muchísimo que tuvieras que pasar esa experiencia tan triste Eduardo, créeme que lo siento, pero no puedes seguir culpándote de su muerte, no es lógico.
-cariño, lo que te dijo Miranda es cierto, hasta cierto punto.- cambia abruptamente el hilo de la conversación, y creo que va a ser inútil tratar de convencerlo que él nada tuvo que ver con la decisión de su madre.
Ahora las lagrimas corren libremente por mis mejillas, pues la confesión de su estatus marital me ha herido profundamente.
-¿a qué te refieres con "hasta cierto punto"?
-es un matrimonio sin amor- su respuesta es tan fría, como si se tratara de algo sin importancia, pero a la vez hay una mezcla de preocupación que surca su rostro.
-¿es así como se le llama ahora?, a tus aventuras conmigo, ¿no es cierto?.
-no Isabel- su enojo es aparente- jamás quiero que pienses que eres solo una aventura, nunca se me ha cruzado semejante idea en la cabeza.
-y lo peor es que todos en tu familia saben que yo soy tu amante- coloco mis manos sobre mi cabeza, siento tanta vergüenza, ¿cómo es posible que Eduardo me haya puesto en tal situación?, y aunque recuerdos de mi tiempo vivido con Lucas siendo su amante de vez en cuando comienzan a nublar mi mente, trato de convencerme que fue algo de lo que estaba consciente y de lo que me arrepiento constantemente.
-mi familia cree que me he divorciado, mi prima Miranda la ha mencionado porque son amigas íntimas, y está dispuesta a hacer lo imposible por arruinarme la vida a como dé lugar.
-¿por qué no estás con tu esposa?, o mejor dicho ¿por qué si dices que no la amas sigues con ella?
-es complicado cariño.
-es una simple pregunta Eduardo, no se necesita ser un genio para responderla.
Él suspira resignado, para luego sentarse junto a mí, un par de niños corren por la orilla del malecón, ambos los observamos, y cuando los niños se pierden en el horizonte Eduardo voltea a mirarme.
-Simone, mi esposa, es hija de uno de los hombres más importantes y poderosos de Francia, una familia que es muy cercana a mi padre, son socios en varios negocios a nivel mundial, como era de esperarse, los hijos de ambos estaban en edad de casarse y para afianzar aún más las relaciones de negocios.- Hace una breve pausa para luego mirarme fijamente.

-Simone es una mujer muy frágil, su crianza fue dejada en manos de institutrices, quienes simplemente le enseñaron una parte del mundo a la que no todos tienen acceso.

-¿a qué te refieres?

-la criaron para ser la esposa perfecta, como un robot con instrucciones, y si yo acepté casarme con ella fue por la presión de mi padre.

-¿entonces se casaron sin siquiera amarse?

-exacto, no pienses que me casé por amor, había cierta atracción pero nunca amor. Simone se mudó a Nueva York conmigo, su familia nos obsequió una casa y comenzamos a convivir. Hablé con papá para que me diera un puesto en la empresa y fue así como comencé a construir una vida falsa, Simone no conocía a nadie y por consiguiente comenzó a depender de mi presencia, yo simplemente no la
soportaba.
-¿por qué?
-Simone tiene una personalidad peculiar, por un lado su vulnerabilidad y por el otro su posesividad casi enfermiza.
-se enamoró de ti ¿no es cierto?.
-se enamoró de la idea que yo era su alma gemela, pero la realidad es que no teníamos nada en común, yo fui criado con una doble cultura, ella es la única hija mujer de los Laurent, criada como una princesa, es lógico que todos tuviesen las esperanzas muy en alto, y por supuesto la presión para darles un heredero por parte de las dos familias no se hizo esperar.
-¿y por qué no han formado una familia? -Me duele tanto decir esas palabras, la curiosidad me mata y al mismo tiempo agradezco que no tengan hijos.
-no me gusta hablar de un tema tan personal Isabel, pero esa es precisamente la razón por la cual aún sigo con ella.
-¿piensas tener hijos con ella?- mi cuerpo se tensa y él lo nota, pero no se atreve a tocarme.
-hace dos años traté de irme de casa, estaba dispuesto a dejarla, dejar todo y seguir mis sueños, ella pensó que yo me iba porque tenía una amante, me persiguió por toda la casa gritándome, recuerdo que me detuve en los escalones tratando de calmarla, ella trató de abofetearme, yo la esquivé y ella se fue escaleras abajo, fue algo terrible Isabel, pensé que había muerto, corrí hacia dónde estaba tirada, los sirvientes llamaron a la ambulancia, Simone estuvo tres días internada y fue cuando supe que estaba embarazada y que lo había perdido a causa de la caída.

Me quedo pasmada al escuchar semejante confesión, y tengo el horrible presentimiento que el sentimiento de culpa tiene que estar matándolo.
-¿en qué piensas?- me pregunta, pues el silencio entre nosotros es apabullante.
-en nada- le digo, mientras entrelazo mis manos en señal de nerviosismo.

-¿estás segura?

Me quiero armar de valor para no abrazarlo, valor para no decirle que él no tiene la culpa de lo que sucedió, pero no puedo, no estoy segura de querer seguir con esto.

-estás pensando que soy un hombre despreciable ¿no es cierto?. - Su pregunta hace que por una milesima de segundo tire al carajo todas mis ganas de contenerme.

-no, jamás he pensado eso de tí.

-¿ni siquiera cuando te confesé que era casado?.

-no me subestimes- le digo en tono serio.

-nunca lo he hecho.- su rostro denota cansancio.

-¿acaso tienes sentimiento de culpa por lo que pasó?- mi pregunta parece sorprenderlo y se queda pensativo.

-yo soy culpable que Simone perdiera el bebé.

-fue un accidente Eduardo.

Él simplemente sacude su cabeza, sus ojos se llenan de lágrimas, pero éstas no corren por sus mejillas, se quedan estancadas; y ahora definitivamente mando todas mis reservas al carajo, lo abrazo dejando que mi orgullo se vaya tan lejos como ese par de niños, nos quedamos así entrelazados por interminables minutos, puedo sentir su tensión disminuir, pero mi resolución aumenta.

-tengo que irme- le digo y es allí cuando nos separamos, él me observa confundido.

-¿a casa?.

-a casa, en Nueva York, necesito pensar, a solas.

-te amo Isabel- me dice, y son las palabras que siempre he añorado escuchar de un hombre, ésas que salen cuando uno menos se lo espera y que sabes que son sinceras, y como una obra de teatro, ambos parecemos los protagonistas de una novela en la cual el drama es el telón de fondo.

Entre dos Fuegos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora