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Besos van y besos vienen, caricias furtivas le siguen y un par de besos cargados de amor después estamos acostados sobre el sofá que está en medio de la sala

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Besos van y besos vienen, caricias furtivas le siguen y un par de besos cargados de amor después estamos acostados sobre el sofá que está en medio de la sala.

―Un par de besos no significan que todo está bien, ¿somos conscientes de eso los dos, no? ― le pregunto. Aunque me siento muy cómoda en la posición que estamos y no quisiera levantarme, mi estómago gruñe.

―Soy consciente de que debemos hablar, cariño, pero antes vamos a comer; parece que tu estómago va a comerme si no te doy alimento ―dice mientras se ríe.

Ambos nos levantamos del sofá y emprendemos camino hacia la espaciosa cocina que tenemos próxima, escaneo el lugar y luce muy bien cuidado, no me extraña que mi madre lo tenga de ésta manera.

―Cuando entramos me dio un olor a lasaña, ¿acaso me querías comprar con comida? ― inquiero, jocosa mientras me siento en la encimera.

―Los gustos no cambian, querida. Así que pensé en mandar a hacer una lasaña como sé que te gustan, porque sabía que llenar la casa de flores provocaría que me dijeras «amo las flores y lo sabes, pero prefiero la comida» o algo así ― responde mientras sirve el manjar en cada plato, acompañado de pan tostado con mantequilla.

Yo me río ante su aclaración porque es totalmente cierta, siempre me gustó más que me regalaran dulces o comida que flores, porque ¿para qué hacer que se marchiten? además de que siempre las he plantado yo.

―Me sigues conociendo, pero solo un poquito, puede que ahora me gusten las flores como detalle― le miento.

―Da igual, ya vamos a comer. Desde aquí escucho gruñir tu estómago ― dice, mientras él lleva los platos a la mesa y yo le sigo detrás con gaseosa y un par de vasos.

En cuanto nos sentamos en la mesa, nos contemplamos unos cuantos segundos que a mí se me hicieron eternos. Detalla mi rostro con parsimonia y yo hago lo mismo con él una vez más, lleva su mano derecha hasta la mía y la toma entre las suyas, mientras sonríe débilmente.

―Lo siento, Aithana.

Suelta, esas tres palabras me hicieron volver al pasado y pensar en aquella tarde de marzo. Yo le devuelvo la sonrisa, una más amplia que la de él y cargada de sinceridad.

―Ese día pautó un antes y después en mí Jethro, y sé que también en ti. Quizás no seamos los mismos niños de dieciséis y diecisiete años que estaban perdidos de un amor inocente por el otro, quizás esto termine mal o quién sabe con certeza qué pasará en las siguientes horas; pero quiero que sepas que no tengo nada que disculparte.

Él asiente con una sonrisa comprensiva que me hace percibir que está igual o más asustado que yo.
Después de todo, creo que sí ha habido un gran cambio entre los dos.
Comemos en silencio, alguna vez tocándonos los pies por debajo de la mesa y otras haciendo caras raras, nos reímos de nuestras mismas estupideces y tarareamos alguna canción que sale de la bocina de su celular. Después de aquellas palabras al principio ninguno volvió a hablar y en mí crecía esa necesidad de saber muchas cosas nuevas de él y todos los acontecimientos en los últimos años.
Cuando acabamos de comer y lavar los trastes volvemos a la sala de estar. El reloj marca la una cuarenta y tres de la noche y a través de las ventanas se visualiza la luna acompañada de una gran cantidad de estrellas; esa siempre fue una de mis cosas favoritas de esta casa. Si bien no estábamos muy lejos de la ciudad, la distancia era suficiente como para que la contaminación dejara ver el maravilloso manto sobre nosotros.

Amor jovial, puro e inocente | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora