Epílogo

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«El final de una historia es el principio de otra»

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«El final de una historia es el principio de otra»

Cuando nos paramos en el muelle del amor en la espera de que llegue ese barco que nos lleve hacia una relación, muchas veces vamos con la expectativa sobre lo que va a suceder con el desenlace de ese romance que puede terminar siendo un intento fallido o puede obtener un final memorable y trascendental en nuestra vida. Así como las expectativas existen, cuando ese barco emprende su viaje y nos hallamos en medio del océano nos adelantamos a ese escenario de la ruptura. Cuando Jethro Bianchi dejó a la luz sus sentimientos hacia mí, sentí que él sería parte fundamental de esa embarcación.

Claro que sentí miedo. Estuve mucho tiempo en ese muelle donde sentía tranquilidad y él era mi compañero de aventuras en tierra firme pero, de forma inesperada nuestro barco llegó al mismo tiempo; cuando él confesó que le gustaba mi sonrisa y lo ponía nervioso y cuando yo confesé que su cabello se me hacía el más bonito y me concedía mucha tranquilidad su presencia. En ese instante, sentí que no eran mariposas ni zopilotes, sino una manada de elefantes en la barriga.

Él se convirtió entonces en mi compañero de barco.

Durante nuestro viaje por el océano nos encontramos obstáculos, desde corrientes muy fuertes hasta lluvias torrenciales pero, la que ancló nuestro barco momentáneamente fue aquella isla que nos separó.

Ahí ocurrió la ruptura.

Ahí nuestro barco no pudo continuar su viaje por el ancla que se incrustó en la tierra en medio de la nada, dejándonos en una posición particular. En medio de la nada con la oportunidad de pensar en un todo.
Ahí fue entonces cuando comprendí que algunas rupturas son necesarias.
Hay ciertas rupturas que nos ayudan a creer en eso de «quizás es la persona, pero no el momento ideal» que tanto dicen por ahí.

El barco donde íbamos Jethro y yo era enorme, cálido y cómodo, estaba lleno de cosas que nos gustaban a ambos y el viaje no se hacía incómodo, sino todo lo contrario. La compañía del otro nos hacía recordar lo valioso que era encontrar el amor y la amistad en la misma persona, nos hacía sentir vivos y emocionados, nos hacía sonreír. Cuando nos encontramos esa isla de frente y tomamos distintos rumbos, dolió.

Claro que dolió.

Pero comprendí que era necesario continuar por rumbos distintos para encontrarnos a nosotros mismos… para embarcarnos entonces en el barco del amor propio.

De encontrar nuestro autoconcepto y aceptarlo, de apreciar nuestras imperfecciones y ser conscientes de nuestras fallas. Nos embarcamos en un viaje de autodescubrimiento y ahora, pensándolo bien, lo que en ese entonces se veía como un acto egoísta, hoy lo encuentro como una demostración de afecto. Él tuvo que huir a otra isla por razones coherentes que en su momento no entendí pero la vida me dio la oportunidad de saber cuál era la versión de él, por qué nuestro viaje no pudo continuar. Entonces, de esa bifurcación ambos encontramos algo muy similar.

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