Caos y paz en un solo lugar

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Jethro

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Jethro.

Las estrellas cubren el cielo e inundan su inmensidad con su brillo, de pronto me hallo preguntándome si las estrellas son personas fallecidas viéndonos desde aquella altura o si ese polvo será capaz de destruirnos tanto como dicen por ahí. Dicen que las conversaciones en la madrugada sacan a la luz diversas facetas del ser y esta noche, Aithana y yo nos encontramos en ésta faceta de estar a reventar a causa de un par de hamburguesas y gaseosa, cada uno perdido en sus pensamientos mientras las horas corren lentamente.

―¿Cómo diste con Taylor? ―inquiere Thana, volteandose en mi dirección.

―Pensé que nunca lo preguntarías ―respondo.

―No había estado ebria con ganas de preguntar sobre todo lo que no he preguntado ―aclara, acomodándose sobre su asiento. Sube las piernas una encima de la otra, imitando la pose del indio y toma el suéter que le tendí hace rato, colocándoselo.

―Tienes razón, Thana. ¿Te agrada tu versión ebria? ―inquiero, curioso. Nuestra versión ebria suele ser cambiante  y noté que Aithana no es muy tolerante al alcohol, así que asumo que aún no se ha emborrachado lo suficiente como para conocer todas sus facetas ebrias.

―Mmm, no lo sé… creo que soy un poco, ¿boca suelta? a veces me da sueño y otras no quiero dormir, me pongo eléctrica y hablo de más. Muy pocas veces me he emborrachado ―afirma y lo que venía pensando se vio por verificado. Entonces ocurre algo que nos hace reírnos tanto que acabamos sonrojados y con dolor de estómago.

Aithana eructa. Y no es cualquier eructo, es un eructo de camionero con olor a licor y hamburguesa.

―Ups, se me había olvidado ese minúsculo detalle ―anuncia, logrando que me ría más de ser posible.

―Qué asco, por Dios ―le hago saber en medio de risas.

―Si nos vamos a casar, tendrás que aguantar mis eructos y gases, porque sino… ahí está la puerta, caballero ―musita. Más calmado en cuanto a risas y sobándome la panza a causa del ataque de risa, la miro directo a los ojos.

―Eso quiere decir que está retumbando en tu cabeza el hecho que aseguré hace un rato ―inquiero, recostándome sobre el asiento del automóvil.

―Puede ser que sí… puede ser que no. Las posibilidades son infinitas ―deja caer y repite mi acción. Niego con la cabeza y sonrío.

Después de unos cinco minutos de silencio, por fin empiezo a responder la pregunta que le dio pie a toda esta situación.

―Escribí mucho el primer año estando en Italia porque como te dije, me aislé totalmente. Me deshice de muchas cartas y unas cuantas letras de canciones, pero un día me encontré con un volante que anunciaba la búsqueda de nuevos talentos para una escuela de música y yo, ni corto ni perezoso, me apunté ―anuncio y dirijo mi mirada hacia ella, quien me observa expectante.

Amor jovial, puro e inocente | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora