III. UN BOLILLO PARA EL SUSTO.

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    —¡ESO es! —exclamó Zaem, orgulloso del progreso que había logrado en poco más de un mes.
    El Orbe eléctrico estaba dominado, al igual que el Látigo de luz, nueva habilidad, una manifestación de electricidad controlada desde su mano; más precisa que el orbe. El golpe que le salvó la vida, el Amperio, aún le costaba mucho esfuerzo; al igual que bastante energía. Además que le daba miedo repetirlo y lastimar a su familia.
    Todavía recordaba el olor a quemado y el estruendo que escuchó, cuando su vista se vió cegada por un deslumbrante destello. O el pequeño cráter que resultó de aquella colisión.
    Luego de un par de semanas, había encontrado el equilibrio entre la vida personal y su identidad secreta; escuela, entrenamiento y tarea por la noche. Aunque le costaba un poco mantener un promedio normal, pero mientras sus padres no le regañaran; sentía estarlo haciendo bien.
    Ahora ya no podía usar la computadora, su padre había notado un incremento en la factura de luz a finales del bimestre anterior; y acorde a las nuevas reglas, el uso del televisor y la computadora era de una hora diaria para cada uno.
    Esto no afectó a Zaem en lo más mínimo. Cada tercer día volvía a las torres a "recargarse" de electricidad, y aprendió a racionarla hasta que tuviera necesidad de hacerlo otra vez.
    Mas algo sí cambió, y es que el deseo de ser un súper héroe perdió fuerza con los amaneceres; ya no le parecía un ideal tan importante. Ignoraba a causa de qué. Quizás se debía a que los problemas que afectaban a la humanidad eran más vastos y complejos que un villano tratándose de apoderar del mundo; o, a la Llave Escarlata de Muerte Roja que cambió su mentalidad.
    En fin, como sea, no por eso dejaría de practicar; pensaba que  manipular la electricidad no era un talento diferente a tocar un instrumento, o destacar en un deporte. Las tres requerían de constancia y dedicación.
    Llegó la tarde del viernes, sus padres descansaron a causa de Randall. El primogénito tenía un anuncio que dar, uno que prometía un cambio radical en su vida.
    La casa estaba impecable, desde el pequeño jardín hasta la cocina, al fondo. Como pocas veces las cortinas fueron abiertas, permitiendo que la luz entrara; encendiendo la estancia y opacando la luz azul del televisor.
    —¿Qué celebramos, exactamente? —inquirió Zaem, que recibía los platos que su madre le daba.
    —No lo sé, tu hermano dijo que era una sorpresa. Ya sabremos cuando llegue, ahora pon la mesa.
    No era que Zaem se molestara con su hermano, siempre recibía más honores que él, sin embargo los viernes eran el último día de la semana que podía escaparse para recorrer la ciudad y practicar con sus poderes; y con toda su familia reunida, escabullirse sin ser visto sería imposible. Tocaba esperar hasta el lunes.
    La puerta principal se abrió, y Randall entró más sonriente que nunca; vistiendo su uniforme de secundaria. Sostenía un folder amarillo en la mano, y su rostro tenía un fuerte cejo de ilusión.
    —¿Qué pasa Randy? Ya nos dirás ¿qué te ocurre? —preguntó su padre, dejando el noticiero de lado.
    —Quería estar seguro para decirles, y es que la semana pasada entré a un concurso de física y ¡gané una beca, además de un lugar para estudiar en el extranjero! —gritó emocionado.
    Sus padres compartieron su estado de ánimo, contentos, manifestando alegría, felicitaron al muchacho: mientras le repetían lo orgullosos que estaban de él, con frases distintas.
    Zaem no sabía cómo tomar la noticia, por un lado perdería al único hermano que tenía, y por otro, de ahora en adelante, tendría que acostumbrarse a las comparaciones de su padre. Que Randall sacara un sobresaliente era una cosa, pero una beca en otro país era algo que no pasaría desapercibido; la comparación existiría por toda la vida, o hasta que él hiciera algo grande.
    —¿Y tú no me dirás nada? —le preguntó Randall.
    —Estoy feliz por tí, pero ¿enserio te irás a otro país? ¿Nos vas a dejar?
    Randall abrazó a su hermano menor, buscando animar al deprimido niño. Para ninguno era tan fácil terminar con el vínculo tan fuerte que tenían; casi siempre los hermanos lo tienen.
    —No te preocupes, faltan dos años para eso. Mientras tanto prometo pasar todo el tiempo que pueda contigo, mi pequeño hermano —respondió Randy, tomando del cuello a Zaem y rozando su cabeza con fuerza.
    —¡No, detente. Me duele! —gritó Zaem, molesto, tratando de zafarse.

RIÑA CALLEJERA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora