VI. DAME UNOS CHICLES Y UNA NUEVA OPORTUNIDAD.

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    TODO empeoró desde la batalla en la autopista, o el "Clash Way" como la prensa le denominó al evento. Aunque E.L.I.T.E intentó esconder la penosa derrota de los Stars, la primera desde que marchaba la estrategia, una pequeña parte de la verdad salió a la luz. Vídeos de baja calidad mostraban a lo lejos como uno a uno de los miembros protegidos por la OMAT fueron cayendo ante el misterioso héroe azul.
    La opinión pública no vió con buenos ojos que los elegidos para proteger a la sociedad pudieran ser vencidos en situaciones tan favorables. Aunque se anunciaron cambios en la estructura de Stars, como la posibilidad de crear un equipo de refuerzo, no hubo una transformación significaba que despejara la desconfianza de la ciudadanía.
    Por otro lado, pero no ajeno al caso, comenzó un circo mediático en contra de Amper, que lo señalaban como el enemigo público número uno; responsabilizándolo por los daños y ataques en la autopista. El nombre del Vengador Verde nunca apareció en los periódicos ni noticieros; fue eliminado estratégicamente para justificar la cacería de Amper, y también en contra de otros p.demos en la lista negra de E.L.I.T.E.
    El odió de hace años despertó de nueva cuenta. Otra vez los mutantes volvían a estar en el ojo del huracán y la discusión pública. Cada día se veían más casos de muertes a causa de una simple sospecha; muertes crueles que le podían tocar a cualquiera que se le acusara de ser un p.demos.
    Fue que entonces Zaem decidió guardar su traje azul en una caja y enterrarlo en el mismo lugar donde conoció a Muerte Roja; enterrarlo junto con sus sueños y esperanzas para siempre, muy a pesar suyo.
    No podía arriesgarse a que sus padres, o amigos, salieran lastimados por un descuido.
    Mientras más vivía más se preguntaba ¿qué era un héroe? Era el que hacía el bien. Y ¿qué era hacer el bien? Si su experiencia le había enseñado algo, es que el bien siempre atraía al mal; era una línea tan delgada que se cruzaba sin sentir. No importaba lo que hiciera, siempre que ayudaba a uno, perjudicaba a dos.
    Siempre que se convencía a sí mismo de lo que quería para el futuro, la realidad lo aplacaba de la forma más dura.
    Tal vez no había nacido para salvar al mundo, para unificar a los p.demos y a los humanos. Para mostrar que las diferencias enriquecían y no destruían.
    Lo mejor era olvidar, borrar por completo a Amper; ya había perdido mucho tiempo persiguiendo un sueño que jamás llegaría a ser realidad. Tenía dieciséis años, aún no elegía una carrera ni tenía un tren de vida viable y realista; debía de resolver ¿qué haría con su vida? Está vez tachando definitivamente de su lista: ser un súper héroe.

 Tenía dieciséis años, aún no elegía una carrera ni tenía un tren de vida viable y realista; debía de resolver ¿qué haría con su vida? Está vez tachando definitivamente de su lista: ser un súper héroe

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    Aquí es dónde la historia empieza, con un Zaem asustado y destruido emocionalmente. A dos años de haber renunciado a ser Amper, Zaem decidió mudarse de casa de sus padres; alejarse fue la mejor forma que encontró para proteger a los que quería.
    Por suerte halló un lugar barato en del centro. Cerca de ahí, trabajaba como ayudante en una tienda de autoservicio; fue lo mejor que pudo conseguir con su historial académico.
    El sueldo no era mucho, duras penas conseguía el dinero de la renta. No contaba con más muebles que una vieja estufa, un refrigerador y un colchón para dormir. Suponía no necesitar más; si en cualquier momento una turba iracunda entraría a la fuerza para reclamar su sangre, de poco serviría un televisor, un comedor o una consola de videojuegos.
    Las paredes del piso no tenían pintura, el conector de la luz no servía y las ventanas no podían cerrarse por completo. Cinco pantalones, cuatro pares de calcetines, tres boxers y seis playeras era su guardarropa completo. Eso era su vida ahora.
    En resumen, era un perdedor.
    La noche siguió su curso, entre gritos y tumultos poco logró dormir hasta que el sol salió. Ya con la luz del día, se sintió protegido para iniciar con su rutina.
    Se bañó con agua fría para espantar el sueño, se vistió con su uniforme limpio. peinó su cabello, aunque éste nunca se quedaba quieto; y salió del apartamento con rumbo a su trabajo.
    Mientras bajaba la escalera, su mente seguía una ruta diferente a la de sus pies. Imaginaba viviendo una vida diferente, rodeado de lujos y admiradores; un mundo en el que aceptaba la propuesta de Sloan, y formaba parte de Stars.
    —¡¿Porqué no acepté?! —se preguntaba, siempre que atravesaba el umbral del demacrado edificio que habitaba.
    Cruzó la calle y caminó derecho hasta la siguiente cuadra, dónde estaba la tienda en la que trabajaba. Era una cadena internacional de pequeñas tiendas, con malas prestaciones y un sueldo peor; tan malo que de pagar transporte, a la larga terminarías pidiendo prestado para poder regresar a tu casa.
    —Buenos días, Juan —saludó Zaem, al cruzar la puerta de vidrio.
    —¿Cuántas veces debo de decirte que me llames Jhonny? —reclamó el moreno trás del mostrador, justo enfrente de la caja registradora.
    —Jamás entenderé porqué te molesta tu nombre: Juan Carlos Montiel, suena bien.
    —Para ti es fácil decirlo, Zaem Rupeli; tienes nombre entre italiano y el latín: es latiano.
    »Bon áppétit —se burló.
    —Primero: eso es francés, no italiano. Segundo: latiano se escucha horrible. Y tercero: ese nombre me costó un sin fin de burlas en la escuela.
    »Créeme, no quieres tener un nombre exótico; me llamaban zagui, un mono pequeño de Argentina.
    —Hasta eso suena mejor que mi nombre.
    »Bien, dejando de lado la inconformidad mutua por nuestros nombres de pila; llegué primero, te toca abastecer los estantes.
    Sin objeciones, Zaem recibió la orden y se puso a trabajar. Entre los dos tenían un acuerdo, el último en llegar se encargaría de rellenar los estantes para los clientes de la mañana; era una labor pesada en los días de fiesta, no obstante la mayor parte del tiempo era sencillo.
    Zaem avanzó hacia la bodega, luego de comprobar que era lo que faltaba; botanas y frituras en su mayoría. Recorrió el pasillo hasta la parte trasera de la tienda, donde había dos puertas; el almacén y el congelador. A casi todos los empleados les causaba miedo transitar por el rumbo, se decía que el fantasma de una niña se aparecía cuando menos lo esperabas.
    Por supuesto que Zaem no creía en esos cuentos de viejas chismosas, de modo que no tenía inconveniente con ir.
    Ahí se encontró con Abigail, una de las empleadas del turno de la noche. La joven pelirroja tenía dificultades para acomodar las grandes tapias de madera; siempre que habían disturbios o manifestaciones, los empleados tenían la obligación de cubrir las ventanas y la puerta con ellas, sino les descontaban los daños a su salario.
    —Dejame ayudarte —dijo Zaem, sosteniendo la tabla de madera.
    —Gracias Zaem, el patán de Juan no quiso ayudarme; dijo que era parte del turno de la noche.
    »Bueno sí, nosostros los pusimos, pero ¿eso nos obliga a quitarlo nosotros?
    »Tal vez sí, aunque nada le quitaba el ayudarme.
    —Sabes como es, desde que recibió un aumento se volvió más flojo.
    »Un aumento de 1,96 en el salario mínimo te vuelve importante, sólo en éste país —bromeó Zaem, atando los maderos.
    »¿Y qué pasó anoche, para fortificar la tienda?
    —Lo de siempre, unos tipos se pusieron a beber en la calle, cantaron, lloraron y terminaron peleando.
    »Borrachos se acusaron de todo, hasta que uno gritó: ¡Es un mutante! Y rápidamente salieron los vecinos y ... Ya sabes cómo son.
    Zaem asintió, ocultando su verdadero pensamiento. Cada día la gente se volvía más loca.
    »Bueno, te veré mañana. El turno nocturno es bastante tranquilo, siempre que no armen borlotes en medio de la calle. Hasta mañana, Zaem —se despidió la joven.
    —Claro, ve con cuidado —dijo el de cabello oscuro.
    Ya solo, tomó las Sabritas, Ruffles y otras bolsas de frituras menos conocidas, y volvió a los estantes.
    —¿Por qué te tardaste allá atrás? —le preguntó Juan, limpiando las puertas de los refrigeradores.
    —Platicaba con Abigail, es qué un "patán" de uniforme no quiso ayudarla —comentó Zaem, organizando los estantes.
    —Disculpa, a mí nadie me ayuda a limpiar los vidrios ni a trapear los pisos —alegó Juan.
    —¿Crees que eso es difícil? Yo tengo que salir a recibir los pedidos cada tercer día
    »Intenta cargar más de veinte kilos en mercancías varías y luego dime ¿qué es lo difícil? —contestó Zaem.
    —A ti nada se te puede pedir, eres tan llorón.
    »Sabes, mejor toma unos sándwiches y dos jugos; yo invito el desayuno. Comparto mi riqueza con mi mejor amigo —declaró Juan.
    —Gracias; ese aumento de 1,96 te convirtió en un ser humanitario y filántropo.
    »Tú le das punto y raya a todos los mártires —se mofó Zaem.
    —Lo sé, soy un verdadero héroe —presumió Juan, aguantando la risa.
    El de cabello negro terminó de acomodar las frituras y se dirigió a dónde los embutidos. Miró el costo de los sándwiches y habían subido; aunque él no pagara la comida, quería evitar que su amigo gastara de más. Así que los cambió por burritos, 2 pesos más baratos.
    Tomó dos y los metió al horno microondas, lo puso en dos minutos y fue por dos juguitos de cartón. Miró las envolturas girar, bañadas por la luz del horno, y recordó el tiempo en que buscaba cualquier pretexto para acercarse a un microondas y absorber la energía.
    Eran aparatos un poco dañinos para humanos, aunque para él era perfecto; emanaba radicación y energía que podía tomar con facilidad.
    «Sólo un poco, por los viejos tiempos», pensó. Miró a los lados para cerciorarse que estaba solo, estiró la mano, y sintió el calor recorrer su cuerpo; trasportándolo a gratos recuerdos del ayer, muy lejos de la porquería que era su vida actual.
    —¿Porqué tardas tanto? —preguntó Juan, apareciendo por atrás.
    —Lo siento, es que cambié los sándwiches por burritos; espero no te importe —respondió Zaem, nervioso.
    —Sándwiches, burritos, pizzas o las bolsas de plástico, todo sabe igual —contestó Juan, posicionándose detrás de la caja registradora.
    Por su respuesta cómica, supuso que no lo había visto.
    La alarma del microondas sonó, tomó los burritos calientes y le llevó el suyo a su amigo.
    —¡Puta madre, está hirviendo! —gritó Juan, lanzando el embutido sobre el mostrador; soplándose las manos.
    »¡¿Cómo carajos lo sostienes?!
    —No está tan caliente, es que tú eres un llorón —comentó Zaem, haciéndose el que no sabía.
    Por sus poderes, podía resistir temperaturas más altas; aunque no tanto más, únicamente unos grados por encima de la norma.
    Luego de una hora, los burritos se habían terminado, al igual que los cartones de jugo y dos bolsas de frituras.
    Fue cuando entró el primer cliente, un hombre robusto, con facha de matón; camiseta, pantalón holgado y el ceño trabado en una mueca de desagrado. Miró de reojo la tienda y caminó hasta Juan, el cajero.
    —Buenos días, ¿en qué puedo servirle? —inquirió Juan, luciendo cara de mascota recién comprada.
    Una estúpida sonrisa que Zaem era incapaz de imitar.
    —¡Dame todo el dinero, imbécil! —amenazó el hombre, sacando una pistola de su pantalón.
    »¡Y tú estúpido, levanta las manos y hagas una idiotez! —gritó a Zaem.
    Juan obedeció, rápidamente tomó la cuenta acumulada durante la noche y se la entregó al ladrón.
    »¡¿Qué mierda es ésta?!
    —Es todo lo que hay, no hubo ventas en la noche —explicó el cajero, procurando no alzar la voz.
    En un momento como ese hay dos tipos de reacciones, unos sienten miedo, otros impotencia; Juan era de éstos últimos, tenía ganas de insultar al ladrón, abalanzarse sobre él, destrozarle la cara a madrazos hasta matarlo, y bailar sobre su tumba.
    No obstante una bala era más rápida y mortal.
    —Malditos muertos de hambre —declaró el tipo, tomando el dinero y abandonando la tienda.
    Ya que se fue el ladrón.
    —¿Estás bien, Juan? —preguntó Zaem.
    —¡No sé que es peor, qué nos roben, qué nos insulten, o que tengo que ir al ministerio público a levantar la denuncia! —reclamó Juan, exaltado.
    —Tranquilo, ve al ministerio y levanta el acta; si quieres llama a tu novia y tómate unas horas más.
    »Yo te cubro.
    —¿Seguro? ¿Crees poder encargarte de todo?
    —Claro, ni que fuera la primera vez. Además siempre que nos asaltan la venta ésta floja; hasta parece maldición —declaró Zaem, con una sonrisa.
    —Gracias Zaem, procuraré no tardarme. Llámame por cualquier cosa —dijo Juan, tomando sus cosas y saliendo de la tienda.
    El de cabello negro asintió, despidiéndose.
    Era protocolo, una orden directa del gerente, quién llegaría hasta las doce; si un asalto se suscitaba, exigía un acta del ministerio público para lindar de responsabilidades a los empleados. No es como que hubiera muchas opciones.
    En otros tiempos, Zaem hubiera encontrado la forma de electrocutar al maldito e impedir el robo, no obstante tenía que mantener un perfil bajo; arriesgar su existencia por 800 pesos, que ni siquiera eran suyos, no era un buen trato.
    Siguió limpiando la tienda a lo largo de la mañana, deteniéndose ocasionalmente para atender a los pocos clientes que se asomaban por el lugar para comprar cigarrillos; lo más vendido de la tienda.
    Dieron las once y media, mientras acomodaba un nuevo estante. Acababa de llegar un promotor para abastecer un nuevo producto; con todo lo ocurrido en la mañana se había olvidado por completo de ello.
    Tuvo dificultades para armar la estructura tubular, las habilidades mecánicas no eran su fuerte. Pero se las ingenió para armarlo, tan firme para resistir hasta un temblor.
    —¿Quién atiende aquí? —preguntó una voz desde la entrada.
    —¡Ya voy! —anunció Zaem, corriendo hacia el cliente—. Bienvenido, en que puedo...
    El jóven se interrumpió al ver a un hombre canoso, de ojos fríos y elegante indumentaria; un rostro familiar que le hizo temblar.
    »Perdón, estaba armando un estante y... ¿en que puedo servirle? —declaró Zaem, actuando como si nada.
    Si tenía suerte, el sujeto frente a él no lo reconocería.
    —¿Así qué en ésto terminó tu vida? —preguntó el hombre, recargándose en el mostrador.
    —No sé de qué habla, no lo conozco —respondió Zaem, limpiando el sudor de su frente.
    —¿Sabías que los ojos se dilatan cuándo mientes? Y no sólo eso, el cuerpo suda, la respiración se agita, se seca la garganta y las manos comienzan a temblar.
    »En éste momento tienes cuatro de los cinco síntomas. Así que llámame por mi nombre, y no finjas que no me recuerdas —dijo el extraño, tomando una caja de chicles; los más costosos que vendían.
    »¿Gustas?
    —No, gracias. ¿Qué quieres conmigo? Hace ocho años que no te veo, y tampoco deseaba hacerlo —contestó Zaem, resignado.
    —Cierto, pensé que no lo recordarías con tanta precisión —dijo el hombre.
    —No es qué haya pensado en ese día durante toda mi vida, pero es que no has cambiado en nada; el tiempo te trató bien.
    —En cambio tú si cambiaste, te convertiste en un hombre, uno con un empleo horrible.
    »En fin, no vine a socializar contigo; si estoy aquí es porqué tengo una oferta que hacerte.
    —Adivinaré, quieres que sea parte de los Stars. Mira, Sloan, hace tiempo que no uso mis poderes... —declaró Zaem, ocultando su emoción.
    Por fin, después de tanto tiempo tenía la oportunidad de rectificar sus errores; está vez aceptaría, tendría fama, dinero y su futuro resuelto. Podría comprar ropa, comida y ¡hasta un automóvil! No sabía conducirlo ni tampoco lo necesitaba, pero ¡podría comprarlo!
    Por un breve instante se sintió el más afortunado de todos.
    —No, Zaem, temo decirte que te equivocas. Hace años te dije que era una oferta única, y lo fue.
    Eso mató a Zaem, sintió igual que si le hubieran pateado las bolas.
    »Hace dos años ocurrió el "Clash Way", pese a nuestros intentos por acallar a los medios, las redes sociales lo hicieron difícil. E.L.I.T.E tuvo miedo y, en su desesperación, extraoficialmente, creó el registro P.demos; hemos ubicado a más de 13598 mutantes, tú estás entre ellos, no obstante nos hace falta uno.
    »Lo que necesito es que lo encuentres y lo atrapes por mí; puedo pagarte bien.
    —Sloan, no soy detective privado; si acepto, no sabría por donde empezar. Además no quiero ser un raza impura —comentó Zaem, decaído.
    —¿Raza impura? ¿Terminaste por aceptar la jerga de los mutantes? ¿El discurso de aceptación te comió el cerebro? Pensé que eras más listo.
    »Cómo sea, éste mutante que queremos es muy importante para nosotros, creemos que es la clave de la mutación misma, una muestra de su plasma podría desarrollar una cura; y no sólo eso, también proporcionar grandes avances a la medicina moderna —afirmó Sloan, detonando exitación.
    —Pues dile a tus Stars, no son tan ineptos; como dicen en mi barrio: son bastante perros.
    —Cierto que son un equipo fuerte, sin embargo hubo un mutante capaz de vencerlos y dejarlos en ridículo; tú, Amper.
    »Por eso, E.L.I.T.E. te ofrece un millón de dólares, libres de impuestos, además de una amnistía.
    —¿Amnistía? ¡Yo no he hecho nada malo! —reclamó Zaem.
    Ya no era un niño asustado en una cancha de fútbol, era un adulto y no se dejaría intimidar por nadie.
    —No quiero recordarte el incidente del autobús, la destrucción de la panadería, el Clash Way y muchas cosas más; tienes un extenso historial, ¿crees que haces el bien a alguien?
    »Jamás dejamos de seguirte. Y no querrás que tú historial salpique a tus padres, o a tu hermano.
    —¡Ellos no tienen nada que ver, déjalos en paz! —. El joven se puso firme, estaba dispuesto a asesinar a Sloan si se atrevía a insinuar algo.
    —Tranquilo muchacho, ellos estarán bien, siempre que hagas lo correcto. Piénsalo, te damos dinero, la amnistía y dejamos es paz a tu familia; ¡es ganar ganar!
    »Tienes que entender que E.L.I.T.E. son una pandilla de mafiosos, y yo estoy a cargo de ellos; estoy dispuesto a hacer lo que sea con tal de conseguir a éste mutante; lo que sea.
    Zaem se calmó, sabía que si tocaba aunque fuera un pelo a Sloan, su familia pagaría las consecuencias; y si lo "desaparecía", vendría otro igual a terminar con lo que inició.
    —Si acepto, ¿qué tendría que hacer? —preguntó Zaem.
    Sloan tomó un maletín del suelo, que llevaba consigo, y tomó un folder amarillo que puso sobre el mostrador.
    —El mutante que buscamos se hace llamar Venin, quizás en otra ocasión pudieras explicarme porqué se ponen nombres tan descabellados.

RIÑA CALLEJERA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora