Capitulo 2

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¡Hola a todos! Se que ya subí el capitulo de esta semana, pero creo que les debía adelantar este por todos los meses que no actualice, así que aquí se los dejo ¡Espero que les guste!


Cuando se va, me vuelvo a sentar en el sofá del salón de visitas y pienso en la conversación que tuve con Haymitch y me doy cuenta de que eso es lo que me falta, una razón por la cual tratar de salir adelante. Una razón que pueda mostrarme que no todo está perdido, pero si no logro encontrarla, estoy segura de que nunca saldré de esto. Me recuesto en el sillón y Buttercup se recuesta a mi lado, cada vez que lo veo me la recuerda. Y por una parte odio eso.


Tengo una pesadilla horrible en la que estoy tumbada en una profunda tumba abierta y todas las personas muertas que conozco por su nombre se acercan para echarme encima una palada de cenizas. Es un sueño bastante largo, teniendo en cuenta el tamaño de la lista de personas, y, cuando me entierran, más me cuesta respirar. Intento gritar pidiendo ayuda, suplicarles que se detengan, pero las cenizas me llenan la boca y la nariz y no logro emitir ruido alguno. Y la pala sigue y sigue...


Me despierto sobresaltada. La pálida luz de la mañana, entra por los bordes de las contraventanas, pero el ruido de la pala continua, Sin salir del todo de la pesadilla, corro por el vestíbulo, salgo por la puerta principal y rodeo el lateral de la casa, porque ahora estoy bastante segura de que puedo gritar a los muertos. Cuando lo veo, me detengo en seco. Tiene la cara roja de cavar el suelo bajo las ventanas. En una carretilla hay 5 arbustos ralos.


—Has vuelto— le digo


—El doctor Aurelius no me ha dejado salir del Capitolio hasta ayer mismo— responde Peeta— Por cierto, me pidió que te dijera que no puede fingir eternamente que te está tratando. Tienes que contestar el teléfono.


Tiene buen aspecto. Delgado y lleno de cicatrices de quemaduras, como yo, pero en sus ojos ya no se ve esa mirada turbia y atormentada. Sin embargo, frunce un poco el ceño al examinarme. Me aparto el pelo de los ojos con poco entusiasmo y me doy cuenta de que esta apelmazado de tanta suciedad. Me pongo a la defensiva:


—¿Qué estás haciendo?


—Fui al bosque esta mañana y desenterré estos arbustos para ella— responde— Se me ocurrió que podríamos plantarlos el lateral de la casa


Miro los arbustos y los terrones de tierra que les cuelgan de las raíces, y contengo el aliento cuando la palabra rosa me viene a la cabeza. Estoy a punto de gritarle cosas horribles a Peeta cuando recuerdo el nombre real: son primroses, prímulas la flor que le dio nombre a mi hermana. Asiento, corro a la casa y cierro la puerta detrás de mí. Pero aquella cosa malvada está dentro no fuera. Temblando de debilidad y nervios, corro escaleras arriba. Me tropiezo en el último escalón y caigo al suelo, pero me obligo a levantarme y entro en mi dormitorio.


El olor es tenue, aunque todavía se nota en el aire. Está ahí, la rosa blanca entre las flores secas del jarrón; a pesar de su aspecto marchito y frágil, conserva esa perfección antinatural que se cultivaba en el invernadero de Snow. Agarro el jarrón bajo dando tumbos a la cocina y tiro el contenido a las brasas. Mientras las flores arden, un estadillo de llamas azules envuelve a la rosa y la devora. El fuego vuelve a vencer a las rosas. Estrello el jarrón contra el suelo por si caso.

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