𝘾𝙖𝙥𝙞́𝙩𝙪𝙡𝙤 𝙐𝙣𝙤

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Clases, castigos y amigos

Austin Ron

Hace 3 años

Desde que tengo uso de razón Dylan siempre ha sido mi mejor amigo, en un inicio éramos vecinos y nuestras conversaciones eran gritando por la ventana, eventualmente nos dejaron salir a jugar juntos y nos volvimos más cercanos.

Hemos estado juntos en prácticamente todo, desde el primer día de clases hasta la primera vez que el director nos amenazó por nuestro comportamiento, cosa que aún no tiene sentido para mí, puesto que solo pintamos un paisaje con otros colores.

Ahora, a los 15 años, estoy junto a él cuando el mismo director derrama una lata de pintura de caucho color gris sobre su cabeza; otros dos estudiantes corren la misma suerte, un chico y una chica más.

—¿Qué creen? —grita un profesor totalmente molesto—, que pueden insultar el escudo de esta respetable institución sin ninguna consecuencia, ¿eso creen?

No sé para qué pregunta si las tres personas involucradas no pueden hablar porque cubren con fuerza sus rostros, una gota de esa sustancia en la piel y no saldrá tan fácil. Mientras el maestro sigue gritando, me muevo con cuidado hasta donde está mi prometida regando las plantas y fingiendo no escuchar el regaño.

—¿Crees que puedas conseguirme una toalla? —le susurro a la vez que disimulo buscando un color entre las latas de pinturas selladas.

—Yo traje una, la dejaré en la ventana —susurra acomodando unas rosas sin verme.

—Gracias, prometida.

Veo sus mejillas sonrojarse un poco mientras camina hacia la escuela y yo sigo viendo las latas buscando el color indicado.

Lo que pasó fue un accidente, nos encargaron pintar el sello de la escuela en un muro, entonces la chica se encargaba de pintar las hojas rosas de los arupos usando la escalera, el chico pintaba gotas de lluvia, mi amigo se encargaba de pintar las cadenas que rodean el tronco y yo le daba los últimos detalles al tronco.

Fue cuestión de segundos, la escalera se tambaleó, al igual que la chica, mi amigo intentó ayudar, pero terminó empujando al chico contra la escalera y los tres cayeron derramando toda la pintura.

Frente al escudo, los tres están terminando su trabajo mientras gotean pintura, mi prometida regresa por lo que tomo una lata y camino hacia la ventana que da directo hacia el escudo. Escondo la toalla en mi saco y vuelvo con los demás.

—Ten límpiate un poco —le extiendo la toalla a Dylan vigilando que el profesor no vea, es capaz de quitársela.

—Gracias —con ese susurro la toma y se la pasa a la chica, quien agradece sin verlo y se limpia el borde del rostro.

Los tres se pasan la toalla logrando quitarse un poco de la pintura, por suerte la pintura no les ha caído en los ojos o la boca. La campana suena, dando fin a la jornada y todos salen casi huyendo, esta cayó sobre un plástico el cual recoge el conserje dándonos una sonrisa de lástima, finalmente guardo la toalla de nuevo y junto a mi amigo volvemos a casa.

Cansados, humillados, más él que yo, asoleados, hambrientos y molestos por los hechos de hoy.

*

El lunes, cuando volvemos a clases, se pueden ver tres cabezas de colores, azul, rosa y gris. El director se enteró y en la formación de la mañana los amenazó nuevamente, anunciando que si alguno se cortaba el cabello sería expulsado por no aceptar las consecuencias de sus actos.

Durante el receso dejo la toalla de mi prometida, Mónica, frente a su casillero, al final no pude quitar la pintura así que le compré una nueva, también dejo una nota de agradecimiento y me voy del lugar esperando que nadie me vea. La razón es que nuestra escuela está dividida en dos horarios, uno para chicas y otro para chicos, no podemos convivir... o al menos no hasta que sea temporada de que las madres casamenteras escojan a los esposos de sus hijas.

No pasan sino dos meses hasta que el caos se desate, pero deben entender que no podía permitir que tal sinsentido se lleve a cabo.

Todo fue improvisado, la situación no me dio tiempo de organizar algo sin tantas repercusiones, sin embargo, todo va acorde a mi plan. Está bien, los gritos, cosas rompiéndose y la ceja rota no estaba dentro de mis planes, de hecho tampoco lo estaba el exilio, pero son cosas menores comparados a lo que evité.

Lo acepto, hice un alboroto a propósito, cada paso que daba mientras gritaba se repiten una y otra vez en mi mente, la canción de fondo cortesía de la chica de pelo rosa, la persecución cortesía de mi mejor amigo, el luchar contra quien me sostenía antes de recibir los golpes, cuando nos arrastraron fuera del lugar y por último como golpee tanto esa puerta que mis manos sangraban. 

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Una historia sin nombre [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora