𝘾𝙖𝙥𝙞́𝙩𝙪𝙡𝙤 𝘿𝙤𝙨

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Días solitarios

Capítulo largo

Mónica Briz

Hace 3 años

Mis padres pactaron mi compromiso desde que estaba en el jardín de infantes, no protesté, pues con suerte no comía la tierra del patio, cuando llegué a la preadolescencia empecé a entender de a poco. Austin, quien descubrí que era mi prometido, me visitaba varias veces, por lo general llegaba junto a sus padres a falsas cenas de negocios organizadas por los míos y otras veces llegaba después del colegio y me hablaba escondido desde los arbustos del jardín, con el tiempo nos volvimos amigos que se casarían por unas firmas en el papel.

No fue hasta que cumplí 15 años que entendí una cosa, todas las veces que se escondía para verme, cuando trepaba por el árbol junto a mi casa para hablar por la ventana, cuando me ayudaba a escapar, todas y cada una de sus acciones hicieron que me gustara de poco a poco.

Personalmente, no entiendo cómo sus padres aceptaron un matrimonio cuando éramos niños, de los míos sí lo comprendo, su pensamiento se rige únicamente porque yo cumpla rápidamente la mayoría de edad, me case y entre al negocio de inmobiliaria de la familia.

Nuestros primeros encuentros fueron desde muy pequeños por lo que no hubo ninguna queja, luego, cuando nos volvimos amigos y pude confiar en él, las visitas en el jardín pasaron a ser paseos por el pueblo, claro que estos eran cuando caía la noche unas horas antes de la merienda, a esa hora no hay casi nadie transitando y los faros de las calles no se han encendido aún, lo que nos permite pasar de incógnitos. Ahora sus acercamientos son más constantes, su valentía para hablarme, aunque sea entre susurros, durante la jornada escolar provoca que pase sonrojada todo el tiempo.

Este día inicia en la madrugada, precisamente a las 5 am, para el medio día ya he paseado por al menos 3 salones diferentes recibiendo masajes, manicura, pedicura, me maquillan, peinan y ahora estamos en la boutique esperando a la modista, que también es dueña del local.

—Venimos por mi encargo —mi madre exige en un susurro, como si escondiera algo.

—¿Es ella? —la modista me señala con una expresión de preocupación—. Mi señora, esto parece no estar bien qué pasa si...

—¡No pasa nada!, no va a pasar nada —oh no, mi madre está molesta—, ahora ve por mi encargo y mantén tu pico cerrado.

La modista se retira dándome una mirada de pena, regresa minutos después con una actitud completamente diferente a la sumisa de hace un momento.

—Aquí tiene, este precioso trabajo no tiene ni tendrá mi firma —su tono es decidido—, no vuelva, jamás.

—Qué lástima que tan bello trabajo no vaya a tener un autor. —la voz de mi madre es irónica y puedo ver una pequeña sonrisa formarse en su rostro.

Salimos del lugar casi corriendo, la dueña cierra la puerta con mucha fuerza y pone el típico cartel de "Cerrado", aún a la distancia se puede ver que tiene el rostro rojo por la ira. Subimos al auto y por fin volvemos a casa, apenas entrar mi padre aparece cargando una caja de zapatos, la deja en el suelo y toma la caja grande que mi madre llevaba.

—Desvístete rápido para que te pongas el vestido.

No sé qué responder, me quedo quieta en medio de la sala sin poder procesar la orden que acabo de recibir.

—¡Que te desvistas! —mi padre vuelve a gritar y antes de que pueda moverme mi madre me retira la blusa que llevaba.

—¡Apúrate!

Una historia sin nombre [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora