𝘾𝙖𝙥𝙞́𝙩𝙪𝙡𝙤 𝘾𝙞𝙣𝙘𝙤

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Nuestro espacio

Capítulo largo

Austin Ron

Lo primero que hice después de ver ese auto fue ir a la casa de Mónica, ignoré todas las miradas de desprecio hasta llegar a mi destino, y si no lo hubiera visto en persona, no lo habría creído. La casa, que en algún momento tenía sus ventanas abiertas para recibir la luz del sol, ahora tenía barrotes de metal cubriéndolas. La puerta también contaba con una reja, y obviamente la cerca del patio ahora era más alta de lo normal.

Sin embargo, eso no fue lo más impactante de todo, sino el hecho de que a cada lado del portón se encontraban dos placas gigantes, en una estaban las normas del pueblo y en la otra, las sanciones por no cumplirlas.

Aprieto los puños con rabia y regreso por donde vine. Todo el pueblo es igual; las mismas casas color crema de tres pisos, los mismos jardines con flores de colores y la misma letra para todos los letreros en las calles. Llego de nuevo a casa y voy directo al patio, desde donde lanzo una piedrita a la ventana de mi amigo, no tarda nada en abrir, verme y bajar, casi corriendo, hasta la baranda que separa los jardines.

—¿Por qué tienen que hacerle eso? —es lo único que puedo decir antes de empezar a llorar.

Dylan me pide que me calme, pero no puedo. Todo esto es tan injusto y es mi culpa. Me toma 10 minutos dejar de llorar para que mi amigo pueda decirme su idea.

—Tal vez no puedas hablar con ella, pero sí con aquellas que estuvieron con ella.

Al principio no lo entiendo y solo lo veo confundido. Él no espera que reaccione; solo entra a su casa y regresa con una hoja y lápiz, garabatea algo y me entrega el papel.

"Edificio abandonado"

Mi cerebro hace click enseguida. No diga nada y simplemente voy hacia la casa de Tania, o la que creo que es su casa. Para mi suerte, sí se encuentra a dos cuadras de la de Mónica; en algún momento la castaña me habló de eso. Avanzo ignorando las miradas de las personas que pasan, espero a que la calle se despeje y paso el papel por una ventana entreabierta. No sé si lo encontrará ella o sus padres, pero debo arriesgarme.

Sigo mi camino como si nada hasta aquel edificio que está casi a las afueras del pueblo. En su tiempo era una potencial piscina, pero el consejo se peleó con los arquitectos porque lo consideraban impropio y terminó quedando a la mitad.

Cuando llego, Dylan ya se encuentra allí y me saluda con una gran sonrisa.

—Acabamos de vernos —me acerco—, no pudiste extrañarme tanto.

—No te saludo a ti, aunque me alegro de que ya te funcione la cabeza. Saludo al chismoso detrás de ti.

—Yo no soy ningún chismoso —Alex se queja—, casualmente vi a Austin pasar y no quería que vaya solito.

Ambos reímos al escuchar al pelinegro, pero no le echamos. Es nuestro amigo y de seguro Dylan ya había pensado en que llegaría. Nuestras risas se interrumpen por un grito y todos volteamos justo en el momento que vemos a Tania correr con un pastor alemán detrás. En busca de salvarse se lanza con el primero que encuentra, Dylan, quien la sujeta antes de empezar a correr cargándola como princesa.

—Barb detente —Alex le ordena al perro, ahora perra—, eras una buena chica y las buenas chicas no andan mordiendo a gente.

Al parecer la orden no quedó nada clara cuando ladra con más fuerza y hace que todo entremos al edificio a escondernos, pero no se detiene, empieza a rastrear nuestro olor y, antes de llegar con Tania, un ruido la distrae. Es Alex; él empieza a correr llamando su atención y llevándola lejos.

Una historia sin nombre [Editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora