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Bostezo con cansancio en silencio, procurando no hacer mucho ruido con la puerta al llegar por si Jae se encontraba durmiendo.

Dejo mi bolso y me quito los zapatos de manera lenta aún estando en la oscuridad de la penumbra. Intento no pensar demasiado en el dolor que tengo en varias partes de mi cuerpo, así que me siento lentamente en el sofá y vuelvo a contar los billetes ganados.

Faltaba poco para poder pagar el campamento al que Jae quería ir. Y la verdad la idea de hacerlo feliz con una sorpresa como aquella me hacía mucha ilusión, ya que hace mucho tiempo no recibía una linda noticia como esa.

Y de nuevo el silencio de la noche ensordece mis oídos. Yo estoy ahí, pero al mismo tiempo, mi mente y mi alma van a otro lugar y a otro momento de mi vida donde yo era feliz. Miré mis piernas palidas con rasguños, recordando como hoy me tomaron con fuerza y me trataron como un muñeco.

Sonreí con tristeza y suspiré. Era dificil no poder digerir el hecho de que todo cambió de un día para otro y era algo que me hostigaba todos los días. Me sentía tan sola y tan angustiada por todo lo que me sucedía, que a veces hasta olvidaba que eran sentimientos dañinos para mí y los tomaba como algo de normal de mi día a día. 

No recuerdo cuando fue la primera vez que comencé a tener episodios donde la tristeza se apoderaba de mi. Solo sé que con el pasar del tiempo, los problemas se fueron sumando y mi alma comenzó a sangrar cada día un poquito más. Sin embargo, a pesar de que cada noche derramaba lagrimas, el dolor se fue volviendo algo... más normal en mi día a día.

La resiliencia que hubo en mi cuerpo fue tanta que dormí mis sentimientos. Los guardé en un cajón al fondo de mi alma para que nadie pudiera entrar nunca, y a veces, sin que pudiera evitarlo, ese cajón se abría solo y yo lloraba desconsoladamente. Las ganas de marcharme a un lugar mejor y jamás volver a sentir lo que reprimía siempre fue mi plan principal, sin embargo, el rostro de Jae venía a mi mente, y entonces yo terminaba entendiendo que no podía ser así de egoista. No podía dejarlo solo de la misma forma en que lo hicieron con nosotros, no podía darle ese dolor sabiendo por carne propia lo que se sentía estar sola. Sentir que nadie te comprende ni necesita, sentir que no eres relevante para nadie porque eso es lo que mereces. 

Luego de respirar hondo e incorporame del sofá, abrí el refrigerador y saqué de allí el queso y el pan que Jae había guardado para mí. No era mucho, pero era algo.

Me senté en la silla a comerlo con tranquilidad, hasta que de repente, entre la oscuridad y el silencio de la estancia, vi unos pequeñas pies bajar las escaleras.

—¿Tía?—dijo esa voz. 

Estaba adormilado. 

Me incorporé de repente y me acerqué a él, al ver como alzaba los brazos sabía que quería que lo cargara, así que eso mismo hice.

—¿Que hace este niño tan dormilón levantado en altas horas de la madrugada?

—No podía dormir. Mi niñera es mala, no me quiso cantar cuentos. 

Hice una mueca. Era la unica chica que se ofreció a cuidar a Jae a horas tan complicadas como lo eran parte de la mañana y parte de la noche. A la tarde lo cuidaba yo y luego nos dormíamos. Jae se había acostumbrado a mis horarios, de modo que no era dificil descansar junto a él cuando volvía de la universidad.

Sin embargo esa chica no consumía mucho mi bolsillo, de modo que gracias a ello podía permitirme tener a alguien que cuidara a Jae. No podía quejarme por su trato o su malhumor, no teníamos opción.

—¿Quieres que te cante algo yo?—susurré chocando mi nariz con la suya. El sonrió entusiasmado, mientras volvía a bostezar.

—¿Me trajiste algún dulce de tu trabajo?

STAY WITH ME | LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora