CAPÍTULO 24

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Nathan Black

No pude volver antes por mucho que quisiera.

Me llamó mi padre. No le cogí el teléfono, pero sí que lo hice a Gabriella. Ella volvió a estar dentro en los problemas que su padre le metía. La ayudé.

Pero entonces mama se tuvo que ir a un viaje de trabajo. Era una conferencia de psiquiatras del país en Philadelphia. Me quedé con Evelyn toda la semana. Me lo pasé genial, pero echaba muchísimo de menos a Zoe.

Gabriella se presentó en casa un par de noches. Intentó que le dejase dormir conmigo porque estaba muy asustada por todo el tema de las drogas y su padre, pero no quería problemas con Zoe. Yo quería a mi pequeña y no podía dormir con Gabriella en la misma cama que había tenido a Zoe unas noches antes. No me sentía cómodo. Así que la tuve que echar.

Pero un día, mientras mi hermana jugaba en su habitación, llamaron a la puerta.

—¡Ya voy! — grité desde la cocina.

Estaba preparando la comida para mi hermana.

Llegue a la puerta y sin pensarlo, abrí.

Delante, mi padre con su traje perfectamente medido, me miró con una sonrisa.

—Hola, hijo.

—¿Qué haces aquí? —pregunté cabreado.

No me hacía ninguna gracia que papa estuviese tan cerca de mi hermana. No quería que ella lo viese, porque ella había visto a papa, pero no sabía como era. Y si se enteraba de que estaba en casa, querría abrazarlo como cualquier niña inocente que ve a su padre después de mucho tiempo. Y no quiero que ni se acerque a ella. No quería que le haga daño.

—No me coges las llamadas, así que tendré que venir a hacerte una visita —intentó adentrarse en casa, pero me interpuse.

—Si no te contesto es por algo —dije serio—. Vete de aquí.

—Tenemos que hablar, Nathan.

—No me llames así.

El Nathan solo era de una persona. Solamente Zoe me llamaba así y únicamente ella lo hacía especial.

—¿Cómo es que Andrew me ha llamado diciendo que te presentaste en su bar con una chica?

—No te importa.

—Sí que me importa, hijo.

—Deje de ser tu hijo en cuanto te fuiste de casa para irte con otra mujer.

—Me fui por vosotros.

—Claro —me reí amargamente—. Ahora no intentes ir de padre comprensivo y preocupado. Te fuiste porque te venía mejor a ti.

—Siempre me he preocupado por vosotros.

—Ni siquiera te sabes el cumpleaños de tu hija pequeña —me encaré a él.

Tragó duro y se alejó de mí.

—Mira, solo he venido a decirte que ya no estoy metido en ese mundillo y no podre sacarte de él si necesitas mi ayuda.

—No necesito tu ayuda.

—Te estás metiendo donde no te llama.

—Estaba ayudando a una amiga.

—Tu amiga se ha metido en sus propios problemas. No puedes ayudarla con eso.

—Los mismos problemas que me metiste tú —le recordé.

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