PRÓLOGO

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Zoe Davis

Llegué del instituto, muerta. Odiaba ir al instituto después de todo lo que pasó. La gente me miraba mal, como si yo fuese la culpable de todo, el bicho raro. Ya me habían dejado en paz, luego de muchas insistencias del profesorado y de mi padre, obviamente. Mi hermano también tuvo algo que ver... Pero la cuestión es que ahora podía caminar por los pasillos del instituto sin ir con miedo.

Aún la gente me miraba raro, apenados. Yo solía ser de esas populares que le dan envidia a todo el mundo, pero en verdad no era más que una persona normal con sus problemas. Unos problemas que se me juntaron con otros y acabaron explotando contra mí.

Llegué a mi casa y no fui recibida por nadie. Era algo normal. Mi padre estaba muy ocupado con su bufete de abogados y mi hermano estaba en la universidad a dos horas de aquí.

Como era viernes, me permití tomarme un refresco de la nevera y me tumbé en el sofá. No tenía mucho que hacer, las clases iban acabando y solo tenía que estudiar para los exámenes finales. Sin embargo, como iba al día, no necesitaba estudiar cada tarde, así que simplemente me puse un episodio de Friends, una serie que nunca falla.

Normalmente, el tiempo se me pasaba volando. Hacía tiempo que me pasaba. Solamente de recordar lo mucho que mi vida había cambiado en apenas un año, me mareaba.

No sé ni cuantos episodios me vi, pero acabé la sexta temporada. Mi personaje favorito es Chandler, me parece que es genial.

Sobre las nueve de la noche, la puerta de casa se abrió. Yo aún seguía tumbada en el mismo sitio, pero con una bolsa de patatas en mi regazo. Únicamente me había levantado para comer algo. No quería hacerme nada de cenar sin mi padre.

Desde donde estaba pude observar entrar a mi padre con su maletín y su traje impoluto. Dejó las llaves en el mueble del recibidor, ese que era de diseñador y que por muy bonito que fuera no transmitía nada, y finalmente se giró hacia mí.

—Hola, cielo —me sonrió mientras dejaba el maletín en un sofá y se desabrochaba el botón de la americana.

—Hola, papa.

—¿Cómo te ha ido el día?

—Normal.

Asintió. No había nada más que decir.

Yo antes era una niña muy alegre, creo que siempre fui la alegría de la casa, pero supongo que todos tenemos nuestros topes y el mío ocurrió el año pasado. Desde entonces, mi padre se adaptó a mi nuevo yo, a mi nueva actitud y aun sabiendo el esfuerzo que hacía por mí, no le gustaba nada lo que veía en frente. Él quería a su hija de vuelta, a su niña, esa que sonreía y hacía bromas, esa que le hacía reír y le daba besos a todas horas. Muchas veces, cuando se exasperaba me lo decía, pero, aunque yo hiciese un esfuerzo, no se sentía nada igual.

—He pedido una pizza —le comenté.

—Pide dos —dijo mientras se dirigía a la cocina.

—¿Dos?

—Tú hazme caso —me sonrió.

Poco después volvía a tener el teléfono en la oreja para pedir una segunda pizza. Me dijo el chico que no iban a tardar mucho así que fui preparando el salón. Los viernes veíamos películas y comíamos pizzas. Era una tradición desde pequeña. Aun todo lo que pasó, esto siempre se respetaba. Mi padre incluso salía antes de trabajar.

Puse unos vasos en la mesa de centro y saqué una botella de agua y la de vino para mi padre. Cogí unas servilletas y encendí las luces led que teníamos colgadas por el salón. Llevaban allí desde que mi hermano y yo nos aficionamos a ponerlas. Apagué las luces y encendí la televisión para buscar una película.

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