Treinta

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Llegamos a casa más rápido de lo que espero, cuando bajo del auto llevo los pies a arrastras, a penas puedo caminar. Estoy muy cansada de toda esta mierda que se ha vuelto mi vida.

—Siento que cada uno de mis huesos cruje con cada paso que doy —me quejo mientras caminamos hacia la cocina.

Gabriel prepara dos bolsas con hielo mientras me siento sobre la isla a esperar por ello. Las deja a la par mía y tomo una, viendo como el levanta un poco su camisa hasta que decide quitársela por completo. Con la bolsa de hielo en mis costillas veo con mucho detenimiento la figura que se carga Gabriel, quien diría que estaría así de bueno a pesar de todos los morados y rasguños que le cubren por ahora y que lentamente se desvanecen.

—¿Qué? —pregunta desinteresado, llevando su bolsa hacia su costado.

Niego con la cabeza sin apartar mi mirada de su cuerpo. —Nada.

Se apoya en el mueble que tiene atrás y queda justo enfrente mío, su brazo se contrae cuando pasa la bolsa de un costado a otro y yo no puedo dejar de deleitarme con la vista. Es increíble que ver como la gota de agua se desliza por su cuerpo me parezca tan sexy y esté logrando prenderme.

—¿Vamos a hablar? —pregunto de la nada. Subo un poco mi camisa para ver un morado cerca del hueso de mi cadera, pongo el hielo ahí—. ¿De lo que viste en mi mente, de lo que pasó en la cueva?

Gabriel sube su vista a mí con una ceja enarcada y una media sonrisa. —¿En serio quieres hablar de eso ahora?

Frunzo el ceño y me encojo de hombros. —¿Por qué no? No creo que tengas algo mejor que hacer.

Asiente repetitivamente, sigue moviendo la bolsa en distintos lugares de su cuerpo y mis ojos no pueden hacer más que seguirlo con mucho cuidado. Llevo mi propia bolsa al cuello a pesar de que no tengo nada ahí, de repente, siento que la temperatura ha subido un poco.

—¿Quieres saber que vi en tu mente ese día? ¿Por qué empecé a actuar tan raro después de eso? —pregunta con detenimiento y yo asiento—. Desde pequeños te veía como mi mejor amiga, algo como mi hermana, mi protegida. Fuimos creciendo y puede ser capaz de apreciar la belleza que eres y no solo físicamente, eres un diamante con una cobertura muy dura, pero que vale la pena. Creí que tener un tipo de sentimientos hacia ti era imposible, supuse que tú y yo no estábamos destinados a ser, ya que solo soy tu ángel guardián...

—Gabriel, tú... —intento decir, pero me corta.

—Espera —deja la bolsa a un lado y se acerca hasta mí, posicionándose en medio de mis piernas, dejando sus manos a cada lado de mis muslos—. Nunca creí que tendrías sentimientos de ese modo por mí. Por lo menos, no hasta que estuve en tu mente y pude ver un desastre de pensamientos e ideas que están basadas en mí. Cuando digo que tienes una mente perversa no es un chiste, Selene.

La forma en que dice mi nombre es algo que no puedo describir, siento que me falta el aire y su cercanía no me deja pensar claramente. Trago con dificultad, lamiendo mis labios sin saber que decir.

››¿Sabes? Yo también he tenido esos pensamientos sobre ti —su tono ha cambiado, si no lo conociera diría que su voz se ha vuelto ¿seductora? No lo sé, pero está logrando una fuerte tensión—. No creí que fuera merecedor de ello, pero supongo que me equivoqué...

Con cada palabra se acerca un centímetro más hasta quedar a unas milésimas de distancia, su aliento choca contra mi piel y siento que estoy perdiendo la cordura. Sus hermosos ojos esmeralda me ven con determinación y casi siento que penetran todo mi ser, su tacto en mi mejilla después de que me quita los lentes y pasa un mechón de mi pelo por detrás de la oreja envía una fuerte corriente por todo mi cuerpo.

Oscuridad o Luz ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora