Capitulo 01x06: Un último grito ahogado.

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 Capitulo01x05: Un último grito ahogado.


   Nos encontrábamos en movimiento hacia algún punto que no tenía del todo claro, el sol brillaba a lo alto como un día indiferentemente bello. Contemplaba desde el interior del auto a más personas yendo por las mismas direcciones, obstaculizando progresivamente la marcha. Más de una vez había visto pasar con una velocidad demente a alguien hasta perderse por otra calle.

     Robert hundía la mano sobre el claxon aturdiendo mis oídos con las repetitivas pulsaciones mientras procuraba abrirse paso entre las personas asustadas que huían igual que nosotros.
A pesar de hallarme desprovisto de alguna emoción, no podía evitar sentir aquel extraño pavor al observar a todas esas personas huyendo por las mismas direcciones, demasiados asustados y sin ningún conocimiento de la situación. De lejos, lucían preparado cargando maletas en el interior y exterior de sus autos, dándome cuenta que sólo contaba con mi teléfono y tal vez un cargador que no me encontraba seguro de haber guardado en el interior del bolsillo; he abandonado fotos y pequeñas cosas que me recordarían de ellos, arrepintiéndome de haber abandonado nuestro hogar.
Ni siquiera tenía idea de adonde iríamos, sólo que debíamos huir de la casa de inmediato, todavía podía sentir la sensación vibrante sobre mi muñeca. El interior era de cuero negro y el habitáculo tenía un aroma a colonia suave.
— Habla el agente Robert Romero ¿Alguien me copia? — se mantuvo en silencio con una pequeña radio que sostenía en la mano de la cual pendía un grueso cable de color oscuro en forma de espiral.
— Aquí Robert Romero ¿Alguien me copia? — insistió disimulando el evidente pánico que se dibujaba en su expresión.
Había tomado un camino a su izquierda de forma abrupta, tal vez si la puerta no estuviera asegurada saldría expedido del auto; volví la mirada al enfrente, intentando hallar qué fue lo que lo llevó a tal abrupta acción, pero sólo vimos personas.
Finalmente habíamos llegado a las rutas principales, la imagen volvía a repetirse. No podía encontrar una esquina de la ciudad que no luciera normal o que permanezca despejada.
Robert aceleraba en una ruta donde la velocidad era mínima, él era consciente de eso.
— ¿Tienes un plan?
Seguía contemplando el paisaje que ante mis ojos se desdibujaba por la velocidad, me llenó de pánico a pesar de confiar a muerte en él.
— Debemos llegar al estadio — murmuró entre dientes, sin perder la vista en su dirección. Seguía avanzando haciendo leves zigzagueos.
Pasado un tiempo habíamos llegado a la estación de policías, varios cuerpos yacían en el suelo, asesinados cerca o alejados de algunas patrulleras cuyas sirenas continuaban encendidas.
El edificio se expandía a lo largo del terreno y contaba con un solo piso, la parte posterior, era donde los vehículos patrullas permanecían estacionadas, pero se encontraban vacíos.
Disminuyó la marcha hasta quedar completamente inmóvil y contempló el lugar boquiabierto, apretó lentamente sus manos por el volante sin despejar la mirada. Inspiró y volvió a moverse, desenfundó su arma y verificó el cargador, su movimiento fue rápido, no alcancé a comprender lo que intentaba realizar.
— Quédate aquí.
— ¿Qué?
Respiré hondo.
— Max, enciérrate. No hagas ningún sonido. — continuó de manera inquieta.
— ¿Qué planeas hacer? Esto no parece seguro — Mi voz sonó temblorosa por un momento, ni siquiera comprendía aquella inusual tonalidad.
— Verificaré si queda alguien vivo, si puedo quitar a alguien con vida — Farfulló —. No lo sé, alguien debe necesitar ayuda.
Cruzamos miradas una vez más. En sus inquietos ojos que parecen siempre observar de manera juzgante noté un atisbo de miedo y de incredulidad, respiró unos segundos en silencio mientras juntaba coraje para salir.
Dio unas últimas miradas por la ventana exterior y el retrovisor, luego tomó aire y abandonó el auto, cerrando la puerta con suavidad. Lo vi marcharse a trotecillos en dirección a la estación con arma en mano, giré la cabeza de vuelta a lo que yacía en frente. Desde adentro el silencio era inquietantemente envolvedor, no perdía la vista de aquellos autos estacionados, cerrando el paso con las sirenas descompasadas.
Un nuevo miedo se disparaba en mi interior, uno que hacía que temiera el silencio y la serenidad, lo que se dibujaba delante de mí, me provocaba un inexplicable pavor e inquietud que nunca había experimentado y movía los ojos vigilando los espejos casi de forma paranoica.
Busqué a tientas mi teléfono para verificar la hora, hace un minuto se había marchado. Bloqueé la pantalla y escondí devuelta en mi bolsillo. Me cuestionaba en mi interior si debía salir del auto a buscarlo, estar encerrado resultaba sofocante y en consecuencia las piernas tiritaban sin posibilidad de detenerlas.
Dirigí la mirada a la entrada de la comisaría y la sostuve, no me había dado cuenta que mi respiración se detuvo mientras cavilaba un millón de posibilidades. Recosté la cabeza sobre el cabecero mientas procuraba realizar un ejercicio de respiración y en mi tormentoso silencio, mis recuerdos se tornaban vívidos.

      Visualizándome en medio del pasillo, de espaldas a la puerta, pero sin oír ningún sonido. Inexpresivo y sin fuerzas, todavía sin comprender la decisión que había tomado.
Observaba mi temblorosa mano en la cual sostenía el arma, me hallaba ausente mientras mis latidos martilleaban mi cabeza. Podía percibir mis lágrimas aunque no podía romper en llanto, no podía comprender mis propias acciones.
Un suave golpe por el cristal de la ventana me sacudió el cuerpo y giré tembloroso, me había traído de vuelta; era una mujer joven de tés bronceado, parecía estar jadeando, traía la ropa manchada con un poco de sangre y tal vez transpiración. Golpeaba la ventana repetidas veces con creciente desesperación sin apartar la mirada sobre mí.
— Por favor, necesito ayuda, es mi hija — le sostenía de la mano, era una niña no más de ocho años; poseía el pelo lacio de color castaño, sus mejillas inflamadas y lívidas.
Su estatura era similar a la de Dante, la mujer continuaba hablando mientras que yo sólo podía observar a la pequeña con expresión estremecida. La mujer volvía golpear la ventana, pero esta vez, con la palma de la mano.
La niña traía el vestido manchado de sangre, lo había notado después.
— Necesito llegar al centro de evacuación, por favor — continuó con alarmante desespero.
— Lo, lo siento, de verdad. No puedo.
Algo captó su atención y se alejó para caminar hasta la punta del auto, tirando de la mano a la niña.
— ¡Por favor, oficial ayúdenos! — le imploró de inmediato al notar su presencia. Robert quién cargaba una bolsa de color café en la espalda levantó el arma apuntándola.
— Quieta — le ordenó y la mujer siguió caminando —. ¡Le dije que se quede quieta! —. Levantó su propia voz.
Giré la cabeza en ambas direcciones vertiginosamente, deseando con fervor no exponernos con el repentino bullicio.
El terror era indescriptible, necesitaba salir del auto aunque no quería arriesgarme; el espacio de pronto se tornaba más estrecho y paulatinamente percibía una leve presión sobre el pecho.
— ¡Por favor, oficial! ¡Necesitamos ir al estadio, ella necesita revisión médica! — Imploró con voz quebrada y trémula, al tiempo que enseñaba a la niña. Abrazaba a la mujer por la cintura y parecía esconder el rostro de él.
No podía seguir observando desde el interior, aquella niña se veía agotada y aturdida, tal vez no fue una mordida, tal vez fue un golpe.
¿Qué infierno habrán pasado para llegar hasta nosotros? Deseé por un instante ayudarlas, alejarlas de toda esta pesadilla y evitar que alguien muriera. Pude haber sido yo, si Robert no hubiese llegado a tiempo me hubiera encontrado en la misma desesperada situación.
Me dificultaba la respiración y la presión se tornaba insostenible. Inspiré y bajé del auto, intentaba ser rápido para disimular mis leves espasmos, estudié de vuelta mis alrededores como si de cruzar la calle se tratase y caminé a grandes pasos hacia donde se encontraban.
— Vuelve al auto, Max — me advirtió.
Y me detuve por unos breves segundos, observé a la mujer a la espera de una respuesta. Deseando que pudiera convencerlo.
— ¿Qué haces, Robert? — Le espeté —. ¿Por qué la estás apuntando?
Fijaron sus miradas hacia nosotros y lo alternaban rápidamente.
— ¡Vuelve al auto, Max! — Me señaló con un dedo. — ¡Sólo hazlo!
— ¡Tienen a una niña, no podemos dejarlas! — repliqué.
— Sólo necesitamos ir al estadio, por favor. Ella necesita una ayuda médica y no podemos ir a ningún hospital.
Llevó la mano de vuelta como base para sostener su propia arma y caminó hasta el auto.
— Retrocede, Max — Añadió de vuelta sin dejar de apuntarlas.
— ¡Por favor, no pedimos más!
La impotencia se cernía sobre mí mientras observaba a la niña esconderse detrás de quien podría ser su madre. Su expresión evidenciaba un terror absoluto al tiempo que sollozaba en silencio.
Dante lucía igual y todavía rondaba su voz en mi cabeza preguntando por Judith. Retrocedí sin apartar la mirada sobre ellas, me acerqué lo suficiente al auto y estiré la puerta del copiloto.
— Lo siento, lo siento mucho — Exclamé con impotencia.
Sabía que sería inútil insistir, la observaba estremecida mientras sentía que el corazón empezaba a retorcerse.
La mujer se limitó a seguir implorando entre lágrimas; abrió la puerta de un estirón y arrojó la bolsa al asiento trasero.
Unas pisadas rápidas acompañadas de dolorosos gritos nos avisaban de lo temido.
— ¡No pueden dejarnos aquí! — Espetaba la mujer mientras abrazaba a la niña cubierta de sangre.
Nos resguardamos en el interior del espacioso auto y alterné las miradas entre ellas y el grito de las personas que se acercaban.
— ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!
La mujer jadeaba mientras se acercaba en dirección de la puerta de Robert, quien trataba de arrancar. Le estudié la expresión con la esperanza que pudiera mostrar piedad. Sin embargo, lo desconocía, su rostro se había endurecido y una vena gruesa se le dibujaba en medio de la frente.
— Robert, podemos ayudarlas — Musité en un hilo de voz.
— No después de lo que he visto — Agregó entre dientes.
¿A qué se refería con eso? El aterrador panorama me condujo al pensamiento de algo horrendo, el interior de la comisaría tal vez se convirtió en un escenario digno de algo perturbador. Algo que Robert se vio obligado a encarar sin tener idea de lo que podría hallar.
Arrancó por fin o tal vez no debió hacerlo y dio marcha, no tardamos en dejarla atrás, giré lentamente la cabeza en dirección a ellas y mientras que nos alejábamos observé a la mujer ser rodeada por aquellas personas, un último grito pareció oírse. Un último grito ahogado.
Volví la mirada a Robert, respiraba pesadamente por la boca mientras sostenía la mirada en su camino, estaba helado por su indiferencia. Aceleraba con urgencia sobre una calle pública y de proporciones extensas, ambos sosteniendo un pesado silencio y por mi parte, procurando reconocer a mi amigo. Todo mi cuerpo se encontraba paralizado por lo que había hecho.
— ¿Por qué no las ayudaste? — pregunté sin apartar la mirada sobre él, pero se había mantenido inmutado mientras continuaba conduciendo. Especulé sobre qué lo había llevado a hacer eso, era completamente antinatural de su parte.
— Robert — insistí —. ¿Por qué lo hiciste?
— Tenía la mordida — respondió apenas.
— ¿Cómo sabes que era una mordida?
Al terminar de formular la pregunta intenté rebobinar a ese momento para notar alguna herida, pero no me recordaba ver algo o tal vez lo había pasado por alto.
— Nuestra prioridad es llegar a salvos al estadio, encontrar a mis compañeros y...
— No me cambies de tema — susurré entre dientes y volvió a endurecer la expresión mientras que había guardado silencio por unos breves segundos.
— Tenía sangre — respondió finalmente, ni siquiera había notado cuánto tiempo se demoró.
Suspiré de pronto, perplejo.
— ¿Cómo sabes que estaban heridas?
Sacudió la cabeza, ignorando mi respuesta. No podía alejar la vista sobre él, parecía estar apenas procesando lo que ocurría.
— Era una niña, Robert — proferí entre dientes.
— ¡No puedo arriesgarnos! — Espetó —. ¡No viste lo que yo vi!
Bajé la mirada lentamente y volví a apartarme hasta dejar la cabeza cerca del cristal, tal vez esa niña tenía más oportunidad que Dante o tal vez la estaba asociando.
— Ella se merecía una oportunidad — murmuré con un hilo de voz. Tal vez ni siquiera me había oído y si lo hizo no le había dado importancia.
Mis emociones paralizaban mi cuerpo paulatinamente mientras me convertía en un espectador del terror que se desataba en nuestros costados. Más personas huyendo en vehículos o corriendo con desesperación; los gritos que se perdían a nuestras espaldas.

Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora