"Así es como termina el mundo, no con una explosión sino con un lamento."
Thomas S. Eliot.
Cayó el día sin poder percibirlo, un nuevo día anómalo donde el sol había ascendido y su luz aún no era cálida, el silencio era envolvente y la tranquilidad era siniestra. Nunca fui consciente de cómo el tiempo se ralentizaba, el agudo dolor interno y el cansancio físico me arrebataba la percepción del tiempo.
Estaba tan fatigado y confuso que dudaba si estaba despierto o dormido.
La sala que se encontraba a oscuras poco a poco iba siendo iluminada por los rayos que traspasaban las cortinas, recordándome que es el amanecer de un nuevo día.
Mientras que me encontraba sentado en el sofá con la espalda descansando por el respaldo y con Dante entre mis brazos, su piel se encontraba pálida y presentaba leves síntomas de pigmentación; su cuerpo se sacudía muy levemente, sus ojos se encontraban cerrados y le había costado trabajo dormir por la noche, o lo que quedó de ella.
Una tela de algodón cubría la herida en su antebrazo derecho, una mordida profunda e irreversible que lo desmayó hace unos pocos minutos.
Estaba fatal, no pude conciliar el sueño, los ojos me pesaban y los sentían hinchados, además de percibir una horrenda jaqueca.
Llevé su pequeña cabeza en dirección a mi mejilla mientras me mecía lentamente de costado, mirando en algún punto inespecífico del suelo.
¿Por qué ha ocurrido todo esto? No podía acreditarlo.
¿Cómo se supone que debería reaccionar cuando me siento despojado de cualquier sensación?
Súbitamente todo se hallaba en pausa, cualquier deseo o planes habían terminado.
No era una pesadilla, para mi desgracia y si lo era, pues entonces es la más larga que nunca he vivido.
Robert se había encargado de enrollar el cuerpo de Judith con sábanas, lo había hecho por mí luego de encontrarme en posición fetal cerca de su cadáver con una mirada inexpresiva.
— ¿Estás bien?
Oí susurrar a Robert a mis espaldas, pero no había contestado. No había dicho nada desde lo que había ocurrido, comenzó a acercarse. Lo supe por sus pisadas suaves y ligeras, caminó en sigilo hasta tomar asiento a lado mío y ambos nos mantuvimos en un perpetuo silencio.
— He terminado de hacer el lugar — Dijo en voz baja, estuvo lo que restaba de la madrugada realizando un espacio para enterrarla. Se examinaba las manos cubiertas de tierra mientras aguardaba una respuesta, una que no podía formular. El dolor de la cabeza se hacía cada vez más latente al punto de volverse una sensación que martilleaba interiormente.
— ¿Cómo está? — continuó devuelta, lo sentía respirar con pesadez.
— Sigue igual — respondí sin ganas, tal vez ni siquiera alcanzó a oírme.
El silencio se había vuelto absoluto y congojo. Podía oír la respiración de Dante, no podía pensar en lo que pasaría cuando despierte ni cómo reaccionaría cuando por fin se entere de lo que ocurrió con su madre.
Meditaba sobre eso mientras la latente jaqueca me golpeaba en la cabeza. ¿Cómo le diré lo que ha ocurrido con ella?
No había forma de alejarlo de esto, no podría mantenerlo en silencio ni un segundo más.
— Hey... — murmuró —. Traté de apartarlo, sólo quería ponerlo a salvo en el auto.
El ardor había vuelto y el dolor se intensificó, de pronto me hallaba irritado. Todo colisionaba de manera silenciosa y precipitada.
— No tenía idea de que...
— Basta — interrumpí abruptamente sin elevar la voz, no podía seguir oyéndolo un segundo más —. Se supone que debías cuidarlo, Robert.
Él no formuló respuesta alguna y tampoco parecía respirar en aquel instante. Deseaba continuar y lanzar todo lo que me carcomía en lo recóndito de mi ser, pero era consciente de estar enojado y profundamente abatido por el dolor, dos combinaciones peligrosas.
De pronto Dante dio una fuerte tos que lo despertó súbitamente. Sonaba horrible, como si tuvieran los pulmones dañados, me había apartado de él con gran pavor. Abrió sus ojos, eran rojizos y empezó a jadear.
— ¿Papá? — Dijo con dificultad. Endurecí la mandíbula mecánicamente, su apariencia era completamente diferente y aterrador.
— ¿Qué pasó? — preguntó al tiempo que aventuró su entorno, notó que la iluminación era escasa, pero luego revisó su pequeño brazo recordándose de la herida y arrugó el rostro en un ademan de dolor —. Me duele mucho, papá.
— Lo sé, hijo. Estarás bien — mentí totalmente estremecido —. Te buscaremos ayuda.
Llevó su mirada hacia Robert y notó el aspecto descuidado y zarrapastroso con que se encontraba.
— Tío Robert — su voz era débil.
— Hola, cachorro.
Dante de pronto volvió a estremecerse y las lágrimas emergieron rápidamente.
— Me duele — Agregó entre dientes —. Papá, me duele. ¿Dónde está mamá?
La presión en mi pecho se había intensificado hasta convertirse en punzada. ¿Qué debería decir? Tan sólo permanecí inmóvil y carente de explicaciones mientras lo contemplaba estupefacto.
Jadeaba con profundidad como quien se detiene luego de una extensa corrida, la máscara de dolor se impregnaba en su tierno rostro.
— Ve afuera, yo me encargo — contestó rápidamente Robert, no podía apartar la mirada de mi pequeño, le acariciaba la cabeza tratando de calmarlo mientras seguía repitiendo que sentía dolor.
— Estarás bien, cachorrito — Le aseguré con desespero, no podía agregar más.
— Necesito ver a mamá — murmuró entre llantos.
— Ve afuera, Max — insistió Robert una vez más.
Levanté el cuerpo del sillón y de pronto Dante volvió a desvanecerse, me detuve en espera de algo. Lo miraba con creciente pánico.
— ¿Dante? — articulé.
Sus lágrimas se deslizaban, pero sus ojos se encontraban eclipsados, él apareció en mi frente y me lo quitó de los brazos.
— Ve afuera, necesitas aire.
Introdujo sus brazos por debajo del mío y me lo arrebató sin esperar a que profiera algo, el vacío retornaba furtivamente al tiempo que por fin relajé los músculos.
El tiempo no parecía suficiente para procesar lo que estaba ocurriendo. Aún deseaba con desesperante fervor terminar abriendo los ojos de un sobresalto, del más oscuro y horrendo sueño.
Decidí caminar a pasos lentos, casi arrastrando los pies mientras cavilaba sobre todo lo que había sucedido; el tiempo no parece avanzar, el dolor lo ralentiza todo.
La cabeza estaba por estallar por tanta presión, todo era una inexplicable y horrenda sensación.
Caminé en dirección al patio exterior, guiado únicamente por mi fuerza de voluntad, todo era oscuro dentro de la casa; el suelo continuaba manchado de sangre, sólo lo vi por el rabillo del ojo.
El clima era mágico y la luz suave, el cielo se contrastaba con colores naranjas y amarillos.
El amanecer de un nuevo día había empezado luego de la extensa y tortuosa oscuridad, acompañado de una suave y gélida brisa que hizo tiritar por unos segundos mi cuerpo, de pronto los melodiosos canticos de aves surgieron poco a poco, como si mis oídos volvieran a abrirse; unos tan lejanos y otros respondiendo en una posición más cercana. Resultaba relajante oírlos por encima de aquel silencio desolador, nunca una pesadilla fue tan bonita como en ese instante.
Finalmente me detuve frente a su tumba, un pedazo de tierra en forma rectangular yacía en el césped verde, que fue cuidado con recelo por su inigualable admiración por poseer un jardín perfecto.
La sensación era distinta. El silencio se volvía perceptible y pesado, pero en él, los disparos y sonidos lejanos viajaban en el aire de diferentes direcciones. Este amanecer ya no era igual, era indiferente con su esplendor mientras que en el entorno, incomprensiblemente aterrador.
Continué de pie e inmóvil frente a la tumba sin poder dar crédito a nada. Vacío e incapaz de proferir alguna oración, de alguna forma también me encontraba enterrado.
Incliné la cabeza hacia abajo al tiempo que soltaba bocanadas de aire en el frustrante intento de contener un profundo llanto.
— Perdóname — murmuré con frustración, no podía levantar la cabeza de vuelta, la fatiga era incontenible —. Hice lo que pude, de verdad, yo...
Mis palabras fueron interrumpidas por las lágrimas que brotaban sin control dejándome abatido, mientras mi pecho se hundía con aquel largo sollozo.
Me obligué a taparme la boca, me negaba a producir más sonidos de vuelta. No poseía control sobre mi cuerpo, las emociones son superiores al intento de frenarlas.
— Lo intenté, Judith. Lo intenté — hablé sin despejar la mano de la boca y nuevamente volví a sollozar, mis palabras apenas eran comprensibles.
Junté aliento de vuelta y retiré la mano para luego colocar una rodilla en el suelo y la otra dejar flexionada.
— No sé cómo voy a seguir...
Guardé unos pocos segundos de silencio siendo interrumpido por mi propio aliento, no era suficiente, debía respirar hondo de vuelta, aparté la mano —. Pero, lo voy a cuidar.
Agregué con voz ahogada al tiempo que volví a contemplar la pulsera que rodeaba mi muñeca derecha, podía recordar con nitidez aquel día. Deseé por un instante retroceder a aquel tiempo, donde todo había sido mejor.
Donde no había actuado de forma estúpida y nos manteníamos joviales y llenos de deseos.
Donde las expectativas fueron altas y no temíamos a lo que pudiera ocurrir al día siguiente. Existíamos nosotros y no importaba nadie más.
— Perdóname por todo lo que te he hecho — murmuré procurando realizar una pequeña sonrisa y luego llevé la palma sobre la tierra. La palpé por unos instantes, permitiéndome sentir el suelo arenoso y deseando acariciar su rostro.
— Procuré...
Repentinamente un estruendoso golpe a mis espaldas captó mi atención.
Giré la cabeza en dirección a la casa y el sonido volvió a repetirse, era similar a los golpes de la puerta que daban las personas de la madrugada, provenían del cuarto de Dante.
Me incorporé con dificultad y giré apresuradamente, trastabillando hacia la entrada. Había adquirido de pronto el sentido de la urgencia y el control sobre mi cuerpo, guiado por tal vez el miedo; ascendí la escalera saltando escalones de dos a dos, impulsado por el pavoroso y familiar sonido.
Finalmente había llegado al pasillo y divisé a Robert de pie frente a la puerta.
— ¿Qué ha ocurrido? — Interrogué entre jadeos.
Robert movió los ojos hacía mí, sobresaltados y con una mueca de espanto en su rostro.
— Era Dante, lo subí hasta aquí y de pronto empezó a atacarme— argumentó con expresión confusa.
Le sostuve la mirada con expresión aturdida, no había pasado mucho desde que lo había dejado con él, pero la intensidad con que golpeaba era inhumana, incluso para su propio cuerpo.
Fruncí el ceño y guíe mi mano hacia el picaporte movido por la temerosa duda.
— ¡Hey! ¿Qué haces? — Inquirió Robert al tiempo que me había apartado.
— Es mi hijo, necesito verlo — Reclamé mirándolo con el ceño fruncido.
— No creo que sea seguro abrir la puerta — reafirmó.
— ¡Es mi hijo, Robert! — Espeté con impaciencia.
Nos sujetamos las miradas mientras los golpes continuaban.
— Ha intentado atacarme, es como esos sujetos actúan — Explicó con inseguridad en la voz, lo notaba igual de asustado.
— Pero ¿Cómo? — me cuestioné y mecánicamente llevé una mano a la cabeza mientras procuraba comprender lo que ocurría.
Los golpes ganaban mayor intensidad, provocando que la puerta de unas breves vibraciones, al interior se podía percibir unos extraños gruñidos.
— Tal vez fue esa herida en el brazo.
Especuló aún de forma dubitativa.
— ¿Qué dices? — arrugué mi propia expresión, él se había encogido de hombros.
— No lo sé, seguro fue la mordida — Levantó levemente la voz por encima de sus golpes.
Negaba con la cabeza, no podía comprender la situación. Trataba de pensar cómo pudiera afectar aquella herida.
— Dijimos que lo llevaríamos a urgencias — Repliqué entre dientes, interponiéndome en su frente.
— ¡Es igual que ellos!
Robert lucía aterrado, no comprendí en qué instante había cambiado su expresión y era yo quien se encontraba sumergido en una desesperante situación confusa, me llevé las manos a la cabeza nuevamente mientras sentía una inexplicable presión en el pecho.
— Max.
Oí a mis espaldas, no podía concentrarme devuelta en lo que ocurría a mi alrededor.
— ¡Max!
Volteé finalmente y su figura alta e intimidante se encontraba a mi espalda, aguardando a que lo encare.
— No podemos dejarlo así — Dijo en voz baja. Casi incomprensible por los incesantes golpes.
— No, prometí cuidarlo y tengo que hacerlo — Farfullé y volví a mirarlo. Sus ojos guardaban otra intención, noté una pequeña desesperanza en ellos.
— Ha sido mordido, Max — Me recordó —. Así es como actúan, lo he visto.
Negué con la cabeza siendo incapaz de ver las cosas con claridad.
— No estarás pensando en hacerlo...
Ambos volvimos al sepulcral silencio, entonces había cobrado sentido aquella mirada que noté anteriormente.
— No, no, no — retrocedí levemente —. ¡Se supone que íbamos ayudarlo, Robert! ¡Me lo prometiste!
Entonces finalmente tomó su arma y se mantuvo en cautela, por fin capté algo en su rostro, como si de pronto le invadiera una falsa seguridad.
Había recordado lo que prometí a Judith horas atrás y minutos antes, de pronto aquello pareció haber perdido algún peso. Era mi falla, esta vez sí había fallado; a los dos.
Y eso lo cambiaba todo. Todo saldría distinto si cuidaba de Dante, pero me hallaba sin fuerza y abatido y las mismas sensaciones se repetían, de forma paralizante y taimada.
— Déjame hacerlo, espérame abajo — Murmuró desganado.
Contuve la asfixiante presión del pecho y luché por aspirar de vuelta.
— No — musité —. Por favor, déjame a solas con él.
Robert me observaba con expresión inquisidora, los golpes continuaban sin ninguna posibilidad de detenerse.
— Déjame hacerlo, ya fue suficiente — insistió.
— Es mi hijo, Robert. Es mi hijo — Atiné casi a súplicas.
Su expresión de pronto se había suavizado, relajándola. De pronto parecía mirarme de forma congoja.
La presión sobre mí era abrumadora y necesitaba librarme de ello, no era capaz de asimilar dos cosas a la vez y menos aceptar aquella falla. Las pérdidas que consumían mis escasas fuerzas internas.
Le extendí la mano en la espera de que pudiera entregarme el arma.
— ¿Quieres que me quede? — preguntó gentilmente, su voz se había perdido entre la bulla que incrementaba y se extendía por todo el corto pasillo. No tardaría en romper la madera si proseguía en el mismo ritmo.
— No, déjame solo, por favor — añadí con un nudo en la garganta, de vuelta mi propia voz parecía a punto de quebrarse.
Robert observó su arma y lo meditó por unos segundos, segundos que parecían eternos. Noté un silencioso debate consigo mismo hasta que finalmente había cedido.
Volteó el arma sujetándola desde el cañón y la extendió, llevé la mano tomándola desde la empuñadura; el peso y el tamaño se notaban un poco más pequeño de lo perceptible, su armazón era de un material asemejado al plástico y por el borde izquierdo del cañón traía grabado el nombre: Glock 25.
— ¿Qué pasa si vienen más de ellos?
Me paralicé sin saber la respuesta, levanté la mirada al tiempo que parpadeaba por el ardor; él se encontraba inquieto. Nada nos aseguraba que eso ocurriría, pero el temor se encontraba ahí.
— Espérame en el auto, entonces — Mi propia voz sonaba desmotivada.
Robert continuó de pie frente a mí por unos segundos, debatiéndose interiormente si debía marcharse, pero los insoportables golpes no cesaban y tal vez estábamos perdiendo el tiempo.
Inesperadamente, estiró los brazos rodeándome en un fuerte y amigable abrazo; me sentía incapaz de responderlo, ni siquiera quería mover la mano donde sostenía el arma, podría cometer cualquier estupidez.
Al soltarme fue escaleras abajo con pasos suaves, podía oír sus cuidadosas pisadas casi de forma sigilosa hasta que finalmente se detuvo. Era yo y los golpes, era yo y Dante que yacía al otro lado de la puerta; contemplé la pistola con brevedad, el color negro era ilustre y casi suave al tacto.
Sin darme cuenta las lágrimas habían vuelto, caminé lentamente hasta quedar frente a la madera que vibraba con cada golpe suyo. Cerré los ojos unos breves segundos al tiempo que me apretaba la mandíbula en un intento desesperado de contener otras oleadas de llantos, pero era inútil porque las lágrimas descendían.
— Lo siento mucho, pequeño — murmuré sin fuerza.
Sus gruñidos se mezclaban con los desacompasados e insistentes azotes por la fina madera que se asemejaba al constante bombardeo en mi atormentada cabeza.
El pensamiento de otra promesa fallida a ella se me había cruzado a la mente, la mano que sostenía el arma ahora trepidaba de forma pavorosa e incontrolable. Jamás llegaría a atinarle un tiro de esa forma.
Continuaban las lágrimas y mi incapacidad de realizar el disparo me alejaba de la puerta, era mi hijo después de todo.
— No puedo, no puedo — Me repetía. Me debatía conmigo mismo sin hallar ningún consuelo.
Dante luchaba por salir, disminuyendo el tiempo y acrecentando la presión, sin ningún respiro.
Lentamente giré dando la espalda a la puerta y fui bajando hasta quedar al suelo; las piernas flexionadas en frente y los brazos cruzados por encima de las rodillas, el dolor era perecedero y de vuelta me había neutralizado.
Levanté la cabeza y contemplé el arma una última vez mientras juntaba valor para realizarlo, cada embestida sacudía levemente mi cuerpo mientras percibía sus gruñidos como un susurro en mis oídos.
Cerré los ojos y me cubrí el rostro con las manos mientras suspiraba aceleradamente al tiempo que, la jaqueca se intensificaba y las impetuosas embestidas me impedían razonar con claridad. Sólo existía dolor y bullicio.
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Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Genç KurguMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...