Capitulo01x14: Situaciones Límites.

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    "No hay nada más aterrador que una puerta cerrada."

                                            Alfred Hitchcock.

    Existe un momento donde la música se anula.
Dentro de mis sueños mis ruidos se materializan en algo, en algo de la cual estoy huyendo. Como todas las cosas que pueda revivir durante el día, también soy participe de mis peores errores, aquellos de las cuales me despojan de cualquier orgullo.
   El miedo retorna, una sensación agobiante y paralizante. Donde mi cuerpo sólo puede permanecer tenso a la espera de que pudiera reaccionar ante algo, pero sólo veo una cosa;
La puerta.
La misma puerta lacada en blanco que vi por última vez antes de abandonar mi hogar, la misma por la cual apoyé mi cuerpo sin fuerzas y consumido por una impotencia desbordante.
   Una blanquecina luz se colaba por la estrecha abertura por debajo de la puerta, un único resplandor entre toda la densa penumbra.
Obnubilado e inmóvil, sólo podía apreciar la figura de la madera que extrañamente lucía con demasiada nitidez.

    La falta de sonido alguno sólo incrementaba mi impaciencia mientras seguía sin comprender por qué me encontraba a unos escasos pasos de aquella entrada. ¿Qué había detrás de eso?
¿Es lo mismo de lo que estuve huyendo?
   Una manifestación de algo de la cual me encontraba reprimiendo, tal vez. No comprendía la falsa naturalidad del entorno y el momento, la aterradora familiaridad del escenario y mi imposibilidad a realizar algún movimiento.
   Entonces, un golpe azotó la puerta con tanta impetuosidad que estremeció mi cuerpo, lo comprendí entonces. El miedo retornó.
Un segundo golpe continuó, seguido de otros más. Cada eterno segundo era un impacto igual.
Recordándome aquello de la cual siempre he estado oyendo, pero procuraba olvidar. Aquel desgarrador y familiar sonido que invadía mi cabeza desde el amanecer del nuevo día.
   Días, semanas y horas oyéndolo de forma saturada justo como un sonido a punto de perderse al final de un pasillo. Ahora era diferente, el sonido era envolvedor e inaguantable.
Se repetía de manera prolongada, un bucle de la cual no podía escapar, devolviéndome el hecho de que sólo he estado huyendo de este momento y de pronto.
Un último golpe bramó sobre la puerta con la misma impetuosidad de una explosión.

    Y desperté abruptamente de la cama lanzando un grito ahogado para luego jadear de manera exasperada. Robert se encontraba a mi lado con una expresión de terror en su rostro.
— ¿Estás bien? — Musitó sin apartar la mirada de mí.
Sólo fue un sueño, sólo un estúpido sueño. Es lo que me repetía, deseando incluso que este dolor sea parte de una pesadilla.
— Estoy bien — jadeé. Luché por recuperar mi aliento devuelta.
— Me dejaste asustado — continuó.
— ¿Qué pasó? — pregunté al tiempo que me cubría el rostro con una mano sintiendo el sudor en los dedos, debía tomar otra ducha de vuelta.
— Has dormido toda la tarde — dijo dubitativo —. Diana y yo estuvimos aquí por si algo ocurría.
Podía percibir aquellos golpes retumbar en el interior de mi cabeza sin mucha intensidad, persistía de alguna manera.
— ¿Max? — susurró devuelta. No me había dado cuenta que lo había ignorado, ni siquiera lo había sentido cerca.
— Estoy bien, sólo me estoy recuperando — añadí de forma cansina. Sentía un pequeño peso en los ojos de la cual me sensibilizaba a la repentina luminosidad de la habitación. Podía apreciar las paredes blancas de la habitación con mayor intensidad.
Diana finalmente había aparecido, me pregunté cómo no la había visto.
— ¿Cómo estás, Max? — Preguntó al tiempo de acercarse.
— Mejor — dije apenas.
Podía percibir cómo mi cuerpo se encontraba tenso y crujiente.
— ¿Me dejas a solas con él?
Ella había preguntado con delicadeza a Robert, quien se había debatido unos segundos antes de abandonar la habitación. Caminó en silencio hasta que había desaparecido detrás de la puerta y un pequeño silencio, medianamente incómodo había empezado a prolongarse.
La sensación que me invadía era como despertar después de una noche de bebidas y por alguna extraña forma los recuerdos de aquella noche se esfumaron, pero la pesada sensación persistía.
Ella arrastró una pequeña silla hasta tomar asiento a unos escasos centímetros de mí para luego mantenerse firme;
— ¿Lograste descansar? — Preguntó al estudiarme brevemente con la mirada, pero me enfoqué en observar el suelo por unos instantes.
— Dormía mucho mejor antes — Proferí entre dientes. Pareció emitir un relincho.
— Concuerdo, últimamente también me ha resultado difícil poder dormir. ¿También usas el teléfono?
Rápidamente alcé la cabeza y nuestras miradas se encontraron, finalmente, luego noté que mi teléfono yacía sobre el colchón acompañado por los auriculares.
— A veces necesito música para dormir, o para la mayor parte del día. ¿No te parece agotador estar viviendo de la misma manera siempre?
Levanté finalmente la mirada y ella asintió con la cabeza ligeramente.
— Normalmente me gusta hacer lo mismo, hago pequeños aviones de papeles y salgo en las gradas. Prefiero no estancarme en la incertidumbre y sólo continuar con lo que hacía antes.
Noté sus manos entrelazadas posando sobre sus piernas y cómo se acomodó ligeramente la melena que cubría una porción de su rostro.
— ¿Todas las personas aquí visten lo mismo de siempre? Veo que siempre tienes puesto la sudadera amarilla.
— Oh — Observó con orgullo su prenda —. De hecho, era uno de los colores favoritos de mi mamá. Sabes, he oído hablar de que si uno desde pequeño se asocia con tal color puede que a lo largo de su vida lo adopte.
Asentí con escepticismo.
— ¿Entonces el amarillo es un color con la cual siempre te has asociado?
Elevó las cejas con profundidad al tiempo que su rostro adquirió una expresión demasiado optimista.
— ¿Cuál es el tuyo? — Cuestionó con entusiasmo.
Medité brevemente recordando el turquesa de Judith y el amarillo de Dante, ambos colores que predominaban de alguna manera sobre ellos. No era bueno eligiendo un color, tampoco podía combinar la manera de vestir.
— No estoy seguro, tal vez azul. No es oscuro y posee algo atractivo a la vista.
Movió la cabeza con pequeña inseguridad, pero algo convencida por mi respuesta.
— Dime ¿Te ha pasado esto antes? — Preguntó con la misma y característica voz calmosa que sólo ella podía poseer.
— ¿Qué?
Procuré pisar el suelo de la realidad en aquel instante.
— ¿Te ha pasado esto antes? — repitió la pregunta manteniendo la misma calma en la voz.
— No — comprendí finalmente —. No estoy seguro de lo que es.
Me invadió un breve silencio meditando sobre lo último que dije, era una mentira más, sí sabía lo que era y lo que podía hacer.
— Quiero decir — mi voz sonó nerviosa —. Sí sé lo que es, pero estoy intentando lidiar con esto.
— Estoy segura que lo sabes, sabes que es algo real.
Al validar mi dolor percibí una menor presión sobre mi cuerpo y aligeré mi respiración.
— ¿Qué es esto? — Dije con impaciencia, pero ella preservó su silencio amistoso.
— Robert me había pedido ayuda, él también está preocupado por ti. Quiso hacerlo de esta manera, porque sabía que lo negarías.
— ¿Qué sabe él lo que puedo aceptar o negar?
Nuestras miradas permanecieron estáticas y un pequeño suspenso reanudó. Intenté captar qué dicen aquellos ojos de un tono café ligeramente suave.
— No tardé en darme cuenta de mis síntomas, incluso cuando caía de la soga, trato de pensar de manera lógica pero...
Me detuve brevemente con la mente en blanco, pero antes que pudiera continuar, ella se había adelantado.
— Pero no puedes.
Apreté la mandíbula mecánicamente. Sintiéndome expuesto.
— Sabes, cuando la tristeza se vuelve realmente un problema hace que no veamos nada más que lo negativo. Nuestra atención a otros detalles se restringe.
— Sé a qué te refieres — traté de que mi voz fuera firme.
Me estudiaba con la mirada sin perder la serenidad en su expresión.
— Ayer habías mencionado que estás recordando cosas constantemente.
Asentí con la cabeza de forma inexpresiva sin prever que conservara tal detalle.
— ¿Son malos esos recuerdos?

Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora