Capitulo01x08: El último aferro.

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       De pronto contemplaba imágenes difusas. Cosas que ya he vivido, momentos de las cuales ya había experimentado. Momentos lejanamente cercanos. El característico color azul turquesa de ella de pronto invadía mi vista, su risa se oía al fondo. ¿Así se siente estar muerto?

      No alcanzaba a controlar la velocidad con que sucedía cada salto, de un momento a otro con una rapidez imperceptible.
No me carcomía la desesperación ni el miedo; sólo deseaba mantenerme aquí en un limbo de imágenes donde no existía dolor, sólo contemplación de lo que ha sido nuestras vidas.
Oía el latir de mi corazón con profundidad, todo estaba completamente ennegrecido.
— ¿Max?
Oí una voz al fondo, cerca, bastante cerca. Mi pulso era lento, podía sentirlo golpear a través de mi cabeza con una gran sonoridad, de pronto parecía recuperar la capacidad de respirar. Inspiraba con fuerza y exhalaba con profundidad.
— ¿Max?
Me hallaba desorientado. Podía devuelta oír el crepitar del fuego bastante cerca de mí.
— ¿Estás bien? — Su voz sonaba difusa —. ¡Hey!
Finalmente abrí los ojos realizando varios parpadeos, alejando los extraños puntos que se dibujaban en la oscuridad. Llevé la mirada hacia las llamas para apreciar la atroz imagen del cuerpo inerte de Diego, tenía el torso pegado al volante con la cabeza sostenida en el aire; la otra mitad de su cuerpo estaba siendo consumido por las llamas.
Suspiré sintiéndome petrificado por lo ocurrido, buscaba a tientas desabrocharme el cinturón antes de que las llamas consuman al auto.
— ¿Te puedes mover? — preguntó Robert con voz ronca.
— Sí — respondí apenas, con la garganta ahogada.
Él se hallaba fuera de la patrulla jadeando levemente y echando una mirada alrededor. Tenía una porción del rostro cubierta por una brillante capa de sangre.
— ¿Tú estás bien? — jadeé.
— Sí, sí. Date prisa — me percaté de su urgencia por su tono de voz.
Logré deslizar el cinturón liberando por fin mi cuerpo, de pronto una sensación casi claustrofóbica me invadía silenciosamente. Una que provocaba una inexplicable aceleración de mis pulsos que continuaban golpeando en el interior de mi cabeza, empeorando la jaqueca.
Los gritos emergieron de pronto, como trompetas de una llegada que traía caos y terror, conocíamos ese alarido. Era dolorosamente inhumano.
— ¡Están aquí! — la voz de Robert por primera vez adquirió un tono de pánico.
La puerta que yacía a mi lado se había abierto dejando caer múltiples esquirlas de cristal. Despegué el cuerpo del asiento de cuero con mucho esfuerzo. Percibía un leve dolor punzante en la parte baja de la espalda y la cadera, me movía con cuidado por temor a provocarme alguna otra lesión.
No estaba seguro de poder mover realmente mi cuerpo con plenitud, lo estaba haciendo completamente guiado por el temor y la necesidad de escapar.
— Vamos, vamos — me alentaba con voz rápida y baja.
De pronto recordé el bolso de armas que Robert había cargado, giré la cabeza en dirección a ella y lo contemplé en el suelo amueblado por unos tapetes oscuros.
Estiré el cuerpo incrementando la punzada latente, esta vez sintiéndose como un terrible pinchazo de dolor.
Los gritos y la situación contra reloj provocaba que pudiera ignorar las punzadas y continué estirando mi cuerpo en un desespero en tomar la bolsa.
— ¡Max, vámonos! — gritó él, jalándome de la ropa.
Podía rozar la tela con las puntas de mis dedos mientras percibía los bramidos aproximándose hacia nuestra posición con velocidad.
Continuaba moviendo la mano junto a los dedos de forma temblorosa, cerrando y abriendo como una pinza defectuosa. Urgido por la necesidad de recuperar la bolsa, sentía cómo él continuaba jalándome hacia afuera al tiempo que respondía moviéndome con pocas fuerzas hacia la escasa dirección. Debí hacerlo, a pesar que él insistía que dejemos atrás.
— ¡Vámonos, olvídate de eso ya! — profirió con temor, por primera vez.
Arrugué la expresión y apreté los dientes, en mi brazo un pequeño ardor empezaba a emerger mientras que los pasos yacían en arriesgados escasos centímetros. Volví a mover los dedos en el aire por última vez antes de desistir, cuando finalmente había alcanzado a palpar la dura tela; fue entonces que cerré el puño sobre ella y la jalé hacia mí.
— ¡Robert! — grité con poco aliento.

    Rápidamente, en una acción confusa guiado por el desespero y la imperiosa necesidad de huir, había desenfundado una escopeta oscura con una culata metálica que Robert había retirado de mi mano antes de que pudiera alcanzar abandonar el auto.
Noté que había modificado la culata dando una apariencia de mayor longitud, se alejó del auto con una expresión dura y llena de coraje; apoyó la culata desplegable contra su hombro y de pronto varias ráfagas de fuego habían ensordecido mis tímpanos.
Moví los pies a trompicones y giré la cabeza en dirección a Robert que avanzaba de espalda y de forma lenta; varios cuerpos ya adornaban sobre el frío pavimento al tiempo que parecía emitir un último quejido.
Él continuaba accionando el gatillo contra los más cercanos, el sonido era imponente y envolvedor casi podía ser oído en toda aquella manzana; aquellos sujetos eran expedidos como un pedazo de papel al tiempo que arrojaban una espesa niebla rojiza al aire.
Continué avanzando sobre la calle angosta donde podía apreciarse atractivos departamentos de ladrillos rústicos, además de tiendas a cada paso.
— ¿Por dónde nos vamos? — Inquirí sin desacelerar.
— Debemos seguir hasta el final de la calle — respondió lanzando algunos escupitajos al aire.
Un grupo de personas nos perseguían lanzando palabras que no alcanzábamos a descifrar y llantos que indicaban una terrible desesperación.
— ¿Son personas, Robert? — Pregunté mientras procuraba mantener el ritmo.
No profirió respuesta alguna. Se concentró en sus costados al notar los múltiples autos abandonados sobre la marcha.
— No lo sé, maldita sea — Exclamó finalmente.
Giramos rápidamente a la siguiente manzana, donde podía apreciarse un panorama todavía más tétrico que lo anterior visto.
Casi detuve la velocidad al contemplar a más personas huyendo por sus vidas, procurando dejar atrás a aquello que también nos asechaba a nosotros. Pero Robert avanzó a la delantera manteniendo la escopeta en constante movimiento como si tuviera que abrir fuego en cualquier instante.
— ¡Camina cerca de mí, Max! — Profirió por encima de los alaridos que nos rodeaban y las súplicas que se extendían a nuestros costados. Rodeamos una camioneta aparentemente abandonada y en buenas condiciones, procurando pasar desapercibidos y el terror se apoderaba de mis pasos.
Pero, súbitamente la imagen volvió a repetirse. El corazón casi me había dado un vuelco al contemplar la figura de un hombre ser golpeado por una mujer repetidas veces contra el suelo, aferraba sus manos alrededor de su cabeza y lo estrellaba contra el pavimento con una violencia voraz.
Me pareció notar a Robert detenerse, pero extendió su brazo izquierdo guiándome de un estirón a un costado y continuamos la marcha, esquivando a trompicones procurando seguir su ritmo.
Mientras en el interior de mi cabeza se repetía aquella imagen en bucle.
— ¡No te alejes, Max! — logró articular, al tiempo que luchaba por ser un poco más rápido.
Aventuré la mirada en mi entorno rápidamente apreciando los rostros de personas desconocidas huyendo en direcciones demasiado impredecibles, logrando captar aquellas muecas de absoluto terror y desconcierto. No parecían seguir el mismo camino por la cual nosotros corríamos.
Se oían disparos y gritos, una mezcla de todos los sonidos que sólo me obligaba a mantenerme alerta. Robert elevó la escopeta que sostenía en una mano y antes de que pudiera darme cuenta, un mortal sonido había sido expedido por el arma alejando casi un metro a una persona que corría hacia nosotros; pude oír con precisión el instante donde el tejido corporal se hacía añicos al recibir aquel disparo.
— Mierda — Susurré con espanto, casi había tropezado del susto.
— ¡Sigue avanzando, sigue avanzando! — Profirió él y automáticamente realizó otro disparo.
Aprecié su rapidez seguidos de su accionar de la corredera de forma sincronizada, dejando escapar cartuchos al aire que desaparecían a nuestras espaldas.
Una persona más se aproximaba chillando y sufriendo espasmos en todo el cuerpo, se acercaba con torpeza, pero con una temerosa velocidad, recién entonces pude percatarme del amplio espacio en la cual nos encontrábamos. Lo noté peligrosamente cerca de mi dirección y Robert se había demorado en realizar otro disparo, entonces súbitamente alguien lo había envestido.
Actuaba de la misma manera y aun así lo atacaba, gritaban de forma dolorosamente inhumana, pero noté una particularidad en sus alaridos y se trataba de un desgarrador esfuerzo por pronunciar algo que no podían; aun así reaccionaban con golpes violentos y se retorcían como animales.
— ¿Qué es eso? — Proferí espantado —. ¿Qué mierda es eso?
Me había alejado de ellos al ganar cercanía. El terror nuevamente se había disparado dándome velocidad por encima del dolor.
— ¡Tenemos que llegar con vida, Max! — Me ordenó Robert.
Había posado una mano sobre mi hombro brevemente al tiempo que me impulsaba a continuar, jadeaba con fuerza completamente aterrorizado alejándome de nuestros perseguidores.
Resultaba inquietante el desconocer cuánto nos quedaba, el trayecto sólo comenzaba a prolongarse al tiempo que la paranoia aumentaba mi sensación de desconcierto en aquel extenso entorno.
— ¡No te alejes! — Dijo de pronto con poco aliento —. ¡Ya estamos aquí!
No podía sentir un alivio después de todo, mis pulmones comenzaban a arder y los pies parecían entumecerse. El dolor corporal comenzaba a manifestarse, podía percibir un agudo dolor entre las caderas.
Jadeaba incesantemente mientras el aire se me escapaba por la boca, obligándome a seguir huyendo como en una pesadilla de la cual tan sólo debía correr hasta que las piernas flaqueen.
Robert sin embargo se abría paso sin escrúpulos, siendo una guía que mantenía mi distancia a una enorme posibilidad de caer rendido ante mi lucha.

      Al adentrarnos una calle igual de extensa y espaciosa finalmente notamos barricadas desplegadas al igual que camionetas que nos indicaban que nos encontrábamos en el camino correcto. Entonces un grupo de personas portando escudos y sosteniendo sus fusibles a lo alto, avanzó a la delantera realizando señas con los brazos en señal de apresuración. Dejé de lado el entumecimiento y me concentré en seguir moviendo los pies.
Eran demasiado y ni siquiera me detuve a ver ningún rostro, atravesamos la cadena que parecían haber formado para luego apreciar una pila de autos y a más personas huyendo con creciente pavor.
— ¡Lima echo, repito, Lima echo! — Exclamó alguien. Sus voces se acompasaban con los aturdidores alaridos que olvidé hace unos segundos.
Giré rápidamente hacia el nuevo panorama, apreciando la pila acumulada de vehículos e inspiré por última vez con profundidad para luego desplazarme en medio de aquella tumba automotora.
Los disparos a nuestras espaldas nos perseguían, pero nadie se detuvo a contemplar lo que realmente estaba sucediendo, continué corriendo a espaldas de Robert como un último aferro.
— ¡Los veo, Max! — Exclamó Robert con un peculiar entusiasmo. Finalmente comprendí que se refería al motín anti disturbio que se acercaba a un ritmo acompasado hacia nosotros.
— ¡Sigan adelante, sigan! — Profirió alguien que no logré identificar —. ¡No miren atrás, sigan adelante!
Antes que pudiera darme cuenta habíamos traspasado la barrera que cubría toda la estrecha calle para dar paso a un amplio escenario repleta de personas uniformadas que buscaban contener a la masa despavorida. Me detuve finalmente, un momento glorioso donde finalmente podía percibir mis piernas y controlar mi agitada respiración.
Aquellos fueron segundos donde finalmente me encontraba procesando lo que atravesamos, como si repentinamente percibiera un extraño alivio. Más personas parecían experimentar la misma sensación, lo notaba por sus expresiones cubiertas en lágrimas y sangre, nos hallábamos lejos del terror de la cuál huíamos.
— Lo hicimos — Susurró Robert con leves agitaciones. Posó ambas manos sobre mi hombro y sonrío victoriosamente, su rostro se hallaba cubierto de sangre y sudor —. Lo hicimos, Max.
No podía dar crédito en la manera en cómo él lo hacía, me hallaba vacío repentinamente.
— ¿Esto realmente está ocurriendo?
La reluciente sonrisa de Robert lentamente fue tornándose en una mueca sombría, como si no comprendiera lo que acabé de decir.
De pronto dos personas uniformadas se acercaron sin que pudiéramos notarlo. Un hombre adulto con una expresión crispada y una mujer de piel morena, tal vez de la misma edad de Robert.
— Acompáñenos — Farfulló el hombre —. Los civiles no pueden quedar en esta área.
Guiaron a todas las personas como escoltas manteniendo un grupo a nuestras espaldas y otro de no más de diez hombres frente a nosotros, con los fusibles en los brazos. Nos aproximábamos hacia el dichoso recinto deportivo, una figura colosalmente atractiva que se asemejaba a un palacio desde el exterior; estaba hecha por granito y piedra lisa, a lo alto se dejaba divisar unas enormes letras en azules: Estadio Yorke.
 Seguí a trotecillo sin poder caer en cuenta. Mi cuerpo tiritaba de dolor, la sensación era indescriptible. Yo al igual que muchas personas nos adentrábamos ante nuestro último aferro.



Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora