Capitulo01x04: Cuando el tiempo se detuvo 2da parte.

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    Abandonamos el interior siendo guiados por él en nuestro frente. Nunca antes la oscuridad se había sentido tan opresiva como en ese instante, mis acelerados latidos indicaban mi gran temor.
Robert deambuló por un estrecho camino de césped al costado izquierdo de la casa, cada hogar se dividía por cercas de madera con puntas triangulares, no alcancé a divisar ningún movimiento en la casa de a lado. Aparentaba una calma dudosa e inquietante.
Mientras avanzaba en una marcha silenciosa, sentí a Judith sujetándome la mano con fuerza, lo suficiente como para demostrarme su temor. Nuestros pasos eran amortiguados y podíamos movernos con una cuidadosa rapidez, Robert tomaba la delantera, seguía sus pasos a su ritmo.
Era oscuro, sólo la tenue luz de las estrellas iluminaba este sector al igual que los faroles encendidos que se encontraban en las calles.
Nos aproximábamos cada vez más, podía notarlo por la claridad de las luces, me invadía una sensación pesada sobre el cuerpo como si arrastrara algo conmigo, pero me concentraba en seguir a Robert. Finalmente llegamos a la entrada, donde la sirena de la patrulla iluminaba la calle, los golpes continuaban y de pronto Robert se detuvo casi resbalándose al percatarse de un movimiento extraño.
Me detuve al unísono con el corazón casi dándome un vuelco y permanecí inmóvil, aguardando alguna señal.
Repentinamente me sumí en un sepulcral silencio, donde el terror reinaba de forma paralizante. Una figura ensombrecida giró lentamente la cabeza al percibir a Robert, pude oír cómo se le escapaba el aliento en un sonido siseante.
Moví la cabeza hasta divisar a una persona al costado de la patrulla; sus ojos ardían en un intenso color rojo mientras que sacudía su cuerpo de forma involuntaria. Todo el bullicio se había detenido.
Entre la contemplación y el miedo, un grito emanó rompiendo el silencio provocándome una reacción inmediata. Llevé la cabeza completamente alertado, no estaba seguro en qué momento Judith me había soltado.
— ¡Dante, no! — Escuché decir a Judith con voz aterrada mientras ambos desaparecían por el mismo camino que cruzamos.
— ¡Corre, Max! — Oí gritar a Robert con el mismo tono alarmante y las ráfagas de fuego iniciaron inmediatamente.
Aceleré mis pasos sin tener control sobre mi cuerpo mientras oía los dolorosos alaridos que nos seguían como una bestia salvaje. Entre jadeos oía a Robert acercándose a mis espaldas consumido por el mismo pánico, sus pisadas eran mucho más profundas.
Alcanzamos el patio trasero donde hallamos a Dante siendo abrazado por Judith, procurando resguardar al niño del susto. Mi calma duró poco al ser opacada por la urgencia de levantarlos de un tirón y llevarlos adentro.
— ¡Vamos, vamos, no podemos quedarnos quietos! — ordené al tiempo que levantaba a Dante de un estirón de sus brazos y lo cargué en un solo brazo, mientras que con la otra mano sujeté la de Judith y la llevé conmigo.
Robert se encontraba detrás de la puerta de vidrio, uno de ellos había llegado a tropezones, logré esquivarlo perdiendo el ritmo y soltando a Judith por accidente; detuve mi marcha intentar regresar a ella, pero un grito emanó de pronto.
Un grito horrido que dio un vuelco mi corazón. Giré la cabeza por inercia y el mismo sujeto de cabello corto y tez pálida, había rodeado a ella y se encontraba arrancando los tejidos de su cuello, dejando escapar grandes charcos de sangre brillantes.
— ¡JUDITH! — inquirí con fuerza y solté a Dante, pronto se había perdido corriendo junto a Robert quien lo llamaba con desesperación y le indicaba la entrada.
Los disparos continuaron y las ráfagas iluminaban fugazmente el entorno. La tomé de la mano y la llevé hacia mí de un estirón alejando al bastardo con una patada al pecho que apenas podía realizarlo.
— Estarás bien, cariño, quédate conmigo — Pronunciaba con desespero al tiempo que la cargaba entre mis brazos y corría de vuelta a la cocina. De alguna forma los gruñidos habían cesado después de algunos disparos que había percutido Robert, todo se mantuvo en un abrumador silencio.
— Judith...no...no.

       Me había acercado hasta el fregadero y reposé con dificultad en el suelo, descendiendo delicadamente sus piernas y recostando mi espalda por los gabinetes; rodeé un brazo por debajo de su cabeza para mantenerla cerca al tiempo que la veía desangrarse con terrorífica rapidez.
Elevó con debilidad su mano hasta palpar la mía. Emitía pequeños gemidos ahogados mientras parpadeaba con dificultad, acto seguido las luces se encendieron y Robert volvió con algunos trapos que no tenía idea de donde las había retirado. Mis ojos se llenaron de lágrimas al notar que no podía parar la hemorragia, entonces guíe una mano la pronunciada mordida en el cuello en mi desespero de poder detener más pérdida.
— ¿Mamá?
Oí la voz de Dante frente a nosotros, con un nudo en la garganta, todo había pasado tan rápido que olvidé que estaba presenciando todo este horror. Levanté la mirada y lo vi de pie a la entrada de la cocina con los ojos abiertos como platos.
— Dante. No veas, hijo — le supliqué con la voz entrecortada. Apenas podía proferir aquellas cortas palabras.
— Yo me encargo — me susurró Robert y se alejó, escuché a lo lejos que intentaba calmarlo, no podía imaginar lo que pasaba por su mente en estos momentos. Ver su rostro arrugado a punto de explotar en llanto era pesadillesco.
Bajé la mirada de vuelta a ella, su incomparable tez de alabastro empezaba tornarse pálida y un fuerte dolor se impregnó en mi interior, uno que progresivamente taladraba mi cabeza.
— Perdóname — Susurré con la voz quebrada y dejé escapar unos jadeos, dolorosos jadeos.
El dolor hervía en mi interior como un pedazo de hierro a fuego vivo.
— Quédate conmigo, amor — musité con avidez —. Quédate, conmigo.
Luego de unos segundos procurando formular alguna palabra, lentamente se sumió en un horrendo silencio y el peso de su cuerpo se tornó mayor.
Observé sus bellos ojos de color esmeralda que solían tiritar de forma esplendida, convertirse en algo sólido, carente del más mínimo destello. Y en ese instante fue cuando el tiempo se detuvo.
— ¡Judith!
La sacudí levemente, pero no había reacción alguna. Entonces dejé escapar un gran suspiro y continué con un resoplido aceleradamente. Los disparos reanudaron en dirección de la sala, no estaba seguro cuándo había iniciado, pero el sonido se filtraba como algo lejano.
— ¡Max! — Oí espetar de fondo a Robert con terror y desespero seguidos de otros disparos y un estruendoso llanto. Nada me distrajo de vuelta, no podía apartar la mirada de ella.
— No, no, no — susurraba con un lancinante dolor.
Recorrí mi tremulosa mano por su rostro sin perder detalles de ella. De sus hermosos ojos se deslizaban finas capas de lágrimas cristalinas. La llevé contra mí y me aferraba a ella, de pronto estaba débil.
— Lo siento mucho —— articulé y la voz casi no me salía —. Lo siento mucho — repetí y solté un fuerte llanto que exigía ser expulsado.
— ¡Max! — insistía de fondo Robert, con un tono preocupantemente alarmante.
La mantuve abrazada a mí mientras soltaba sollozos incontrolables que me mantenían inmóvil, incapaz siquiera de pronunciar alguna palabra. Acariciaba su hermoso cabello cuyo aroma se desprendía de forma intrusa y desprevenida, era similar a flores frescas de primavera.
— ¡Max!
Oí lejano y cercano a la vez, como si el sonido de pronto se hubiera contraído o tal vez me había desasociado por completo, pero al levantar la mirada encontré a Robert frente a mí con Dante entre sus brazos.
— Es Dante — decía, jadeante y despavorido. Parecía a punto de echar a llorar —. Necesitamos buscar ayuda.
Continuó hablando sin comprenderlo, levanté la cabeza con un leve temblor sobre la nuca y lo observé por unos instantes siendo incapaz de proferir algo.
— Voy a cuidarlo — musité con avidez, mirándola fijamente para luego volver la vista a Robert cuya expresión había flaqueado.
Podía notar como esos ojos que hace unos ratos pretendían seguridad, se encontraban llenas de lágrimas. Las sirenas se reiniciaron en algún punto indefinido de la calle al tiempo que las lágrimas reanudaban y mi pecho se contraía una vez más y la abracé contra mí. Aferrándome con desespero. Quería hablar, quería cambiar las cosas; deseaba de pronto despertar del más horrido y desesperante sueño, pero el dolor me había tumbado ahí. 

Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora