Capitulo01x16: El hombre incompleto.

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                                                                             ROBERT

¿Cómo empezar de nuevo?
Cuando todo lo que conocías y controlabas gira de manera irrevocable y lo cambia todo. ¿Cómo debería empezar de vuelta?
La pregunta adhiere un peso significativo cuando se le dedica demasiado tiempo y la inquietud a que nada vuelva a ser como antes se acrecienta.
¿Y cómo era las cosas antes?
— Todavía no puedo creer que será un mes — Murmuré entre dientes, sentado en un confortable sofá frente a él.
— Jamás pensé verte de esta forma — Replicó él.
— ¿A qué te refieres?
Agitó levemente la cabeza.
— Alejándote de los demás, dejando de lado planes con personas con quienes antes salías y un desbalance en tu trabajo.
Movió los ojos inspeccionándome el uniforme azul con la que vestía en aquel instante, debía estar en servicio y sin embargo me detuve a reflexionar unos instantes donde sus palabras sonaban con mayor interés que mis pensamientos, cayendo en realización de mi absurdo comportamiento.
— Si tuviera mi guitarra volvería a cantar "Hoy me herí a mí mismo" — Hice el ademan con los dedos como si pudiera percibir las finas cuerdas de la guitarra —. Ella era buena con la guitarra. Mierda. Ahora la relaciono con todo, incluyendo cosas que eran mías.
El despacho de Max era confortable y de una dimensión pequeña donde podía percibirse una sensación de seguridad, como si de pronto todo el ruido del exterior no invadiera en el interior. Observé sus paredes blancas y los objetos como sus estantes y las cortinas color turquesa; era la primera vez que no podía sentirme solo al encontrarme junto a otra persona.
— ¿En qué me he convertido? — Fijé la mirada en él. Inexpresivo, pero cauteloso.
— Tal vez sólo la estabas viendo de una manera que tú aceptaste verla, puede que si mires atrás puedas notar algo que no hayas notado antes.
Medité nuevamente. Me hallaba ridículamente confundido y de alguna forma desamparado. ¿Por qué todo vuelve a cambiar cuando creí estar feliz?
— Un año a la basura, Max — Bufé al final —. Durante el trabajo me mantuve en la oficina pensando sobre eso; un maldito año para luego... Terminarlo como si nada.
Él conservó su mirada serena y su apacible silencio.
— Deseaba tener una vida con ella. ¿Sabes? — erguí levemente el cuerpo del respaldo —. Queríamos un departamento, tal vez dentro de la ciudad. Yo deseaba un ascenso, consideraba que lo podría tener después de mis logros y ahora no sé dónde estoy, de alguna forma no puedo continuar.
— Robert, eso una consecuencia y puede extenderse si dejas que eso tome control de tu vida — Explicó con voz armoniosa, pero bastante varonil —. No te preguntes por qué lo hizo ni busques las razones, porque a veces no se puede conocer las causas últimas. Eso no aliviará el dolor, lo va perpetuar.
Mi voz interna enmudeció de pronto. Podía razonar con mayor claridad teniendo a Max cerca de mí, de otra forma tan sólo perdería el tiempo hostigándome con las mismas frases que me repetía a diario. Y de pronto rememoré de manera dolorosamente nítida sus últimas palabras y la sensación que me había invadido.
— ¿Cómo empezar de vuelta? — murmuré —. ¿Cómo debería? Cuando sólo recuerdo que lo último que mencionó fue; eres demasiado trabajo para mí, lo siento.


Un día nuevo transcurría y aunque parecía ser medianamente temprano, se extendían las voces amplificadas del gentío espetando palabras que no alcanzaba a descifrar en el interior del salón de comidas. Caminé por el pasillo estrecho de subtonos cálidos, aproximándome cada vez más en dirección a la turba que parecía manifestarse repentinamente.
Era increíble notar cómo siempre ha sucedido de esa forma; la más mínima alteración en estos estados, podría cambiar el estado de todas las personas en el interior del recinto y al atravesar las puertas cortafuegos finalmente aprecié el escenario.
Una fila de militares se desplazaba con lentitud entre las personas que obstaculizaban la marcha interponiéndose y espetando más obscenidades, días como estos no ocurrían con frecuencia, pero era notable la impaciencia en contra de los hombres uniformados en los últimos días.
— ¡No podemos abandonar este lugar! — Bramó Arthur, quien al parecer tomaba la delantera en la fila de uniformados que los seguían —. Necesitamos más tiempo para limpiar la ciudad y no romper las reglas que estamos siguiendo, las vidas de cada uno de ustedes cuentan.
— ¡Este es otro suicidio, hay personas que no pueden soportarlo más! — Respondió alguien alrededor, recorrí la mirada sin lograr identificar a la persona, que presumiblemente sería mujer por el tono de la voz.
Caminé en sigilo moviéndome entre las personas y sin despejar los ojos de la fila de los militares que parecían transportar otra camilla envuelta con sábana blanca, por un instante un breve escalofrío recorrió mi cuerpo desapercibidamente al caer en cuenta de que otra persona lo había hecho.
— ¡Todo lo que podemos hacer, lo estamos haciendo! Hay vidas de compañeros en riesgo para mantener la seguridad del recinto.
Notaba a Arthur menos agitado, pero desesperado a su vez. Como si quisiera contener una imagen paciente y amigable con los demás al tiempo que lo opacaba las exclamaciones iracundas del gentío.
— ¡No somos rebaños, somos personas! — Exclamó alguien más lejanamente cercano, avivando las voces en el interior del salón.
Se alejaron empujando a más personas que se interponían en el paso, debatiéndose de manera impaciente hasta que sus figuras uniformadas se perdieron detrás de unas puertas al otro extremo del salón.
— No puedo continuar con esto — Oí a mi costado la misma voz que mi mente memorizó.
La busqué con una disimulada prisa mientras apartaba ligeramente a mas personas y entonces, su color amarillo saltó entre los tonos apagados y caminó en mi dirección de manera apresurada; Era Diana.
— ¿Diana? — Grazné al tiempo que me aparté de aquellas personas y seguí su incomparable amarillo hasta finalmente alcanzarla.
— Hey ¿Estás bien?
Se detuvo y giró el cuerpo para clavar su mirada en mí, lucía distinta en aquella mañana. Como si la noche haya sido tan sólo un efímero momento donde el sueño nunca había llegado.
— ¿Estás bien, girasol? — Pregunté súbitamente, contemplando cómo sus ojos se abrieron por la sorpresa.
— ¿Girasol? — Cuestionó contrayendo la expresión.
— Oh, se me ha ocurrido ahora — Me tembló la voz —. Ya sabes, por el amarillo de tu sudadera, siempre la llevas.
Asintió en silencio estudiando interiormente mi ridícula explicación mientras que me arrepentía de cada palabra que acabé de mencionar, no podía evitar sentirme como un niño atontado.
— Necesito algo de aire — Murmuró y acto seguido caminó en dirección de unas puertas cortafuegos que se ubicaba al costado de nosotros y luego, súbitamente se detuvo para luego girar de manera dócil —. ¿Vienes?
Asentí sin cuestionar y caminé de inmediato hasta permanecer a su lado y antes de que pudiera caer en realización, ambos atravesamos la fría entrada con una inquietante prisa.
Aquel día era diferente a como acostumbraba a ser, en el cielo se dibujaban gruesas capas de nubes grises que se extendían a lo largo de un manto cristalino. Era inusual verla de esta forma, para mi sorpresa podría tratarse de la primera vez que la encontraba distante e inquieta.
Finalmente tomamos asientos en las gradas como dos espectadores de un inmenso purgatorio, un lugar reconocido pero ajeno frente a nuestros ojos.
La observé con brevedad procurando no ser perceptible. Su mirada guardaba una cierta inseguridad que no alcanzaba a descifrar, su silencio era casi incómodo por un instante.
— ¿Estás bien? — Cuestioné apenas. Me pareció notar que asintió la cabeza para luego llevar un fleco de su cabello tras su oreja con delicadeza.
— Humm — Dudó, extrañamente —. Sí.
Giró la vista en mi dirección, nuestras miradas se sostuvieron.
— Se nota que estoy fingiendo, ¿verdad?
Sonreí genuinamente y ni siquiera entendía la razón. Parecía tonto hacerlo de pronto y más cuando tan sólo me encontraba contemplándola con demasiada cercanía.
— ¿Estás fingiendo que te caigo bien? — Pregunté con un tono fingido de extrañeza, a lo que ella tan sólo respondió con otra breve sonrisa.
— No es eso — Volvió su vista hacia la inmensidad —. Sólo no sé que debo hacer. Intento ayudar a las personas, escucharlas, pero nadie me escucha a mí; procuré mantener mi matrimonio a salvo, pero de pronto siento que Arthur no me necesita. ¿Sabes?
Siempre está estresado o asustado, no habla demasiado conmigo y discutimos más de la cuenta, no lo entiendo.
Perduró un breve silencio compartido donde ambos parecíamos tratar de comprender lo que sucedía con nuestras vidas, perdidos en la inmensidad de un lugar ajeno.
— Si pudiera escaparía de aquí — Susurré al tiempo que recorría la mirada hacia las vacías gradas —. Como te lo había dicho antes. ¿Recuerdas?
Asintió con la cabeza al tiempo que una triste sonrisa parecía dibujarse en su blanquecino rostro.
— Odio la idea de saber que estamos atascados — Murmuró para sí misma. Volví la mirada en ella, cauteloso y observador.
La encontraba distante y con una expresión apagada, nuevamente recordé que se trataba de la primera vez que la hallaba de tal forma.
— ¿Estás atascada?
Caviló unos segundos. La facción de su rostro de pronto recuperó algo de calidez y luego juntó las cejas.
— No lo sé — Titubeó —. Siempre pude sola, siempre me prioricé y me sentí completamente independiente, es lo malo de haberme aferrado a alguien de pronto. Nunca me gustó la idea de hacerlo, sin embargo...
Enmudeció brevemente, juntando las ideas en el interior de su cabeza con cuidado.
— Me siento sola a su lado y es triste darme cuenta de eso. ¿Sabes? La vida ya no es la misma desde que estamos encerrados aquí, sin saber cuándo saldremos y sólo tratando de reparar a más personas igual de perdidas.
Finalmente, nuestras miradas se cruzaron y pude comprenderla sin agregar ninguna palabra más. Era la primera vez que nuestro silencio compartido se tornaba en un consuelo y compresión a la necesidad del otro. Resultaba inusual hallarla de aquella manera, un claro contraste a cómo la conocí por primera vez; reluciendo una cálida sonrisa que garantizaba confort y cuya personalidad además de trato evocaba una gran admiración.
De alguna manera el amarrillo que siempre vestía pasó a ser como algo complementario, era difícil no imaginármela radiante como el mismo color.
— De alguna manera, todos buscan empezar de vuelta — comenté divagando en mi entorno, apreciando las nubes que nos asechaban en lo alto.
— ¿Cómo empezamos de vuelta? — Preguntó ella de modo, tal vez retórico —. Es momento de averiguarlo por mi cuenta, estar encerrada no puede ser una excusa para no hacerlo.
Su voz cobró un tono mayor, como si de pronto un pequeño optimismo y seguridad le invadiera en su interior. Era diferente por aquel motivo, la seguridad hacia su persona resultaba atractivo y de manera que nunca había notado en otra persona; además de Max.
Compartimos el silencio una vez más observando a lo lejos a varias aves de color negro pasar de largo, asechándonos de manera inquietante.

Mañana Perdida - Juego del Caos 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora