ROBERTAntes reflexionaba sobre lo que significaba volver a empezar. Es difícil de hacerlo. Sobre todo, cuando en un intento de poner en marcha tu vida, fallas.
La vida gira hacia una dirección que nunca habías planeado y toca volver a empezar, arrojado hacia la incertidumbre.
Max decía que el pasado no se puede olvidar, no es como un hoyo que lo cubres; el duelo requería tiempo.
Y dentro de aquel tiempo me aferraba a una segunda oportunidad con cada nueva persona, con una confianza infantil; hasta que todo se repetía.
Debía empezar de vuelta, arrojado hacia la incertidumbre.
Aquella noche había sido diferente. Nos habíamos tomado un respiro de lo cotidiano e iluminamos el patio de comidas.
La reserva de alcohol y los alimentos eran cuidado con recelo por los militares, nadie tenía idea de cuánto tiempo podríamos estar aquí por lo que se sugería que no se desperdiciara nada, aquello podría significar una complicación.
Se encendieron los focos colgantes que adornaban sobre nuestras cabezas tomando ventaja de los suministros de energía independientes. El pequeño resplandor amarillento dotaba de una energía diferente aquel sitio. Aunque pudiéramos ser personas extrañas encerradas dentro de ese lugar sin mucha esperanza, noches como estas eso podía ser olvidado y todos actuaban como si fuéramos una pequeña gran familia; bailaban, cantaban y reían, joviales ignorando las circunstancias en las que vivíamos.
A veces me tomaba el tiempo de oír divertidas y exorbitantes experiencias, relatos de vidas extrañas que tuvieron un recorrido totalmente aprovechados, momentos que no se repetirían. Varias de esas personas se acercaban a mí con una confianza fraternal, como si conociera a todos desde hace bastante tiempo.
Pero entre tantos colores y rostros, no alcanzaba a encontrarla lo cual resultaba extraño. ¿Se atrevería a perderse nuestra pequeña fiesta?
Caminé en dirección a una puerta que daba acceso a las gradas, manteniendo el optimismo a pesar de no haberla encontrado y decidido a tomar algo de aire. La vista afuera resultaba increíble y más por las noches donde el estadio exhibía sus luces, resaltando la ferocidad del recinto.
Al atravesar detuve mi paso súbitamente. Procurando no evidenciar mi asombro, la vi de espalda y de pie con su inigualable sudadera amarilla.
— Hey, no esperaba encontrarte aquí de nuevo.
Ella volteó al tiempo que se retiraba los auriculares de los oídos.
— ¡Hey! Tanto tiempo — Sonrió brevemente, a pesar de que nos cruzamos esta mañana.
— ¿Encontraste nueva música? — pregunté al tiempo que me acercaba a ella.
— Oh, de hecho, son canciones que tengo guardadas — respondió y le dio un sorbo a la cerveza que sostenía en una mano y en la otra, parecía ocultar una bolsa transparente.
— ¿Puedo? — murmuré al tiempo que me detuve frente a ella y extendí una mano a lo que ella afortunadamente había asentido. Extendió un lado del auricular y al acercármelo al oído clavé la mirada en ella de manera mecánica.
"Estoy envejeciendo y necesito algo en qué confiar. Así que dime cuando me vas a dejar entrar, me estoy cansando y necesito un lugar donde comenzar."
Antes de que pudiera darme cuenta, meneaba suavemente la cabeza al compás de la canción mientras que indagaba en sus pequeños ojos brillosos y en su figura grácil. Guardándome los detalles de su rostro con cada segundo. Ella estiró los labios delicadamente al tiempo que acompañó mi ritmo.
— Es una buena canción.
— Definitivamente — acotó —. Tenía un plan un poco solitario, pensaba en oír algunas de estas canciones y tomar lo que pueda.
Agregó al tiempo que enredaba los auriculares y se lo guardaba al bolsillo.
— Oh, mierda — bufé —. No quiero arruinar el plan. Volveré adentro y te cuento luego cómo fue la fiesta.
Ella extenuó la sonrisa y empequeñeció los ojos.
— Puedes quedarte, estás invitado.
— Genial, me resultaba extraño no encontrarte adentro.
— ¿Me estabas buscando? — Arqueó una ceja y aguardó pacientemente.
Me hallaba incapaz de proferir una respuesta rápida, como si de golpe hubiese sido descubierto. Bajé la mirada y reprimí una sonrisa al tiempo que, llevé un dedo al dorso de la nariz, rascándomela suavemente.
— ¿Qué llevas en la bolsa? — Dije al percatarme de lo que escondía.
— Oh — Musitó —. Me gusta hacer aviones de papeles, creo que nunca lo mencioné.
Me enseñó la bolsa con pequeña inseguridad y luego volvió su vista a la inmensidad del estadio y sus graderías vacías que en días como estos se poblaban de personas eufóricas.
Frente a nosotros yacían el extenso e inquietante campamento militar cuyas rejas se extendían a los costados y cubría una mitad del basto jardín verde.
Resultaba inevitable notar la presencia de ellos y percibir una sensación pesada, lejos de una calma y seguridad que se concentraba en el interior, nadie sabía qué ocurría y tampoco demostraban interés en averiguarlo.
— Vengo aquí donde tengo más altura y las arrojo hacia el césped, puede que no lo entiendas, pero es muy divertido realmente.
— Definitivamente fue buena opción cambiar la fiesta de adentro por esto — contesté de manera vacilante y giré el cuerpo de perfil para contemplarla nítidamente.
Giró el cuerpo hasta clavar la mirada en mí.
— Nunca lo había preguntado, pero. ¿Por qué amarillo?
Noté que inclinó la cabeza a un costado en una clara señal de no haber comprendido lo que dije.
— Es curioso el hecho de que lo primero que noté al conocerte fue la sudadera, luego noté que siempre la usabas.
Sus ojos centellearon de pronto, como si algo en su interior la impulsó a sentir regocijo.
— Mi madre solía decirme que los colores poseían significados particulares, decía que para preservar mi optimismo e inspiración para todo lo que pudiera hacer debía optar por el amarillo. De esa forma también resaltaría entre los demás y no perdería el ritmo.
Admiraba el aire de intelectualidad que poseía Diana con cada explicación que realizaba. Era definitivamente diferente a cualquier persona que había conocido antes.
— A veces usaba el amarillo con tanta frecuencia que luego empezó a llamarme Girasol.
Elevé las cejas con profundidad sin poder evitar el asombro. Aquel dato me parecía particularmente encantador.
— ¿Girasol, eh?
— Sí — asintió tímidamente y preservó el silencio mientras los ojos le tiritaban con nostalgia —. No le he dicho esto a nadie en mucho tiempo, ni siquiera a Jason.
Por un instante, sólo en aquel instante me permití sentirme especial a su lado. Como si realmente fuese yo quien la haya encontrado entre todas estas personas encerradas.
Entonces volteé el cuerpo manteniéndome de frente y contemplando las gradas vacías y toda la inmensidad que se abría frente a nosotros.
— Es una hermosa vista ¿No? — susurré, recorriendo todo el lugar con los ojos.
Nunca noté la belleza oculta que poseía el recinto, en ese instante parecía una última maravilla dentro de la ciudad que podía ser admirado. Miré entonces en dirección a las gradas, pero mis ojos se detuvieron en el campamento lejano.
— ¿Crees que aún haya esperanza? — cuestioné todavía observando las carpas y las barricadas.
¿Qué ocurría afuera? ¿Existe alguna esperanza de que estemos a salvo aquí dentro? Nadie sabía con exactitud lo que se cocía tras aquellas carpas. Nos enmudecimos y ambos giramos nuestras cabezas al unísono para observarnos.
— Creo que sí — Susurró —. ¿Tú qué piensas?
No tuve en cuenta cuánto tiempo me había sumergido en mis pensamientos, pero su voz me había devuelto a la realidad.
— Tal vez tenemos una segunda oportunidad de volver a empezar. Después de todo, esto no puede ser el fin — Contesté y llevé la vista hacia el horizonte y me mantuve de esa forma, sin estar seguro de lo que contemplaba.
Pensé en la oportunidad de volver a empezar; me aferré a la idea de que poseíamos la voluntad de hacerlo, incluso cuando parecía el fin.
De todas maneras, buscaba recuperar el control de mi vida y nuevamente, todo ha cambiado.
— ¿Sabes qué? — posó la lata en el suelo para luego volver a erguirse —. Tenemos que hacer que despeguen.
Enseñó la bolsa y de ella extrajo un avión de papel blanco.
— ¿En serio? — mi rostro se ensanchó en una gran sonrisa. Casi había olvidado la existencia de los papeles.
— ¡Por supuesto! — Exclamó con entusiasmo.
Elevó el papel con una mano para luego arrojarlo al vacío. Seguí con la vista apreciando cómo se alejaba en picada hasta aterrizar en el césped.
— ¡Sí! — Festejó ella sin elevar mucho la voz al tiempo que había estirado los brazos.
— Wow — No pude contener el asombro —. ¡Funcionó!
— Toma, inténtalo — me había acercado otro papel blanco previamente hecho, lo tomé sin dudar y apunté en dirección al jardín.
— A la cuenta de tres — Indicó ella.
— Uno — Conté.
— ¡Tres! — Exclamó con entusiasmo. Ambos lanzamos nuestros respectivos papeles que bajaron en silencio y se perdieron en la lejanía.
En aquel instante la vida se sentía diferente. Oír su risa y tenerla como compañía resultaba confortante, como si una parte de mí extrañaba aquel sentimiento.
— ¿No estaremos en problemas por llenar aquella zona con papeles?
Ella emitió una pequeña risa traviesa.
— Tú sigue, llenaremos el césped – contestó, dedicándome una sonrisa. Extrajo un pequeño avión más y me lo pasó, la notaba jovial como si fuéramos dos niños. Lanzamos el pequeño avión sin mucha precisión.
— ¿Qué hay de ti?
— ¿Qué pasa conmigo? — Replicó perpleja, me había acercado de vuelta otra hoja.
Retiré el papel de su mano con suavidad, ella todavía aguardaba una respuesta.
— ¿Estás empezando de nuevo? — esta vez sólo me animé a mirarla.
— Tal vez — respondió con mueca reflexiva —. Mi vida ya había cambiado con mi matrimonio. Me di cuenta que dejé atrás a varios amigos y que debía recuperarlos, volver a hacer cosas que antes me gustaba.
Guardó un breve silencio en el que se había tomado el tiempo de arrojar otro pequeño avión hacia las gradas, hice lo mismo segundo más tarde.
— Quizá estamos empezando de nuevo en todos los sentidos.
Su rostro parecía haberse endurecido en una expresión tal vez melancólica. Miró en frente, contemplando la nada.
Podía intuir que dentro de su cabeza se formaban una avalancha de pensamientos que no lograba establecerlos.
— ¿Estás empezando de nuevo, Robert? — giró con delicadeza hasta que sus ojos se encontraron con los míos.
Evité enmudecer al apreciarla, una vez más.
— Creí que podía empezar de vuelta antes de que todo esto ocurriera — susurré sin apartar la mirada de ella —. Luego de una larga relación, sólo procuré darme tiempo a mí mismo y así fui conociendo personas con quienes nunca llegaba a algo en concreto. Procuré recuperar el ritmo en mi trabajo, trabajé en mí mismo. No tenía la menor idea que el fin del mundo me golpearía.
Ella bufó de repente, de manera sonora. Sonreí al tiempo de notarlo.
— ¿Qué? – Cuestioné con acritud.
— Lo siento, de verdad. Sólo me pareció gracioso eso que dijiste, sobre el fin del mundo — murmuró cubriendo ligeramente el rostro con la palma de la mano.
— La vida me odia, primero una vida sentimental que sólo me hizo daño y ahora esto.
— ¡Eres tan dramático! – Entonó sin alzar demasiado la voz.
Aquello provocó una genuina sonrisa en mi rostro mientras todavía la admiraba en silencio. Aquella extraña sensación de conocerla desde antes se intensificaba con ella, más que con cualquier persona a la que he conocido aquí. Son pocas las veces en la vida donde tal cosa ocurre, tan fugaz que te aferras a ello.
A nuestras espaldas se oyeron gritos de regocijos que hizo que volteáramos la cabeza en dirección de la puerta, había olvidado que una fiesta se desarrollaba tras nosotros; por un momento todo se había sentido diferente, incluso el silencio.
El silencio, la oscuridad y la compañía. Había llegado a la realización del significado de mantener una compañía, de lo incomprendido que es valorar el silencio entre dos personas.
— Creo que tengo que volver — susurró de pronto sin ganas de retirarse.
Fruncí el ceño al mirarla, deseaba que permaneciera más tiempo.
— ¿No puedes quedarte? — Procuré no sonar desesperado.
— Siento que voy a dormir de golpe si decido quedarme.
— ¿Tan aburrida es mi vida? — Cuestioné de manera irónica.
Dejó al descubierto su reluciente dentadura, tan brevemente que no alcancé a apreciarlo.
— Por supuesto que no. Es sólo la cerveza, perdí la costumbre a esto.
— Es sólo una broma — giré el cuerpo para mantenerme frente a ella —. ¿Te veré mañana, Girasol?
— Desafortunadamente, sí — vaciló —. Buenas noches, grandulón.
Se alejó discretamente y sin mucha prisa. Pero antes que pudiera notarlo ya había atravesado la puerta que parecía lejana desde mi posición y nuevamente me hallaba solo. Contemplé una vez más aquellas gradas mientras visualizaba su rostro sin ser consciente de la sonrisa tonta que se escapaba en mí.
A veces cuando buscas el cambio, sanar silenciosamente de aquello que detuvo todo tu progreso; las cosas vuelven a cambiar porque la vida no se detiene a la expectativa.
Una segunda oportunidad entonces, se convierte en una meta lejana o en una utopía. Algo que a largo plazo comienza provocar acidia.
¿Es fácil volver a empezar en estas circunstancias? Supuse tener una respuesta y el cambio lo hice yo. Al conocer a Diana y al percibir aquello que creí perdido.
No era tarde y capaz nunca lo sea. No era el fin del mundo, como ella lo había dicho. Aunque definitivamente estábamos dentro de una pesada incertidumbre, me encontraba en el camino correcto.
Finalmente había ingresado al cuarto, tenuemente iluminado por tan sólo una lámpara que reverberaba una luz naranja, lo cual resultaba extraño. Cerré la puerta con demasiado descuido, temí despertarlo a pesar de que pudiera encontrarse despierto. Y mientras avanzaba de manera tambaleante oí un sonido raro, como un lamento ahogado seguido de patadas al aire.
Caminé patosamente siguiendo el sonido que provenía de un rincón oscuro del cuarto. Una silueta oscura se retorcía en el aire, finalmente había hallado aquellos lamentos y las sacudidas que esta vez sonaban con mayor aceleración.
— ¡MAX! — proferí de inmediato. El espanto me había hecho espabilar al encontrarlo frente a mí, a escasos pasos del sofá.
Corrí de inmediato hasta tropezar abruptamente contra una pequeña silla de madera que parecía haber emergido de la nada. Moví los ojos en todos los costados en busca de algo que pudiera usar como filo.
Mis ojos aún no se habían acostumbrado a la penumbra, no podía alcanzar a atisbar ningún objeto a mi alrededor. De pronto mis propios latidos bombardeaban mi pecho con una peligrosa velocidad.
Aunque el espanto pudiera paralizarme y necesitara más de un segundo en reaccionar.
— No, no, no — repetía entre acelerados suspiros.
Me desplazaba de un lado para otro dejando caer objetos, olvidando los interruptores de luces. No tenía idea de cuánto tiempo había estado colgado, pero una desesperante sensación me advertía que el tiempo se agotaba.
— ¡Aguanta Max! — proferí con evidente desespero.
Parecía una pesadilla y como tal no podía encontrar lo que realmente necesitaba; yo mismo podía percibir cómo el aire se me escapaba de los pulmones al tiempo que me desplazaba con una inaudita rapidez.
Arrojé más cosas que se hallaban sobre una mesa hasta finalmente luego de haber arrojado un pequeño tazón había contemplado un cúter salir disparado en el suelo. Salté sobre el objeto como quien encuentra la última señal de esperanza, después de todo el desorden a mi alrededor eso fue lo más preciado que había hallado.
Volví a Max, no sin antes haber tirado la silla hacia mí y usarla para por fin estar a la altura de donde él continuaba retorciéndose; el aire se agotaba de su boca, tan sólo emitía ruidos ahogados y su expresión se invadía de terror.
— ¡Resiste, resiste! — agregué entre dientes, mientras aceleraba el movimiento de la cuchilla sobre la gruesa soga.
La hoja de pronto se retorcía y volvía a su forma normal, la cuerda de apoco iba soltándose.
— ¡Lo estoy intentando, Max!
Hablé con fuerza por encima de su desespero, continuaba moviendo con tanta fuerza que podía sentir el ardor en los hombros. Él agitaba los brazos al aire y jadeaba con apresuración procurando pronunciar algo.
Súbitamente Max había caído al suelo y ni siquiera pude percibir el sonido de la cuerda al desprenderse; tosía dolorosamente al tiempo que exhalaba del mismo modo.
— Hey, estoy aquí — susurré al tiempo de haber saltado al suelo y socorrerlo —. Estoy aquí.
Tosió de manera dolorosa lanzando escupitajos al suelo, entonces noté su rostro cubierto por lágrimas.
— ¿Por qué no... — Su voz se agrietó, sonaba áspera.
— ¿Por qué lo hiciste, Max?
Rodeé su rostro con mis manos al tiempo que procuré contemplarlo, jadeando y olvidando todo el vértigo de antes.
— ¿Por qué, Max? — insistí nuevamente. Aunque mi propia voz sonaba compasiva.
Se limitó a romper en llanto sin ser capaz de pronunciar ninguna palabra y acto seguido se cubrió el rostro, siendo invadido por la vergüenza o cayendo en la realización.
Ese no era Max, estaba lejos de conocerlo y al parecer era consciente de eso. ¿Cómo pudo no decirme nada? O tal vez no presté demasiada atención.
Luego de todo el esfuerzo que ejercí para mantenerlo en movimiento, verlo de frente y tal manera resultaba desgarrador. Jadeaba con desesperación sin apartar sus manos del rostro, agobiado y tal vez aterrado.
Mientras susurrabas cosas que no alcanzaba a comprender.
Finalmente lo había rodeado con los brazos.
— Estoy aquí, Max — repetí, aunque no prestó atención.
Se aferró a mí con desespero y con el cuerpo trémulo.
— No puedo aguantarlo — Murmuró con voz dañada, parecía hasta imponer esfuerzo en pronunciarlo.
Sólo permaneció el llanto de un hombre roto que finalmente rompió el silencio y me aferré a él como nunca lo había hecho con nadie. Asegurándole una fortaleza mientras dure su tormento.
canción mencionada: Keane - Somewhere only we know.
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Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Teen FictionMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...