Resultaba extraño observar la manera en cómo todos huían, las mismas calles por las que hemos pasado antes ahora yacían abarrotadas por cuerpos o autos abandonados.
Un pequeño pulso oprimía mi cabeza impidiéndome cavilar algo diferente. Todas las preguntas chocaban como una ola caótica y sin posibilidad de responder a todas ellas, sin dar crédito a lo inusitado.
¿Quién era Robert ahora mismo? Su actitud fría e indiferente, me parecía contradictorio luego de haberme salvado de algo de la cual no poseía la menor idea. ¿Cómo debería lidiar con mis pensamientos y mi incapacidad de adaptarme a la realidad?
— Eviten llegar a supermercados o centros abiertos y diríjanse al estadio J. Yorke, es nuestro centro de evacuación. PROVIDENCIA les espera — Recitó una voz femenina en la radio. Ni siquiera noté el momento en que Robert la encendió.
— ¿Cómo pudo caer todo tan rápido? — Pensé en voz alta.
— No cayó — contestó él —. No puede ocurrir.
Me había sorprendido su respuesta aún después de haber permanecido en un metódico silencio. Estaba seguro de que no había inspirado ni una sola vez desde que abandonamos aquella comisaría.
— Es lo que te dije, cuando se descontroló el segundo puesto de cuarentena mudaron inmediatamente en otro lugar, no tardarían mucho en poder al menos hacer un espacio para contener el estadio. Aunque sea grande. — volvió a explicar sin apartar la atenta mirada de su carril.
— ¿Abandonaste a tus compañeros para buscarnos? — pregunté de forma inverosímil.
— Era la única oportunidad que tenía — repuso —. Vi que todo empezó a descontrolarse rápidamente y pensé en asegurarme de ustedes, te dije que te avisaría si encontraba alguna posibilidad. Parecía mantener una expresión de frustración, fue una acción completamente arriesgada. Abandonar tu puesto, un lugar donde hay cientos de compañeros para salvar a un par de personas, todavía parecía inaudito.
— Pudiste buscarnos al amanecer — agregué entre dientes.
Se mantuvo en silencio por unos breves segundos donde había llevado la mirada hacia el desolador paisaje.
— ¿Y dejar que les ocurra algo? — protestó.
Continué con la mirada hacia el exterior mientras endurecía la mandíbula.
— ¿Cómo puedes decir eso después de lo que intenté hacer por ustedes?
De forma impredecible giró el volante esquivando a alguien cuyo grito se perdió a nuestras espaldas y luchó por recuperar la estabilidad del vehículo que patinó de izquierda a derecha hasta que eventualmente lo había conseguido.
Había difuminado cualquier pensamiento que intentaba realizar, de pronto me sentía enojado de una forma muy estúpida que me percaté que fui un idiota.
— Lo siento — dije sintiéndome completamente avergonzado.
— Sólo vi la oportunidad y lo hice — me recordó —. Procuré hacer lo correcto, Max. Ambos procuramos.
Medité con esfuerzo dándome cuenta de mi fallo, una victimización incongruente provocada por la sensación de fallo que se acrecentaba en mí de forma sigilosa.
— De todas manera pudimos haber salvado a esas personas que dejamos atrás, Robert.
— ¿Y qué pasaría si estuvieran infectadas?
— ¿Y si no lo estuvieran? — interrumpí —. Sólo debíamos asegurarnos, no lo sé. Verificar algo, no estoy seguro de cómo funciona todo esto o de cuánto tiempo se demoran.
Volvió al sepulcral silencio.
Lo aprecié por unos segundos procurando entender qué lo había impactado a tal manera de despojarse de algo tan esencial como es ayudar a alguien. Detuvo el auto de golpe provocando un leve patinaje en las ruedas, levanté la mirada de vuelta para contemplar lo que se dibujaba frente a nosotros.
— Están aquí — agregó él con un tono similar a un sorpresivo alivio.
El espacio era abierto y detrás de ellos se levantaban gruesas capas de humo que ennegrecían el cielo, dos tanquetas de color negro marchaban en la primera línea en una velocidad lenta, casi al compás de un trote, acompañados por militares a los costados que sostenían sus fusiles de asalto erguidos en espera de abrir fuego; detrás de los vehículos de apoyo yacían varios hombres vestidos con sus característico uniformes oscuros y portaban cascos con viseras transparentes que les cubría el rostro.
Al igual que escudos antidisturbios que les cubría la mitad de la rodilla hasta la cabeza.
Una inusitada sensación me había caído encima, como si sintiera pavor y alivio a la vez, por primera vez el rostro de Robert había adquirido una expresión sorpresiva. Se mantenía con la boca entrecerrada mientras divisaba cómo se acercaban hacia nosotros parecido a una turba que cubría el largo y ancho de la calle. No había movido ningún solo musculo, un destello de esperanza parecía surgirle en los ojos y el alivio se dibujaba en el rostro.
Observé cómo se acercaban los hombres que pertenecían a la milicia sin dejar de sostener el rifle en dirección al auto, el corazón palpitaba con más fuerza.
— Baja del auto — dijo por fin en un tono bajo, hablando con rapidez.
Antes que pudiera reaccionar él había abandonado el interior y se mantuvo de pie a lado de la puerta.
— ¡Quieto! — espetó uno de ellos y de pronto desviaron la atención sobre él, disminuyeron el paso hasta caminar con cuidado.
Abrí la puerta provocando un pequeño chirrido, extrañamente temía salir, pero sabía que debía hacerlo. Aquellos hombres provocaban una gran inquietud y su actuar tan desconfiado y precavido era bastante inusual, aunque podía comprenderles bajo el nuevo contexto.
Salí por fin manteniéndome a lado de la puerta y dos de ellos caminaron hacia mí irguiendo sus rifles en dirección a mi rostro, sabía que algún movimiento en falso me volaría los sesos. O tal vez no, no quería averiguarlo por más que deseaba morir.
— Aléjese del auto — dijo uno de ellos, al llegar lo suficientemente cerca de mí. Caminé dos pasos hacia mi costado y levanté las manos al aire de forma automática, no lo habían pedido.
El segundo hombre revisó las ventanas del auto con una rápida mirada.
— ¿Ha estado en contacto, señor?
— N – no. Apenas salimos vivos de mi casa. — de pronto mi propia voz parecía temblorosa.
— Soy el oficial Robert Romero, sirvo en el departamento de policías, verifiquen mi placa. La tengo en el auto.
Oí proferir a Robert al otro lado mientras era rodeado por los hombres, de pronto parecían una figura hostil al estar cara a cara con ellos.
— ¿Ha sido mordido? — Continuó el hombre mientras apuntaba el rifle en dirección a mis ojos.
Pensé nuevamente en Dante y en Judith, en las mordidas que habían sufrido.
— Señor, ha sido mordido — repitió de vuelta, insistente y cauteloso.
Al parecer había demorado más de la cuenta, podía devuelta oír mis propios latidos batir con fuerza en el interior de mi pecho.
— No, no nos mordieron — Quería contarles que a mi esposa e hijo sí lo habían mordido de forma horrenda, que escapamos con una mínima de suerte.
De pronto el hombre que se encontraba en mi espalda levantó la parte inferior de mi remera negra, examinando rápidamente algún rastro de mordida. No me recordaba poseer rasguños y deseaba fervientemente no tener nada comprometedor, o algo que pudiera cambiar nuestros planes; examinó ambos brazos con apuro al igual que los bordes de mi cuello.
— Queremos llegar a Providencia — Exclamó Robert de vuelta, su voz sonaba con amplitud.
— ¡Yo los conozco! — Notificó un hombre llegando con el escudo. Los militares desviaron la atención en el sujeto.
— Romero, él estuvo anoche cubriendo la segunda zona de cuarentena — añade el hombre que se había levantado la visera para exponer su rostro.
— ¿Diego? — Robert se acercó hacia él estudiándole por unos segundos.
— Guíalos hacia Providencia, están limpios. — Dice de inmediato un hombre de estatura similar a la de Robert, pero menos corpulento, había dado la orden al oficial de nombre Diego. Los dos militares que me custodiaban se habían apartado y bajaron la guardia, esperaron a que Robert y Diego ingresaran a la patrulla de vuelta, caminé lentamente hasta el asiento trasero.
Volví al interior y todo sonido de vuelta había desaparecido, tal como resguardarse en un cuarto. Busqué de inmediato el cinturón de seguridad.
— ¿Qué mierda está ocurriendo, Diego? — susurró Robert, volvimos a estar en marcha.
Continuamos camino recto. Habían dejado un espacio libre para que podamos cruzar, no podía apartar la mirada de aquellos hombres mientras la tensión envolvía el habitáculo.
Rápidamente me percaté que aquel sector de la calle estaba repleto de cadáveres, habían limpiado la zona.
— Cuando perdimos el control en la segunda zona, dividieron a los militares en dos grupos. Uno había descontaminado la zona infectada y la segunda movió todos los cuerpos, materiales y personales hacia el estadio. — Explicó el hombre cuya voz era aguda, su rostro tenía una característica un poco mayor que la de Robert como si fuera pasado de los treinta, no podía ver mayores detalles sobre él, puesto que estaba uniformado de pies a cabeza.
— ¿A qué te refieres con descontaminación? — Continuó Robert aún expectante.
Diego guardó un breve silencio, uno que no presagiaba algo bueno.
— Mataron a todos ahí adentro — susurró en voz baja, como una confesión personal.
Oí a Robert suspirar, tal vez del espanto; mayor parte de las cosas él no lo sabía, había dejado todo para quitarme del caos.
— Los militares están al control ahora mismo, aunque las fuerzas estén disparejas. Trabajan de cerca la FEMDA, así tomaron el control del estadio — volvió a añadir Diego.
— ¿Qué pasó con el cuerpo policial? — continuó Robert con un tono tenso en su voz.
— Hubo una gran división, hay personas que están tomando ventaja de la situación — respondió todavía sin mucho ánimo. En ese momento había sentido la impotencia que Robert parecía transmitir, se frotaba la frente levemente tratando de asimilar la situación.
— Lo siento — Volvió a continuar en voz baja.
— Está bien — Susurró él sin mucho ánimo.
— ¿Tienen idea de lo que está ocurriendo? — Pregunté tímidamente, quebrando el congojo silencio que se generaba poco a poco.
— Teníamos noticias de que la infección sólo provenía de la carne cérvida, la FEMDA todavía no explica la razón del por qué estas personas de pronto parecen animales rabiosos — contestó Diego alternando su mirada entre el retrovisor y su camino.
— Es increíble que no somos el único país infectado, pero sí quienes están actuando de manera más rápida — Prosiguió Diego en un tono más bajo, pero ciertamente agobiado.
Conservé el silencio al tiempo que procuraba procesar lo ocurrido como quien busca encontrarle lógica a un sueño.
— ¿Estás bien? — Susurré a Robert al tiempo que había puesto una mano sobre su hombro.
Había olvidado que se mantuvo en profundo silencio, después de todo lo que habíamos atravesado tal vez era este momento donde él estaba procesando absolutamente todo; los cadáveres en las calles, personas repletas de sangre, la pérdida de sus amigos y colegas con las cuales él ejercía una competencia silenciosa dentro del trabajo. Y la muerte de Judith y Dante.
— Sí — susurró —. Estoy bien — dijo con voz pensativa.
Era extraño verlo meditando y en silencio, cuando ayer lo noté entusiasta y actuando de forma diferente a como lo había conocido.
— ¿Todo esto ha ocurrido porque la zona de cuarentena calló?
Continué de pronto mientras contemplaba las figuras inertes de personas cuyos cuerpos dejaban relucir agujeros negros donde brotaban un espeso charco de sangre.
— No sólo en la zona — murmuró Diego sin despejar la vista de su trayecto —. El estadio estaba siendo preparado para albergar a más pacientes debido al aumento insostenible en los hospitales, pero nadie esperó que esto ocurriera.
Giramos en otra calle dejando atrás los espacios demasiados abiertos mientras me permití una pausa reflexiva.
— ¿Te quedarás en Providencia? — preguntó Robert finalmente luego de lo que parecía un eterno silencio.
Noté que Diego desasistió ligeramente con la cabeza con expresión insegura.
— Debo buscar a mi hija y a mi exesposa — Explicó de forma ausente.
— No sabía que tenías una familia — replicó Robert levemente avergonzado.
Diego asintió con la cabeza.
Una sorpresiva figura canina emergió a nuestras espalda persiguiéndonos con urgencia y me detuve a observarlo. ¿Lo hacía por terror al igual que nosotros? ¿O lo hacía por inercia?
O tan sólo por notar un único auto en movimiento que circulaba cerca, había pensado entonces que Dante siempre había querido un cachorro; de sólo mirar a aquel inocente y asustado animal mi garganta volvía a ser presa de un nudo que no podía contener.
— ¿Ellos pueden infectarse? — pregunté en voz alta, cuando no debí hacerlo.
No había recibido respuesta alguna. Tal vez volvía a ser ignorado porque ninguno de los dos estaba viendo a aquel perro correr a nuestras espaldas, tal vez aterrado como nosotros.
— Huyeron hacia el puente a la madrugada, a pesar de que las entradas se habían bloqueado — Explicó Diego, no le había dado mayor relevancia aunque había pensado en lo difícil que esto resultaba absolutamente para todos.
De pronto dos personas persiguieron al aterrado animal que luchaba por no perder el ritmo de su velocidad. Algo en mí se disparó en ese instante, deseé fervientemente que pudiera aguantar más cuadras y pudiera perderlos. Rápidamente mis ansías se desvanecieron al girar a una siguiente calle, bajé la mirada consumida por una profunda desesperanza.
— Espero que las encuentres — musitó Robert.
Diego lo miró por un segundo y realizó una media sonrisa.
— Gracias, amigo — su voz parecía entrecortarse. Era difícil mantener las expectativas altas, pero había notado que un destello de esperanza había poblado en sus fatigados ojos.
Continuamos el paso sobre la calle 166. Un paso en descendente que estaba pavimentada con piedras de un tono más claro que el asfalto y decorada con autos que continuaban aparcados a nuestros costados.
Entonces, luego de un breve silencio contemplativo notamos la llegada de personas cuya mitad de sus rostros yacían cubiertas por remeras y sostenían armas comunes como palos; piedras o algo que expandía gruesas capas de humos en el aire.
Avanzamos a una velocidad moderada sin despejar la mirada de ellos.
— ¿Quiénes son estas personas? — Finalmente solté sin despejar la mirada de aquellos rebeldes que deambulaban sin temor.
— Las mismas escorias de la madrugada — Contestó Robert con voz gruesa, noté que había clavado la mirada en ellos como un lobo.
— Están tomando provecho de la situación — musitó Diego —. Están saqueando lugares y provocando disturbios.
Nos abrimos paso atravesando la niebla que nos envolvía y nos cegaba de mayores detalles.
— Es por esta razón que los policías se habían...
Un gran impacto lo había interrumpido. Una botella se estrelló contra la ventana delantera en dirección a Diego, rápidamente las esquirlas de cristal salieron disparadas en diferentes direcciones y una flameante llama había aparecido. Atrapando a Diego en pequeña parte y cubriendo una porción mayor sobre el parabrisas. No alcancé a divisar a ninguna persona alrededor, de pronto la velocidad se había incrementado peligrosamente.
El auto se sacudió al ganar mayor aceleración y una sensación similar a una caída en picada nos aterró. Dejamos aquella angosta calle atrás para dar paso velozmente a otra calle urbana.
Robert intentó recuperar el control, pero sus intentos fueron inútiles cuando notó el muro que nos esperaba en frente.
— ¡Sujétate! — Profirió él con fuerza.
Abracé el cinturón como última esperanza y apreté los ojos, preparándome para el inevitable impacto. La patrulla se detuvo contra una pared con tanto ímpetu que parecía una explosión y lluvias de cristales se dispararon por todo el lugar.
Un zumbido invadió mis oídos en ese instante, seguido de un profundo silencio y todo se había ennegrecido.
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Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Teen FictionMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...