ROBERT
Aquella noche fue diferente, podía percibir el peso de su inagotable duración. Sin dudas el día más largo que había vivido, no se asemejaba al terror experimentado la noche que todo comenzó y darme cuenta de eso me había iluminado de cierta forma.
Las noches siempre eran diferentes, podrían ser aterradoras, agobiantes y peor aún, inquietantes. Se había ganado eso luego de todo lo que nos ocurrió. Inspiraba sin mucho esfuerzo, pero de manera profunda, desconcertado todavía por lo que había hecho. Resguardado por las cuatro paredes de nuestra habitación y con la vista sobre la mano derecha suspendida al aire, dejando caer pequeñas gotas de sangre que se deslizaban por el rabillo de mis dedos.
Se sacudían sin que pudiera controlarlas y el dolor recién empezaba a ser perceptible, además del ardor que abrazaba mi rostro y lo oprimía hasta convertirse en algo latente que golpeaba mi cabeza. Separé los dedos lo más que pude, evitando que el dolor pudiera concentrarse en la mano, pero de sólo hacerlo había percibido el dolor y la dureza que se extendía.
Él caminó hasta aparecer en mi frente, no era consciente de su presencia, todavía continuaba reviviendo aquel instante donde había golpeado a Arthur con una fuerza desconocida que apenas pude retener. ¿De dónde provenía tanta fuerza?
Me sentía enojado, cansado y confundido. Todo a la vez, el dolor no era de gran ayuda puesto que era un recordatorio de lo que había sucedido minutos atrás.
— ¿Qué tal está la mano? — Preguntó Max al tomar asiento frente a mí.
Moví cuidadosamente de un lado a otro, dejando a relucir capas secas de sangre sobre mi piel y sólo pequeñas porciones aún frescas. Se encontraba menos manchada que hace rato, minutos atrás tan sólo había adquirido la apariencia de una bola rojiza y brillante.
— Está bien — respondí sin ganas —. No duele.
No estaba seguro si realmente la aflicción se concentraba en la mano o era en la cabeza, o tal vez ambos y estaban matándome en mi interior. Max había empapado un trapo con una botella de alcohol, su olor había recorrido todo el cuarto incluyendo mis fosas nasales causándome un leve ardor. Acto seguido había pasado con gran cuidado arrebatando las manchas de sangre sobre la piel, revelando paulatinamente mis nudillos.
— ¿Vas a contarme qué fue lo que ocurrió? — Dijo mientras limpiaba las manchas.
Luché por recordar el instante donde todo ocurrió, caí en realización de que mantuve la guardia baja y había sido sorprendido, lo cual es un grave error por mi parte.
— No estoy seguro — musité con inseguridad en la voz. Seguro él lo notaría, conocía cuándo podría mentir o cuando me encontraba sin ideas, según Max mi voz siempre revelaba esos detalles. Asintió con la cabeza al tiempo que oprimía el trapo con un puño vertiendo todo el líquido absorbido dentro de un pequeño envase de aluminio.
Miré de reojo el envase y pude notar que rápidamente se tintó de un rojo espeso y luego llevé los ojos sobre la mano, todavía temblantes y con los nudillos rodeados por un profundo morado que se mezclaban con un leve rojizo y ambos se extendían hasta el último dedo.
— ¿No estabas ahí? — musité nuevamente. Max no levantaba la mirada, se limitó a retirar las manchas que todavía se negaban a dejar mi piel.
— No, pero se recorrió la voz.
Me parecía lógico puesto a que todos vivíamos dentro del mismo lugar sin esperanzas de salir, no faltaría demasiado tiempo para que todos lo supieran. Lo habían visto todos, cada uno de aquellas personas que me conocían. ¿Qué habrán dicho?
¿Me volverán a hablar luego de esto? No tenía miedo con respecto a eso, pero la pregunta importante se había despertado en mi interior.
— ¿Qué ocurrió con Diana? — Mi tonalidad adquirió fuerza.
El aspecto calmado y carente de alguna desagradable sorpresa que Max había mantenido se desfiguró y levantó la mirada, esta vez endureció su rostro.
— Estaba asustada — respondió finalmente.
La forma en cómo había dicho la respuesta despertó en mí una sensación de culpa, quería verla en ese momento y procurar hablar con ella, pero no sonaba alentador.
¿Dejaría de hablarme y se alejaría? Me invadió un pánico contenido de sólo formulármelo en mi interior y de esa forma la jaqueca se había amplificado.
— Esto puede traerte serios problemas.
Reflexioné sobre ello durante unos segundos donde no podía dejar de pensar en otra cosa que no sea Diana. En lo que pensaría o cómo pudiera afectarlo.
— Hey, no fue mi culpa — Me defendí —. Estaba con ella y de pronto ese tipo me había atacado, todo fue demasiado rápido. Antes de que pudiera darme cuenta ya estaba en el suelo y sólo busqué defenderme.
— Casi lo matas, Robert — Protestó —. Le dejaste la cara hecha un desastre. ¿No lo viste?
Unos breves destellos invadieron mi mente. La sangre espesa que cubría su rostro, su respiración agitada y su incapacidad de proferir una sola palabra, una vaga sensación retornó entonces. Aquello que dominó mi cuerpo lanzándome a algo que apenas pude controlar.
— Necesito hablar con Diana — susurré de pronto.
Max se detuvo y retrocedió hasta el respaldo sin despejar la mirada sobre mí. Su rostro se volvió súbitamente serio y al captarlo le sostuve la mirada, sabía lo que guardaba en aquella expresión.
— ¿Por qué quieres continuar hablando con ella?
No comprendía la impulsividad de hacerlo. De pronto conocer a alguien en aquellas circunstancias resultaba diferente, ella generaba sensaciones nuevas y mejores en mí.
— No lo entiendes, Max — suspiré con un leve tono de frustración en la voz.
— No, tú no lo entiendes. Tú y ella son diferentes, no puedes forzar estas cosas.
— Ella me lo dijo, Max. Me lo dijo. Dijo que está feliz de conocerme. No estaba ahí por buscar algo más, la vi mal y traté de ayudarla y lo hice y luego pasó eso. ¿Y yo soy el culpable?, ¿Por qué?, ¿Qué culpa tengo de que ese imbécil sea impulsivo?
Max permaneció perplejo, estudiándome con la mirada. Lo de siempre, siempre hacía lo mismo. Tal vez en su pequeña cabeza ya había pensado en una respuesta seguida de un análisis psicológico.
— ¿Acaso no ves las cosas con claridad? — murmuró.
Aguardé a que él continúe con alguna explicación, pero se mantuvo calmado, en espera a que pudiera captar el mensaje en el interior de la discusión.
— No lo ves ¿Verdad?
— ¿De qué hablas? — Soné impaciente. Contuvo su expresión seria y juzgante.
— Mira su entorno. Ella vive otra realidad, no eres el protagonista en esto, Robert. No puedes continuar aferrándote a ella.
Tal vez este es un nuevo límite, algo que jamás había experimentado. Mi búsqueda de un nuevo inicio que cada vez se tornaba desesperado y solitario.
— ¿Cómo debería empezar de vuelta? — Cuestioné —. Con ella me siento menos solo, siento que las cosas tienen sentido, siento que tengo un propósito. ¿Tú entiendes eso?
— ¿Qué crees que ocurrirá ahora? — interrumpió —. ¿Quedarse contigo?
Nos invadió el silencio nuevamente. La palpitante jaqueca se había anulado por unos instantes. Él y yo nos sostuvimos las miradas, podía intuir que se encontraba molesto y tenía razones para estarlo y algo en mi interior caía en cuestionamientos.
¿Qué pasará realmente?
— Hay maneras diferentes de empezar de vuelta y aferrarte a una persona no es la correcta, no cuando no puedes comprender tus propios errores, Robert.
— Lo sé — Asentí de mala gana. Desviando ligeramente la mirada.
Más que nunca sentí la imperiosa necesidad de salir a buscarla por todo el recinto y escucharla, podría comprender que no fue mi culpa, lo último que podría ocurrirme es que ella tomara distancia o que se haya espantado al ver cómo casi mataba a su marido.
¿Qué ocurrió conmigo en ese instante? Sentí una fuerza sobrehumana poseerme súbitamente, mis latidos se dispararon al mismo tiempo que había entrado en un estado de frenesí.
De pronto, Diana había ingresado a nuestro dormitorio. Con el rostro completamente diferente, expresaba una impotencia y enojo en todo su esplendor y temblé por un segundo; se mantuvo de pie al tiempo que me observaba como si fuera un extraño.
— Les dejaré solos — murmuró Max al tiempo que se incorporó para luego abandonar la habitación a pasos suaves.
La tensión había sido diferente, mucho más pesada y menos agradable. Nunca me encontré en un momento igual con ella, ni siquiera cuando dijo que nada de esto funcionaría.
— ¿Estás bien? — Pregunté con pudor.
Cruzó los brazos de inmediato para luego arrugar la expresión, el conflicto interior era evidente.
— Mira, entiendo que puedas estar enojada, pero...
— Creo que debemos dejar de hablar por un tiempo.
Mis latidos se detuvieron.
— ¿Por qué?
Inspiró pesadamente dándome cuenta que se impacientaba cada vez más.
— Necesito mi propio espacio, no puedo lidiar con esta mierda, no puedo conmigo misma ahora.
— Pero, somos amigos — tuve que admitir la farsa, de forma obligatoria e hiriente.
— ¿Lo somos? — cuestionó. Noté por el tono de su voz lo que eso significaba, aquella incredulidad.
Dudé unos segundos de vuelta, tratando de poder digerir la mentira como una única forma de mantenerla cerca.
— Sí, quiero decir, lo hemos hablado y compartimos momentos. Tú mismo lo dijiste, dijiste que estabas feliz de tener a alguien con quien hablar.
Percibí que se había estremecido, pero se negaba a soltar sus brazos cruzados. Finalmente me había incorporado, reactivando así la jaqueca que casi me devolvía a la cama.
— Diana... — caminé hasta parar a escasos centímetros —. No tiene por qué ocurrir esto. Además, no fue mi culpa, era él o yo.
— Casi lo matas — me recordó una vez más.
La contemplé unos breves segundos, donde nuestros ojos se movían con locura al tratar de guardar nuestras imágenes, la de ella cuyos ojos cafés de pronto se endurecieron.
— ¡Pero no fue mi culpa! — dije con un desespero contenido en la voz —. ¿Qué pasaría si la situación fuera a la inversa? Me dejaría el rostro hecha un desastre. ¿Y luego qué? ¿Ibas a reclamarlo?
— ¡Fue estúpido, de todas formas! — espetó súbitamente.
Retrocedí ligeramente al espanto de su reacción.
— No se trata sólo de ti, deja de victimizarte por un instante. También fue estúpido lo que hizo y tuvo su merecido, pero nadie va olvidar lo que ocurrió ahí.
— ¿A qué te refieres? — Torcí el gesto levemente.
Finalmente liberó sus brazos para luego encogerse de hombros.
— Todos lo vieron, es molestoso verlos hablar sobre lo que ha ocurrido — Noté la preocupación en la voz, contrajo la expresión haciendo evidente todavía más, el conflicto en ella.
— No me importa eso, lo que me importa es que sigamos hablando, no tienes por qué alejarte.
— Tengo que hacerlo — murmuró con avidez.
No podía despejar la mirada sobre ella, era hermosa incluso cuando estallaba en ira, pero su forma de verme era con avidez y prácticamente inquisidora. Mi cuerpo había temblado entonces, supe que nada bueno podría ocurrir y alejarla sonaba como algo demasiado pesado para mí. Era la única persona a quién conocía a profundidad, nadie más causaba lo que ella realizaba en mí.
— No me hagas esto — susurré de manera suplicante.
Sin embargo, la encontraba decidida, su mirada había cambiado súbitamente; era una máscara inexpresiva, mantuvo sus ojos fijos a los míos por un tiempo indeterminado, sin esperanzas de proferir alguna respuesta.
Dio media vuelta desbordando un poco de su aroma y caminó hasta abandonar la habitación, en silencio y determinación.
Y el mundo perdió su brillo de pronto. La pesadez se hizo más tangible y la colosal soledad que me asechaba... Me envolvió en sus oscuros brazos, apartándome de la realidad.
No estaba ocurriendo esto, no podía admitir el hecho de que lo que temía de alguna forma se había cumplido; como si por sólo pensarlo pudiera ocurrir y lo sueños no funcionan de esa forma, quería creer que era un sueño y para mi desgracia, no lo era.
La primera semana.
Nada tan extraño como esto me ha sucedido antes.
Donde coincidir con una persona que no es la indicada para mí de pronto ilumine mi vida y lo llene de un inusual propósito. Me he cuestionado en privado dándome cuenta que las casualidades y los cruces suceden en todo momento y pocos son aquellos que realmente se tornan significantes.
Había pasado una semana desde que ella decidió tomar distancia y nada fue lo mismo.
Pude percatarme de mi entorno y me obligué a mantenerme entretenido, dándome cuenta que los controles sanitarios se intensificaron sin pasar desapercibido. Aquel día parecía particularmente diferente a los otros, no era fácil mantenerme en sigilo.
El día ya había avanzado lo suficiente y detuve mi recorrido en el Gran Corredor; se trataba de un gran vestíbulo que se extendía entre las entradas cuatro y seis y cuyo espacio se encontraba alineado por veinte carteles de jugadores históricos que se alzaban como figuras gigantescas y glamorosas.
Un espacio circular y de apariencia infinita, ahora rellenada por vallas y militares que controlaban el acceso de nuevas personas mientras realizaban pruebas rápidas. Me detuve en unas escaleras que antes funcionaban mecánicamente y desde la altura me permitían una vista generalizada del amplio espacio.
— ¡Tenemos a un infectado! — Gritó un hombre uniformado, alzando su arma en dirección del rostro petrificado del aparente hombre infectado.
Lucía joven y saludable. Elevó las manos al aire mientras se retorcía de miedo.
— ¡No lo estoy, no puedo estarlo! — Exclamó el hombre cuya voz sonaba amplificada.
Dos hombres uniformados llegaron en dirección del hombre infectado que no había desistido en tratar de convencerlos. Esto era una imagen actual y aterradora, no podía ni siquiera dar crédito a la rigurosidad y la desconfianza que los militares demostraban día tras día.
— ¡Por favor, revisen de vuelta! — Insistió por última vez luego de que sus palabras fueron acalladas por una lluvia de disparos que perforaron su cuerpo y lo dejaron inmóvil como a un animal a quien había terminado de cazar.
¿Era necesario demasiada crueldad y desconfianza?
El espanto de los demás se visualizó de inmediato en cada rostro nuevo que buscaba refugiarse aquí. Preguntándose tal vez si han hecho una decisión correcta, preguntándose tal vez mil cosas que no podía descifrar. Yacía igual de petrificado que ellos, se tornaba imposible digerir las situaciones como éstas.
Caminé de vuelta al salón como quien hace la vista gorda. Procurando comprender los actos de aquellos militares y la desconfianza que los dominaban. ¿Será un verdadero terror al otro lado de los muros?
Debería ocurrir algo para marcarlos de esa manera, tal vez vivir experimentando una muerte cercana día tras día se tornaría en un gatillo a un comportamiento como ese. ¿Cómo es posible que puedan matar a más personas cuando procuran resguardar a otras?
— ¿Robert?
La figura de Max de pronto emergió a unos escasos pasos, su cabello progresivamente ganaba más volumen al tiempo que el fleco lucía cada vez más descuidado y una visible barba iba rodeando su rostro como una sombra.
— Te he buscado por todas partes — Agregó él al tiempo que se acercaba con una velocidad casi apresurada.
— Vámonos, no hay nada para ver por aquí — Comenté al tiempo que aceleré el paso hasta aproximarme junto a él para luego alejarlo en discreción.
— Noté la presencia de militares en el pasillo de las suites — Continuó Max con un tono más bajo. Dentro de aquel espacio ampliable y majestuoso cuyo suelo cerámico el sonido podía percibirse como algo demasiado amplificado, incluyendo el bullicio que se concentraba a nuestras espaldas.
— ¿No crees que podrán vigilarnos?, ¿Verdad?
Ciertamente de pensarlo provocó en mí una ligera inseguridad, algo que podía alentar a un temor paranoico, pero no deseaba sentirme de esa forma.
— Max, recorren el recinto entero durante todo el día —. Respondí en tono vacilante —. No seas paranoico.
Se mantuvo reflexivo mientras continuábamos con la marcha.
— ¿Qué tal te sientes ahora? — Agregué rápidamente con la esperanza de evadir alguna inquietud suya.
Contrajo la expresión mientras cavilaba algo en su fuero interno, su rostro era una máscara exhaustiva, prácticamente diferente a como llegué a conocerlo.
— Unos días se intensifican y otros tan sólo existo — Comentó de manera reflexiva —. No sé cómo definirlo aún, todavía me siento perdido en estos días circulares.
— Tal vez mentirte de esa manera hasta creerlo tampoco sería demasiado perjudicial. ¿No crees?
Giró brevemente la mirada en donde noté sus ojos de escapolitas con una expresión cercana a la fatiga.
— Así no es como funciona las cosas, Robert — Contestó devolviendo su mirada hacia su camino —. Auto engañarme tan sólo hará que mi deseo de mejorar realmente no exista y la sanación realmente no ocurra.
Bufé súbitamente al tiempo que contemplé mi entorno. Me sorprendía su manera de hallar explicaciones para ciertas situaciones.
Finalmente habíamos cruzado las puertas que daban paso al patio de comidas donde nuevamente se concentraba una gran cantidad de personas, como era común. Siempre ha sido igual, desde hace un mes nos encontramos perdidos en estos días circulares.
— Yo decidí hacerlo y así pude mejorar antes, es lo que pretendo hacerlo ahora.
Agregué mientras me desplazaba de manera desapercibida.
— Por eso nunca has cambiado, Robert — Cuestionó Max llevando la mirada en mí, nuevamente —. ¿Alguna vez te planteaste actuar diferente?
Enfoqué la mirada automáticamente en una persona que había conocido dentro del recinto. Un hombre delgado de tés oscura, simpático que poseía un carisma particular y me recordaba a mi yo de la escuela.
— ¡Hey, Bobbie! — Saludé elevando una mano a lo que él había respondido de la misma manera para luego enseñarme una envidiable sonrisa blanquecina que me cuestionaba cómo lo hacía para tenerla.
— Disculpa ¿Qué decías?
— Nada, olvídalo — Murmuró desganado mientras avanzaba en silencio. Nuevamente elevé la mano al hallar a una segunda persona.
— Planeo ayudar a Diana — Murmuró Max. Me detuve y giré la mirada con la atención puesta en él.
— ¿A qué te refieres? — Farfullé mientras le contemplaba el rostro. Una mueca inexpresiva que pretendía demasiada seguridad.
— Sé que no estoy preparado para hacerlo, pero necesito hacer algo por mi cuenta y pensaba en ayudarla... Ya sabes, a lidiar con lo que está pasando.
— ¿Te ha dicho algo sobre mí?
Se mantuvo inmutado. Estático como una roca.
— No des vuelta a esto — dijo con voz monocorde —. Esta distancia es necesaria para ambos.
Continuó su paso sin dar una vuelta y sin siquiera pedir mi compañía. Dentro de mi cabeza las ideas daban vueltas cuestionándome si realmente se encontraba listo, si podría ser capaz de apartar su dolor y si tal vez mantuvo charla con Arthur.
Sólo él podría saber cosas de las cuales desconocía y mantenerse cercano a Diana.
¿Realmente ha tenido algo que ver?
La noche usualmente se prolongaba sin mucho sentido, a veces prefería oír música o compartir unos tragos con nuevas personas, aunque esta vez la situación era diferente. Me hallaba en el interior de la suite a oscuras sin la posibilidad aún de caer dormido, él yacía en silencio tal vez batallando en la búsqueda de un sueño reconfortantemente extenso.
Su ausencia me golpeaba en situaciones como estas dándome cuenta que nadie podía tomar su lugar.
Su ausencia silenciosamente se convertía en un vacío que me negaba a experimentar y luchaba contra el impulso a salir a buscarla. ¿Volveremos a hablar después de todo?
No puede ser el fin de nuestra historia, no cuando ambos buscábamos iniciar nuestras vidas de nuevo; no cuando habíamos aprendido lo suficiente del uno y del otro para considerarnos partes de este nuevo capítulo.
Y sin poder predecirlo, mis ojos cedieron a la fatiga.
Y el silencio fue reemplazado por un bullicio relajante, para luego echar una vista a mi entorno dándome cuenta que me situaba en el interior de un bar pobremente iluminado. Uno de esos días donde estando junto a otras personas, nuestras miradas se encontraban en la lejanía y sin que nadie pudiera percibirlo; ella sentada a lado de Arthur y rodeado de otras personas que reían y comentaban cosas entre ellos, detalles que ni siquiera ella le daba una menor importancia.
Ella fijó su vista en mí al tiempo que había formado una pequeña sonrisa en su rostro.
Elevé un pequeño vaso ancho de la cual contenía whisky e hice un ademan de brindis, ella asintió con la cabeza sin que nadie pudiera notarlo. Deseaba fervientemente que pudiera acercarse, escaparse de aquellas personas que no la prestaban atención.
De pronto, sin que pudiera predecirlo.
Se puso de pie y dijo algo antes de abandonar la mesa, por su paso saludó a algunas personas y de inmediato volví mi vista hacia enfrente. El ritmo de mis latidos incrementó peligrosamente al tiempo que procuré mantener la vista ocupada, fingir que no la veía acercarse.
Di un sorbo poco sutil al tiempo que me resistía a girar la cabeza a mi derecha para no parecer demasiado expectante, aunque moría de nervios y no podía acreditarlo. ¡Realmente se estaba acercando!
¿Por qué se tardaba tanto? ¿Fue tan sólo algo imaginario?
Las inquietudes comenzaban a impacientarme y luchaba por mantenerme firme, esperé paciente sin notar respuesta. Antes de que pudiera notarlo me encontraba frotándome la barbilla con una mano, muerto de la ansiedad. ¿Cuánto había pasado desde que se puso de pie?
De pronto, su inigualable figura apareció delicadamente frente a mis ojos y sonrió de manera despreocupada.
— Hola tristón — Saludó de manera dulce.
— Hola — esbocé una sonrisa inmediata.
— ¿Qué haces aquí solo? — Preguntó estudiando con disimulo mi alrededor.
— Es increíble — Dije al tiempo que reía —. Al parecer dicen que hablo demasiado y pues, terminé solo.
Nuestras momentáneas risas se unieron de forma acompasada para luego observarnos con silenciosa admiración.
— Bueno, ellos tienen razón — Volvió a reír —. Es broma. ¿Puedo sentarme?
Realicé una mueca sorpresiva y estudié nuevamente mi entorno, fingiendo una inseguridad a su petición.
— Ehm — bufé —. Creo que sí, puedes sentarte.
Se mantuvo frente a mí de manera que sólo una pequeña mesa nos dividía, pero podía apreciarla con una cercanía embriagante que sin que ella pudiera saberlo, me arrebataba la respiración.
— Lo siento por desaparecer durante estos días, todavía busco controlar mi vida.
Ciertamente los días se hacían más extensos y tediosos cuando ella tomaba distancia.
— No es nada — Fingí mi desconformidad —. Tampoco puedo acostumbrarme a todo esto.
— Oh, ni prefiero hablarlo — suspiró —. Nunca he odiado la idea de estar encerrada hasta ahora, convirtieron algo que me gustaba en algo que odio.
— ¿No salías mucho antes? — Bufé sorpresivamente.
Ella dejó relucir sus espléndidos dientes mientras reía de forma delicada.
— La verdad — Intercedió —. Pasaba demasiado tiempo en mi departamento, a veces estudiando o a veces tan sólo porque no tenía la necesidad de ir afuera.
Conocer pequeños detalles sobre ella, incluso aquellos de menor relevancia se tornaba unos de mis pasatiempos favoritos.
— ¿Tú extrañas algo?
Hice una mueca reflexiva mientras ella aguardaba con una sonrisa contenida.
— Como policía, mi vida era muy aburrida — admití —. Pero, tal vez echo de menos los momentos donde apostábamos a cuántas personas podíamos detener.
—¿Qué? — Bufó con una pronunciada sonrisa. Lancé una pequeña risa y asentí con la cabeza, fueron situaciones poco comunes y que me impulsaba a la competitividad.
— ¡Lo sé! — vacilé —. Era realmente divertido hacerlo y algunos de mis compañeros creían que era estúpido. A veces me volvía demasiado competitivo sin razón alguna.
Se mantuvo mirándome con aquellos pequeños ojos maravillados y enseñándome su pronunciada sonrisa. De pronto una pareja a unos pasos al costado de nosotros comenzó a discutir de manera estrepitosa.
Era poco cotidiano cruzarse con momentos como esos, donde todos buscan alejarse de sus problemas y procuran socializar en el salón.
— Seguro que irán al grupo de ayuda luego de esta pelea — Agregó ella mientras lo estudiaban mientras se alejaban.
— Deberíamos escaparnos. ¿Sabes? — Sugerí en voz baja —. Salir corriendo lejos de aquí, robarnos un banco tal vez.
— ¿El dinero todavía es útil? — Cuestionó con una expresión levemente confundida, sin perder su encantadora sonrisa.
— ¡No lo sé! — Exclamé encogiéndome de hombros —. Sólo estoy pensando en escapar y robarnos cosas.
— Increíble — murmuró —. Un policía con planes de robo. ¡Qué irónico!
Nuestras risas se sincronizaron una vez más y ninguno de los dos despejó su mirada del otro. Momentos como esos convertía la cotidianidad en algo fácil de sobrellevar, le otorgaba valor a cada día repetitivo, aunque tan sólo se tratase de un momento breve.
Resultaba complejo permanecer en el pasado y lo comenzaba a notar.
Pero aquel breve instante quedó atrás luego de oír un estrepitoso golpe que sacudió mi cuerpo como efecto y dentro de la penumbra de la habitación, varias luces apuntaban a todas las direcciones; apenas podía percibir las figuras que se ocultaban tras las linternas que iluminaban todo el entorno y entonces uno de ellos avanzó cegándome con la claridad de la linterna.
— ¡Qué mierda!
Procuré formular una oración completa, pero fue en vano y tan sólo solté aquella oración como un reflejo ante el espanto. Rápidamente uno de ellos posó su brazo sobre mi cuello ejerciendo una fuerza peligrosamente aplastante mientras alguien más bloqueó mis piernas.
— ¡No puedes escapar! — Agregó entre dientes. Apenas podía percibir las facciones de su rostro, pero ya deducía por donde podría ir las cosas.
— ¡M – Max! — Procuré gritar, pero la presión lo evitaba. Lentamente el aire se escapaba de mis pulmones al tiempo que retorcía mi cuerpo sin mucho éxito.
— ¡M – Max! D –Despier – ¡Despierta!
Busqué a tientas a Max, pero sus figuras altas y ensombrecidas cubrían el panorama completo. Procuré mantener la resistencia y aguantar la respiración mientras ideaba un plan, no estaba seguro de cómo podría ejecutarlo después de todo.
Y entonces... Una culata impactó contra mi cabeza y todo enmudeció súbitamente, perdiendo el control sobre mi cuerpo.
Perdiendo la consciencia sobre la hora y el tiempo.
ESTÁS LEYENDO
Mañana Perdida - Juego del Caos 1
Roman pour AdolescentsMañana Perdida gira en torno a Max, un psicólogo que debe lidiar con unas crisis personales que jamás ha experimentado mientras procura sobrevivir en un nuevo y hostil mundo, en compañía de su amigo Robert. ¡AVISO DE CONTENIDO SENSIBLE! La histori...