Hay en mí una obstinación que me impide doblegarme ante la voluntad de los demás. Mi valor aumenta cuando tratan de intimidarme.
Orgullo y prejuicio, Jane Austen
La silla se estampó contra la pared con un fuerte chasquido antes de caer hecha añicos en el suelo repleto de papeles, libros y objetos que habían tenido mejor vida. El soldado miraba atemorizado al hechicero ante él, tratando de saber si la furia iba dirigida hacia él o algo más le estaba preocupando. Habían pasado siete días tranquilos en los que el brujo parecía feliz. Sin embargo, la buena racha había terminado y de las sonrisas que le dedicaba ya solo quedaba el recuerdo. Ahora, aquel que se interponía en su camino acababa constantemente castigado.
— Señor, ¿Me ha llamado? —Se atrevió decir al final cortando el intenso silencio que se había formado tras la destrucción.
— Sí —Su mano temblaba mientras se pasaba la mano por el pelo que comenzaba a mostrar signos de vejez—. Quiero que tengas preparados a los guardias. Pronto tendremos visita y no quiero que nada salga más —Su voz sonaba estable sin rastro de la ira que lo embargaba por dentro y hacia que su magia fluctuase en oleadas de energía—. Ahora, ¡Largo de mi vista!
Joshua sabía que debía mejorar su carácter si quería que su tropa siguiese teniéndole respeto, pero por ahora se conformaría con el miedo. No servían de nada los vínculos para crear un ejercito, él lo había comprobado en su propia plana. Al final, todo quedaba reducido a cenizas y en lo único en lo que podías pensar era en salvarte a ti mismo. Como en ese instante, cogió la nota que había sobre su escritorio, el único papel que había permanecido intacto tras su purga. «No veo resultados, Hong», había escrito el rey con su pulcra y elegante letra. Cuatro palabras que sonaban a amenaza y que se habían visto reforzadas cuando al mirarse al espejo había visto las canas en su pelo.
Necesitando dejar salir su frustración fue en busca de Seokmin. El joven brujo solo quería que lo mantuviese con vida y consciente, no había dicho que no pudiese jugar con él. Iba a obtener información, cualquier cosa que pudiese serle útil para tener ventaja sobre Jihoon. Había adquirido nuevos poderes, tenía magia suficiente para arrasar ciudades, pero sabía que el vampiro podía ser mil veces más fuerte. Solo tenía que aplacar sus poderes de forma más efectiva de lo que lo había hecho el mago de pacotilla que había mandado a por él.
— Buenos días, querido —Sonrió con una dulzura que hizo estremecer al cambiante—. ¿Y ese sudor? ¿Hace demasiado calor aquí? —Había trasladado la jaula de Seokmin a una habitación privada donde solo podía ver oscuridad día y noche hasta que alguien llegaba a por él—. No te preocupes, bajaré la temperatura —Chasqueó los dedos y la temperatura bajó al instante dejando al cambiante con los dientes castañeando.
— Puedes hacer lo que quieras conmigo. No me importa —Dijo mostrando sus dientes en una silenciosa amenaza. Si tan solo pudiese cambiar de forma...
— Contigo sí, pero ¿Qué ocurre si voy en busca de ese joven amante tuyo? —El rostro de Seokmin permaneció impasible, aunque el terror lo embargó—. Estás hecho un asco. Tu temperatura corporal es un desastre y tus ojos dejan ver tus animales una y otra vez. Si te dejase cambiar, estarías dejando ver partes de otros seres sin control alguno. Tienes todas las señales, mi amigo, de un cambiante que ha encontrado a su Kibari —Hizo aparecer una silla y se sentó en ella con las piernas cruzadas—. Ese joven está decidido a sacarte de aquí, pero tu cuerpo no se ha estabilizado a pesar de que solo han pasado cuatro días desde que lo viste. Eso solo me deja con una opción: debe ser algún amigo o familiar ¿Cuánto crees que voy a tardar en dar con él?
— Ni se te ocurra acercarte ¿Me oyes? —Saltó Seokmin sin poder evitarlo. Su autocontrol estaba al límite y pensar en Chan... —. Tócale un pelo de la cabeza y estás muerto.
ESTÁS LEYENDO
La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - Soonhoon
FantasySu existencia se convirtió en una leyendo y en el susurro de la noche, mientras los soldados del rey no podían escucharlos, los que resistían al nuevo orden hablaban de seis estatuas de piedra con rostros contorsionados por el horror y la tristeza...