Capítulo 3

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— Es exactamente lo que debe ser un joven —dijo—: razonable, de buen humor, animado; ¡y yo no había visto nunca unos modales tan acertados! ¡Tanta afabilidad junto con una buena educación tan perfecta!

Orgullo y Prejuicio — Jane Austen

Jihoon se consideraba un hombre sensato y razonable. Solía pensar cada una de sus acciones antes de ejecutarlas y no dejaba que su temperamento sobresaliera frente a su educación. Sin embargo, ese joven era capaz de tocar cada uno de los botones que le hacía saltar. Desconfiaba de Seokmin como si en cualquier momento pudiese devorar a su hermano. Le parecía una ofensa que se dedicase a vigilar la sala, esperando a que acabasen atacando a su familia como si él y su amigo fuesen unos desalmados. Si alguien sabía lo que era ser perseguido, era él, pero, claro, ese joven no era capaz de valorar lo que había a su alrededor sin juzgar.

— ¿Puedo saber a que se debe tu mal humor? —Preguntó Seokmin despegando la vista del periódico y dando un mordisco al bizcocho que estaban desayunando.

— ¿Y tu buen humor? —Le dijo en su lugar para centrar la conversación en alguien más que no fuese él.

Había estado toda la mañana tarareando y sin borrar la sonrisa de su rostro. Normalmente era una persona alegre, trataba de ver en lado positivo de todo lo que hacía porque decía que, si permitía que la maldad del mundo le quitase su felicidad, estaría perdido. Él ya había caído en esa oscuridad, por eso, intentaba a toda costa que su compañero de aventuras, su fiel amigo, su hermano, no perdiese esa luz que parecía iluminarlo todo. Por eso, cuando sus garras traspasaron el periódico y sus orejas se deformaron como las de un lobo, rechinó los dientes. Necesitaban hacer algo con la maldición que sufría un cambiante al estar lejos de su kabiri.

— He conseguido que acepte verme. Este viernes, cuando recoja la poción, lo llevaré a cabalgar. Nunca ha visto el bosque.

— Ve armado —Le aconsejó—. Sabes que desde que el rey tomó el control los bosques están poblados de pesadillas y, aunque nos encargásemos de ellas antes de llegar, pueden venir más.

— Lo sé y por eso... —Sonrió tan ampliamente que supo que no le gustaría lo que vendría a continuación—. Necesito que nos acompañes. No sabrá que estás ahí, eres indetectable y me sentiría más cómodo si viene alguien más conmigo. Cuatro ojos ven mejor que dos.

— Ahora mismo tienes más de dos, querido amigo —Le espetó al ver como sus pupilas cambiaban a los ojos de un reptil—. ¿Hay alguna forma de que aplaques un poco tus cambios? Si en el banco te ven... —Su rostro cambió por la preocupación. No quería ver que encerraban a su amigo o, aún peor, que ordenasen su purga. Antes de que pudiese objetar que no quería acelerar su cortejo para no condenar a Chan a una unión eterna que no quería, alzó la mano para callarlo—. Sé cuales son tus intenciones, pero seguro que debe haber algo que lo ralentice durante un tiempo.

— Buscaré en los viejos libros —Suspiró, dejando a un lado el periódico y frotándose la cara con cuidado de no arañarse con sus garras. Era muy consciente de que tenía que hacer algo si quería continuar vivo y cuerdo lo suficiente para estar a su lado—. ¿Tú estás bien? ¿Necesitas que...?

— Estoy bien, no lo necesitaré hasta dentro de una semana —Le cortó con desgana. No quería que se centrase en él cuando sus problemas eran aún peores—. Ve a trabajar, miraré yo en los libros —Dejó la servilleta al lado de su plato, colocó bien sus cubiertos sobre él y se retiró haciendo un pequeño gesto con su cabeza.

Antes de que pudiese salir, cuando tocó el pomo con la mano. La voz risueña de Seokmin dio paso al tono serio que solía utilizar cuando tocaba un tema peligroso, que afectaba a Jihoon o importante. Sin embargo, él no quería que volviese a recordarle lo que debería estar haciendo, lo mucho que estaba fallando en su cometido. No quería perder a nadie más, no quería poner en peligro a Seokmin por continuar con una misión que estaba perdida. No quedaba nada que salvar.

La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - SoonhoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora