—Las personas que no cambian nunca de opinión tienen un deber especial de asegurarse de juzgar bien al principio.
Orgullo y Prejuicio — Jane Austen
Abrió los ojos en un lugar completamente oscuro. Tuvo que aclimatar sus ojos antes de poder ver y, aún así, decidió que fuesen los de su dragón para captar mejor lo que ocurría a su alrededor. Había sido atrapado por la guardia del rey y no iba a dejar que tuviesen una mayor ventaja sobre él. Encuadró sus hombros y sonrió al ver que se acercaba el hechicero que los había convertido en piedra. Solo había conocido a una persona capaz de hacer algo así, pero era imposible que fuese la misma persona. Tenía que ser una coincidencia. A pesar de sus dudas y del temor que provocaban, siguió fingiendo indiferencia y sonriendo como si estuviese tomando unas vacaciones. No iba a mostrar debilidad. Si querían conseguir información sobre él, tendrían que matarle porque no les serviría de nada. Había aprendido a superar cualquier clase de tortura.
— Os ofrecería una taza de té, pero he acabado la última bolsa que me quedaba —La dulzura de su voz contrastaba con la tensión de su cuerpo. Ignoró el rugido del hombre lobo y se acercó a él hasta quedar tan cerca que podía contar cada una de las arrugas de su frente—. Esto puede ser muy fácil, Seokmin —Sus ojos brillaron con furia, aunque seguía mostrando la amabilidad de un anciano—. Solo tienes que decirme lo que necesito saber.
— No sé qué quieres que te diga, solo soy un banquero haciendo su trabajo —Mintió con facilidad sin que su corazón latiese de forma diferente—. Puedes hacerme todo el daño que quieras, pero no podré hablar. No sé qué quieres.
— Sé qué no te importará nada de lo que te haga, pero ¿Y si se lo hago a él?
El hechicero se separó de él y se acercó al hombre lobo que trataba de aguantar su rugido. Odiaba ver a ese hombre tanto como lo hacía Seokmin. Sin embargo, no dijo ni hizo nada. Se limitó a mirarle con seguridad, diciéndole sin palabras: «Haz lo que tengas que hacer, hijo, no te preocupes por mi. Mi tiempo ha llegado». Admiró la lealtad de aquel desconocido, capaz de sacrificarse por algo que desconocía. Aún así, una parte de él se desquebrajó al saber que no podría salvarle. Daba igual lo que le hiciese, lo alto que gritase, no revelaría sus secretos. Estaba en juego la vida de demasiadas personas. Tenía que consolarse pensando que el mal que le infringiese terminaría siendo beneficioso para los demás si el permanecía callado.
— Eres un caballero entrenado, Sir Lee Seokmin, has luchado desde que eras un crío para defender a la corona hasta convertirte en uno de los guardias especiales del rey —El cambiante no cambió su expresión divertida, aunque en su interior se agitaba la inquietud ¿Cómo podía saber tantas cosas? Pensaba que su rastro había permanecido bien escondido—. Tu vida siempre estaría anclada al clan Lee —El líder de los lobos abrió los ojos con sorpresa durante un instante, pero fue capaz de ocultarlo antes de que el hechicero lo viese—. Incluso después de tantos años convertido en piedra sigues guardándoles lealtad. El único cambiante capaz de convertirse en un dragón nunca irá en contra de su príncipe, siempre has sido su perrito faldero, pero es hora de que dejes de vivir a su sombra —Con un golpe más fuerte de lo que debía ser posible para alguien de su edad fue capaz de hacer que el hombre lobo se retorciese de dolor—. Vas a decirme donde está el príncipe Lee o verás a tu nuevo amigo sufrir una y otra vez.
Una vez más, el fuerte alfa le dedicó una mirada que decía: «Haz lo que tengas que hacer, hijo». Agradeciendo la aceptación de aquel hombre hizo lo único que podía. Observó cada golpe con la cabeza bien alta, repitiendo una y otra vez que no sabía de lo que estaba hablando. Su parte favorita era en la que insistía en ser un simple banquero porque eso hacía que el ojo del hechicero se entrecerrase, una de las pocas muestras de enfado que se permitía con ellos. Durante horas, recibiendo solo gruñidos por su parte y ni un solo grito, torturó al hombre lobo hasta que su propio agotamiento fue palpable. Se limpió la sangre en su túnica y ordenó a los guardias que limpiasen el estropicio que había ocasionado, asegurándose que sus invitados estuviesen bien atendidos. Bajo la atenta mirada de Seokmin, fue andando hacia el final de la tienda, parándose con parte de la lona levantada para salir.
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La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - Soonhoon
FantasíaSu existencia se convirtió en una leyendo y en el susurro de la noche, mientras los soldados del rey no podían escucharlos, los que resistían al nuevo orden hablaban de seis estatuas de piedra con rostros contorsionados por el horror y la tristeza...