Cuanto más conozco el mundo, más me desagrada, y el tiempo me confirma mi creencia en la inconsistencia del carácter humano y en lo poco que se puede uno fiar de las apariencias de bondad o inteligencia
Orgullo y prejuicio, Jane Austen
Jihoon estaba sintiéndose cada vez más y más débil. Había acabado escapándose en mitad de la noche a pesar del peligro, aún sabiendo que tendría que enfrentarse a Soonyoung al día siguiente, pero no podía dejar que le viesen así o que acabasen siendo sacrificados por una causa que no les pertenecía. Aquel era su mundo, el vivía para las traiciones, los problemas de palacio y la protección de un país que le había olvidado. ¿Por qué iba a dejar a Soonyoung y Seungcheol ser arrastrados por el caos? Ya había perdido al segundo una vez, le había visto sufrir, perder el brillo de sus ojos, y, ahora que podía darle una oportunidad más, lejos del dolor, no iba a estropeárselo. En cuanto al hechicero, era tan alegre y optimista que no podía empañarlo. Le irritaba, sí, se comportaba como si supiese todo sobre el mundo cuando no había salido de su pequeño hogar, pero, aún así, tenía cierta luz que parecía clarear cualquier mala situación. No quería ser el culpable de que aquella alma pura perdiese todo rastro de alegría. Además, Chan había perdido a su alma gemela, no podía hacer que perdiese también a su hermano.
Por esa razón, decidido a que no viesen su lado más oscuro, salió de la guarida para adentrarse por completo en la zona en la que habitaban los vampiros. Solo necesitaba dar con un lugar seguro en el que poder llenarse de energía, volver a recuperarse. Pronto se le acabaría el efecto de las pócimas y su rastro sería visible para todo el mundo. Dejaría de ser un secreto y tendría una diana en el pecho tan grande como la que había tenido Seokmin. Sin embargo, sintiendo el mareo que acudía siempre que estiraba el tiempo de alimentación, supo que tenía cosas mucho más importantes que hacer que preocuparse por un futuro que no tendría si no se llevaba algo al estómago. Podía sentir el dolor en la boca, el escozor en sus ojos y como sus manos parecían tensarse como si se convirtiese en piedra. Esta vez había ido demasiado tarde.
No había podido reunirse con ellos antes por estar débil y ahora a penas podía caminar por las calles sin apoyarse en las paredes de las casas ruinosas. Necesitaba... Si tan solo pudiese... Sus pensamientos habían dejado de funcionar tan bien como debían. Su mente se había convertido en una neblina espesa en la que a penas podía encontrar algo coherente. Incapaz de avanzar más, se dejó caer en un pequeño callejón, suspirando. Tenía que concentrarse para buscar...
— Cómo tenga que perseguirte por toda la ciudad voy a sacarte el palo que tienes en tu real trasero y darte con él en la cabeza —Gruñó Soonyoung apareciendo de pronto en su escondite. Su conversación enfadada se desvaneció en cuanto vio su estado—. ¿Qué te pasa? —Se agachó a su lado corriendo y comenzó a tomarle el pulso como si tuviese alguna noción de primeros auxilios—. ¿Por eso estabas tan pálido? ¿Por eso has llegado tan tarde? ¿Qué te ocurre?
— No hables tan fuerte... —Se quejó sintiendo una fuerte migraña. Tenía demasiada sed, necesitaba... —Tienes que irte —Dijo al sentir como su oído había comenzado a escuchar cada latido de su corazón y la boca se le hacía agua—. Por favor...
Los ojos de Soonyoung se ampliaron al observarle mejor. La palidez de su rostro, la forma en la que solía esconderse, el hecho de que no comiese, su falta de olor, la manera en la que era imposible percibir de qué especie era... ¿Cómo no lo había visto antes? La leyenda hablaba de seis hombres: un hechicero, un ser alado, un hada, un hombre lobo, un cambiante y un vampiro. Había conocido a Seokmin y no había entendido porque alguien sin tanta importancia como Jihoon había decidido estar alrededor de alguien con la experiencia de su cuñado. Ahora que veía sus dientes alargarse, el rojizo tinte que empezaba a cubrir sus ojos...
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La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - Soonhoon
FantastikSu existencia se convirtió en una leyendo y en el susurro de la noche, mientras los soldados del rey no podían escucharlos, los que resistían al nuevo orden hablaban de seis estatuas de piedra con rostros contorsionados por el horror y la tristeza...