— Tengo todas las razones para opinar mal de usted.
Orgullo y prejuicio, Jane Austen
Soonyoung sabía que tenía razones para opinar mal de Jihoon. Había vuelto al mundo de los vivos con la capacidad para salvarlos a todos de la miseria y de las injusticias que se estaban cometiendo por parte del Nuevo Orden, pero prefería esconderse como un vil cobarde. También resultaba una persona carente de educación y desagradable, no le importaba mostrar su aversión al hechicero o al mundo en general, aunque eso pudiese herir los sentimientos ajenos. Además, actuaba como un aristócrata pomposo que se creía mejor que los demás, como si el hecho de haber sido un príncipe en otra vida le hiciese superior. Sin embargo, también tenía razones para opinar bien de él. Le había visto divertirse con los niños sin importarle si le manchaban la ropa o le despeinaban. También cuidaba de Seungcheol hasta el punto de querer ir solo a un peligro seguro para no hacerle más daño. Además, estaba el hecho de que se había llevado comida, aunque no la necesitaba, solo porque intuía que él lo perseguiría en algún momento y podría tener hambre.
Su sonrisa causaba dos efectos en él: le sacaba de quicio porque solía hacerle sentirle pequeño e inferior como si constantemente se riese de él o le hacía derretirse como la mantequilla en las tortitas que hacía su madre en ocasiones especiales. No podía dejar de fijarse en esa mirada suyo, penetrante y oscura, que vigilaba constantemente a su alrededor para evitar cualquier peligro. Tampoco podía pasar desapercibidos los pequeños momentos en los que se ponía ante él porque había escuchado algún ruido. Era como si quisiese defenderlo constantemente. Sin embargo, procuraba hablarle lo menos posible y cada vez que se acercaba hacía una mueca como si su contacto fuese desagradable. Siempre suspiraba frustrado porque le sacaba de quicio y le hacía ver sus fallos una y otra vez como aquel día en el arroyo cuando casi se cae en el agua.
Sus sentimientos eran una mezcla confusa de la que no se podía deshacer. No podía dejar de enfadarse con él por la más mínima cosa, pero tampoco podía dejar de quedarse mirando cuando volvía con el pelo mojado después de bañarse en el río. En algún momento, su odio profundo había comenzado a desvanecerse y ahora no podía descifrar que era lo que realmente sentía cuando estaba a su lado. Habían estado juntos durante muchos días, caminando en dirección a lo que parecía una trampa mortal, pero esperaban llegar pronto, antes de que fuese demasiado tarde para Seokmin. No había tiempo para pensar en romances o en fantasías novelescas, debía centrarse en su misión: rescatar al amor verdadero de su hermano, aquel al que estaba destinado. Todo estaba tan tranquilo que le dejaba tiempo para pensar en sentimientos y odiaba no poder tener control sobre ellos, tener que debatirse entre las razones que tenía para alejarse y para acercarse.
Sin embargo, su paz comenzó a ir acabando conforme Jihoon, en silencio, observaba como su única opción para mantenerse oculto desaparecía por completo. Había tomado el último vial y comenzaba a notar como recuperaba sus sentidos, como volvía la fuerza y como su piel comenzaba a palidecer. Fingía ante Soonyoung que todo iba bien, sin querer preocuparle, pero sabía que los problemas estallarían en cuanto la última gota dejase su sangre.
El momento llegó una noche mientras acampaban a unas horas del próximo pueblo, el más cercano a las ruinas de su hogar y a la ruta que debían tomar para seguir a las tropas reales. Se despertó sobresaltado, sintiendo que su corazón se disparaba y el sudor le empapaba el cuerpo. Contempló a Soonyoung, tranquilizándose al ver que no había sido más que un mal sueño, que estaba bien. Sin embargo, fue consciente de los sonidos a su alrededor. Podía escuchar mejor que en meses, como si alguien hubiese levantado un pequeño velo y le hubiese dejado ver el mundo de nuevo. Su vista y su olfato había regresado a su normalidad. Se miró las manos, sabiendo que encontraría la piel translúcida propia de los vampiros y cuando se concentró, sus uñas se convirtieron en garras afiladas.
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La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - Soonhoon
FantasíaSu existencia se convirtió en una leyendo y en el susurro de la noche, mientras los soldados del rey no podían escucharlos, los que resistían al nuevo orden hablaban de seis estatuas de piedra con rostros contorsionados por el horror y la tristeza...