Capítulo 8

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— No puedo fingir que lamente que a él o a cualquiera lo estimen más de lo que merece —Dijo Wickham tras una breve interrupción—, pero, en el caso de él, creo que no suele suceder. Todo el mundo se ciega ante su fortuna y su importancia, o se asusta de sus modos altivos e imponentes, y solo lo ven como quiere él que lo vean.

Orgullo y Prejuicio — Jane Austen

El hechizo de protección se estableció en su lugar mientras el señor Kwon cerraba la puerta de su despacho. Al saberse seguro, oculto de su familia y de los guardias que vigilaban el lugar sin mucha discrección, rebuscó en su corazón hasta dar con el falso fondo que había construido hace muchos años. Con cuidado, extrajo el contenido y lo colocó sobre su escritorio. La nostalgia le invadió al observar el sencillo símbolo que había sido grabado en la daga deteriorada por el tiempo. Las hojas de una rosa se abrían floreciendo ante el intento de un cuervo de devorarlas. ¿Cuánto tiempo hacía que no lo llevaba en el cinturón? Provenía de tiempos en los que sus huesos no crujían por el esfuerzo y no tardaba tanto en recobrar el aliento tras el ejercicio. Fue de una época en la que aún era joven y tenía la esperanza de que el mundo podía cambiar.

Su padre siempre le contaba historias sobre un reino en paz donde todos podían convivir sin miedo a ser perseguidos por ser quienes eran o no tener lo suficiente para pagar los impuestos. Le había contado historias sobre la guardia, sobre como la gente podía dormir por la noche sabiendo que había seis grandes soldados velando por ellos. No habían sido historias vividas por él, solo eran leyendas que habían ido pasando de generación a generación. Sin embargo, sembró la semilla de la esperanza que necesitaba y cuando los guardias del nuevo régimen acudieron a su hogar decididos a llevarse a su padre a la purga por haber mantenido contacto con la clase más baja de la ciudad, los vampiros o como ellos lo llamaban "la escoria sangrienta", supo que necesitaba hacer algo. No podía permitir que siguiesen dañando a las personas de esa forma, no cuando había una posibilidad de restaurar lo que el clan Lee había creado en los cuentos.

Aún recordaba el sonido de su corazón bombeando con fuerza, el temblor de sus manos ante el miedo de ser descubierto, mientras recorría las calles de la capital buscando alguna pista que le condujese a los únicos que conservaban la esperanza. La emoción que sintió la primera vez que fue conducido al edificio franco, a los túneles que conducían al cuartel general, sintió que podía honrar la muerte de su padre. Por las mañanas pagaba sus impuestos, creaba pócimas y llevaba acabo hechizos para sus clientes y fingía la calma pacífica de todos los hechiceros de la comarca. Por las noches, en cambio, entrenaba con los demás rebeldes a la espera de ser digno de la daga. Era un símbolo antiguo, un recordatorio de las antiguas tradiciones, pero, incapaces de recordar cómo era el sello de los Lee, habían desarrollado su propia versión, una metáfora de lo que era su vida: una constante lucha con el rey cuervo.

Sostuvo la daga en alto y pensó en su hijo mayor. Soonyoung siempre había sido como él, lo veía en la forma en la que se escapaba desde pequeño para ir al bosque pensando que no sería descubierto, pero sin contar con el poder que tenía su padre para saberlo todo. Lo sentía en sus miradas a los ciudadanos desfavorecidos y en los gestos que tenía con ellos cuando era capaz de esquivar a los guardias. Su pequeño Soonie odiaba las justicias y se observaba en la manera en la que apretaba los puños cuando pasaban ante un hogar purgado o cuyos integrantes habían sido llevados a la cantera. Por eso, no le extrañó que su hijo pequeño regresase solo, aturdido por las noticias y atemorizado de no volver a ver a sus seres queridos. Después de un vaso de leche, arroparlo en su cama y conseguir que todos se marchasen de allí, había sido capaz de escuchar la historia completa.

— Un dragón... —Murmuró sin dejar de contemplar la daga en sus manos—. ¿A caso existe más de uno?

Pensó que sus sueños de juventud le estaban pasando factura, pero la forma anticuada de reaccionar por parte de Seokmin y los pergaminos deteriorados que aún guardaba para las pócimas de Jihoon le hacían pensar que tal vez había alguna esperanza. ¿Pero cómo? Era algo imposible y, sin embargo, allá iba su hijo, en busca de una leyenda junto al hombre indetectable. Quería ir a buscarle y obligarle a volver a casa, pero sabía que nada le detendría. Igual que a él nadie le paró de unirse a la guardia. De no haber sido por aquella familia que perdió a sus pequeños al ser descubiertos, habría continuado en las fuerzas de resistencia. Sin embargo, sabía que sus hijos siempre vendrían antes que sus propias convicciones y llevó a su mujer muy lejos de la ciudad, a un lugar donde nunca descubriesen quién era. Su fama le precedía y si se extendía la voz, sería tan perseguido como Jihoon o Seokmin.

La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - SoonhoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora