Capítulo 1

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Es una verdad universalmente conocida que a todo hombre soltero que posee una fortuna le hace falta una esposa.

Orgullo y Prejuicio — Jane Austen

El señor y la señora Kwon vivían en una pequeña y tranquila casa a las afueras del pueblo costero de Rainer, uno de los más concurridos de toda Bretonia. Como hechiceros, no tenían acceso a las grandes ciudades, pero podrían disfrutar de una vida en el campo, cultivando su huerto y creando pociones que vendían una vez al mes en el mercado. No tenían una vida llena de lujos, pero podían pasar desapercibidos ante ojos indeseados, sin tener que sentir terror por una posible purga como ocurría con las clases sociales más bajas. No eran los más aclamados ni solían ser llamados para muchos trabajos, pero recibían el dinero suficiente para vivir cómodamente y tenían la oportunidad de pasar tiempo en casa para educar a sus cinco hijos.

— ¿Te has enterado? —Dijo un día la señora Kwon mientras preparaban un encargo de siemprebella, una de las paciones más buscadas—. Han comprado el viejo castillo en la linde del bosque.

— ¿No lo iban a derrumbar? —Preguntó el señor Kwon con el ceño fruncido. Solía interpretar bien las señales y que alguien ajeno se mudase a uno de los castillos que el reino no quería conservar...—. Vamos, dime quién se ha mudado —Frenó sus pensamientos al ver la cara de su mujer—. Cuéntamelo, si tanto te preocupa, será importante.

— Es un cambiante, el nuevo gerente del banco—Un escalofrió le recorrió el cuerpo a pensar en ese lugar, llamado en la comodidad de las casas: la cárcel de almas. Cuando no pagabas tus tributos, te arrebataban todo lo que eras y te llevaban a las canteras donde trabajabas sin cuestionar nada—. Él y su dichosa fortuna han decidido trasladarse al lugar más simbólico que tenemos, el último bastión del Clan... —se calló, sabiendo que había oídos por todas partes—. Eso no es lo peor, está en edad de casamiento y ya sabes que dice la ley.

Cuando los cambiantes, la clase más alta de Bretonia, llegaban a los treinta, la ley les obligaba a casarse para mantener su estatus. A diferencia del resto de ciudadanos, podían elegir a cualquier persona que deseasen y nadie podría objetar si no quería acabar siendo un cuerpo vacío en la cantera. Las únicas dos reglas que tenían eran: 1) no podían escoger a alguien marcado para la purga; y 2) estaban vetadas las personas que no tuviesen edad para casarse. Si el nuevo gerente decidía llevarse a la señora Kwon, él no podía hacer nada sin convertirse en un objetivo de purga. Lo mismo ocurriría si escogía a uno de sus hijos.

— Si los escogen, podrían librarse de la purga o la cantera —Le dijo a su mujer mucho más calmado—. Nuestros hijos tendrían un buen futuro.

— Pero ¿A qué precio? —Suspiró con pesar, dejando que su marido la abrazase para reconfortarla—. Serán esclavos de su propia casa. Sabes como actúan esos engreídos cuando eligen a la clase inferior...

— Lo sé, cariño, pero cuida tus palabras. Nunca se sabe cuando pueden estar escuchando —Acarició su espalda y besó su frente con dulzura, dejando que su propia energía la calmase—. Cruzaremos ese puente cuando llegue. Quizás escoja a otra muchacha del pueblo. Un hombre de su fortuna no necesita nada de nuestra tierra ¿Por qué debería acercarse?

El señor Kwon recordaba los cuentos de su padre sobre un mundo en el que no tenían que preocuparse de opinar lo contrario. No había soldados escuchando a su alrededor, espías sigilosos que podían condenarte a la cantera o, aún peor, la purga. La gente podía mezclarse con otras personas sin miedo a que te consideraran un espía o quisiera esclavizar a sus hijos. Podías pasear por la calle y ver a las familias felices sin pasar hambre o tener que vender sus servicios porque el estado las oprimía hasta quedarse sin alternativas. ¿Cuántos vampiros había visto morir por el nuevo régimen?

La leyenda del clan Lee I. Sangre y hechizos - SoonhoonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora