Capítulo 3: Una vida normal y llena de tranquilidad

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Peyton Harvey

Deberían quitarme la licencia de persona cuerda...


Hijo perfecto.

Espero que sepas que no existe tal tontería.  

De hecho, a mi parecer, ese título es una de las más grandes idioteces que ha podido crear el hombre.

Si te apetece tener un concepto más reducido: dígase también de todo aquello que sirve solo para controlar a tus renacuajos si llegases a descubrir que no hacen nada de lo que ordenas, o lo que quieres si te gusta más ese término. Si le dices a un chico o chica que lo sientes como hijo perfecto, lo más probable es que termines con alguien frustrado a futuro, alguien que va a odiarte por convertirlo en tu esclavo inconscientemente.

¿Traducción simple? Presión y manipulación.

He oído que algunas personas dicen que dicha "responsabilidad" cae siempre en los hombros del primogénito de cada familia, pero mentiría descaradamente si afirmase que Warner alguna vez se ha preocupado por una cuestión como esa.

No. Mejor dicho, mi mamá nunca ha sido de las mujeres que se preocupan por una cuestión como esa. Para ser honesta, no creo que cuente con el tiempo suficiente en su agenda puesto que todas las líneas o casillas estarán ocupadas por la palabra trabajo en negrita, cursiva y subrayada.

«Y, sin embargo, siempre trato de que esté feliz con mi comportamiento».

Sacudo mi cabeza con fuerza volviendo a centrarme.

En fin. A lo quiero llegar con este pensamiento medianamente profundo, es a que no considero que la poca atención que brinda mi mamá a su familia sea una excusa válida para desobedecer a mi propio razonamiento que, espero, no haya sido chamuscado con el tiempo por culpa de mi única neurona viviente.

¿Qué por qué lo digo?

Porque el chico aun agachado a mi lado no parece muy tranquilo con el escenario que se dibuja frente a nosotros y, no quiero ni imaginar que voy a prestarme para alguno de sus peligrosos planes. La palabra impulsividad y yo no solemos llevarnos muy bien y aunque me desagrade admitirlo porque eso le quita el encanto, Rhaegar la tiene estampada en la frente con marcador permanente.

A pesar de ello, no quiero juzgarlo tan rápido y de forma tan cruel, la faceta dulce de hace un momento aún está grabada en mis pupilas. Tal vez solo es impulsivo cuando se siente amenazado, no debería culparlo por ello.

—¿Puedo pedirte un favor, Peyton? —Pregunta Rhaegar tomando el dobladillo de mi sudadera y tirando ligeramente para poder levantarse. Me veo obligada a alzar la cabeza para poder mirarle a los ojos color jade cuando habla de nuevo sin si quiera esperar una respuesta—. ¿Cuidarías algo por mí?

Entorno un poco la mirada retrocediendo un paso con reticencia.

—Depende de lo que vayas a darme.

En menos de 72 horas he aprendido que nada bueno puede venir a continuación, si lo están buscando es porque posee en sus manos algo de vital importancia. Puede ser cualquier cosa y para bien o para mal logrará perjudicarme, no necesitas ser demasiado perspicaz para deducirlo.

—Mi teléfono—contesta sin apartar sus ojos de ambos chicos.

—¿Por qué me darías tu teléfono? —frunzo el ceño.

Él no profiere palabra alguna, se limita a caminar con toda la calma del mundo para tomar mi patineta y sostenerla con una mano. No debería sentir este inoportuno cosquilleo de ansiedad en el estómago, debería estar quitándole el objeto para largarme de una vez por todas.

¡Mírame y Di Queso!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora