Capítulo 18: No te Vayas

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Peyton Harvey

La furia y el dolor hacen un pésimo cóctel

—Repite lo que dijiste.

—Peyton, yo n...

—¡Que lo repitas! —chillo sin poder contenerme con los labios temblándome.

Veo los ojos de Tate enrojecerse, la culpa desbordándose de sus pupilas acentúa aún más el agujero en mi estómago. No...joder. ¡No puede ser posible! Que alguien me diga, por favor, que esto es una maldita broma.

—F-Fui a verlo.

El sonido de la decepción, la rabia el dolor aplastándome como si yo fuese un estúpido y débil vaso de vidrio me deja sin oxígeno, casi al borde de un ataque. Fue a verlo. Ella fue a verlo. Se expuso ante él. Ante el hombre que tanto daño nos hizo.

—¿Hace cuánto dijiste que lo sabes? —pregunto con ambas manos en mi pecho para ocuparlas en algo que no sea solo temblar.

—Es...h-hace más de un mes.

Asiento aun sin saber cómo reaccionar. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Gritarle? ¿Reclamarle? ¿Decirle que no quiero volver a verla jamás? No. Yo no puedo hacer algo así. Soy consciente de que estaría siendo hipócrita, pero no dejo de sentir que un tumulto de emociones incontrolables está tratando de tirar una puerta en mi interior.

Oh, y ¡sorpresa! Ninguna de ellas es positiva.

Sin proferir palabra masajeo mis sienes en busca de un poco de tranquilidad. En cada engranaje de mi cabeza, todos los comportamientos de Tate empiezan a cobrar sentido. La paranoia evidente, lo que ocurrió a su nariz, ese deseo de desaparecer y el que se notase tan distante de un momento a otro cuando las cosas tenían un rumbo normal. ¡Diablos! Incluso el no querer conocer a Nathan para ser, aunque sea, amigos.

Joder. Sé que no soy la indicada para preguntarle, pero necesito saber.

—¿Por qué no me lo contaste?

—Peyton...

Ni siquiera me preocupo en detallar su tono suplicante. No quiero ser empática con ella, no ahora.

—¡¿Por qué no me contaste esa vez?! —Grito con el corazón yendo a mil. De soslayo noto que Rhaegar intenta acercarse, pero lo detengo con una mirada—. No.

La duda es palpable en sus ojos. Quiere ayudarme, pero ahora no deseo que me toquen; el resultado no sería el idóneo, así que con la mandíbula apretada él regresa a su posición.

Bien. Vuelco mi atención de nuevo hacia la pelinegra.

—No sabía cómo hacerlo, te juro que quería decirte, ¡te lo juro! Es que yo no...yo...

—No me digas, espera. Tenías miedo, ¿no? ¿Quieres saber una cosa, Tate? El miedo debe usarse como combustible, no como freno.

Odio sentir que debo culparla cuando yo misma me encontré en la misma situación hace un rato. Odio sonar así de hipócrita y no poder hacer nada para detenerlo. Odio no poder controlar mis emociones. Odio no poder ir y abrazarla para que sepa que lo superaremos. Pero no puedo.

Hay algo estrujando sus manos en cada parte de mi cuerpo, me está desgarrando desde el interior hacia afuera y no sé qué hacer para que se detenga.

—Lo siento tanto—su voz se quiebra—. Lo lamento de verdad.

—No quiero que lo sientas. Quiero que me digas lo que sabes.

Mi voz suena como un susurro irreconocible para mis oídos, como una melodía a punto de ser destruida por el mismo compositor que la ha creado. Una que suplica con todas sus fuerzas que no la destruyan.

¡Mírame y Di Queso!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora