Capítulo 22: Quédate... Quédate conmigo

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Peyton Harvey

Te harán daño alguna vez, el dolor es parte de la vida


Está lloviendo.

Pero no, espera. No es solo que esté lloviendo; es que parece que el cielo mantiene allá arriba una de las orquestas más famosas y pasionales que puedan existir en el mundo.

La sinfonía de los truenos y rayos en el cielo no tiene precedentes mientras que la percusión de las gotas al chocar contra el suelo continúa la melodía a la perfección. La brisa que choca contra las hojas de los árboles, fuerte y ávida de poder también desea unirse al concierto sin escatimar en algún tipo de invitación. Solo fluye, fluye y fluye sin importarle nada.

Y pues, tal parece que Dobby y yo somos los únicos mortales que están admirando algo como esto.

Bueno, para ser totalmente honestos solo yo me estoy tomando tal molestia. Dobby en su lugar está más enfocado en que nos movamos con rapidez para llegar a un espacio seguro y seco, en donde no haya sonido alguno de preferencia. Porque sí, a mi perro le asustan de sobremanera los truenos y rayos y es una suerte que haya tomado la decisión de traerlo conmigo.

No tengo idea de a qué hora llegarán los seres humanos que decidieron engendrarme, es mejor que él esté conmigo.

¡Dobby! ¡Dobby! —le grito por encima del sonido de la lluvia para que me escuche—. ¡Detente!

Como es de esperarse no lo hace, creo que se encuentra demasiado asustado como para oírme u obedecerme. Y eso no es como tal algo que me enoje, es solo que creo que caminar tan rápido está produciendo cosas terribles en mi estómago.

«No vuelvas a beber whiskey. No vuelvas a beber whiskey. No vuelvas a beber whiskey».

Repetirlo como si fuese una oración o un tipo de mantra quizás me ayude a metérmelo en la cabeza para evitarme posibles náuseas futuras.

Con un resoplido tomo la decisión de seguirle el ritmo a mi perro hasta que conseguimos la casa en la que se supone que está Rhaegar.

Había imaginado que el taxi nos dejaría en las puertas de la bonita casa de Laura, pero no fue así. Avanzó unos cuantos metros más hasta dar con una zona en donde las casas son más pequeñas, están un poco más aisladas del resto y lucen mucho más sombrías.

Él pudo habernos dejado en donde debía, pero Dobby estaba demasiado inquieto por la lluvia y el hombre simplemente nos echó del auto.

Con el clima en mi cabeza, la casa acercándose a medida que doy más pasos y la historia del taxista bien podría jurar que estoy de camino hacia mi muerte.

Parpadeo un par de veces. Cielos, que dramático de mi parte pensar así.

Pero..., en el hipotético caso de que todo lo que imaginé fuese cierto, es mi deber rescatar a Rhaegar si lo están torturando por aquí. Si Dios lo permite, claro. Porque si no, no hay manera.

Adelanto al sabueso para llegar a la entrada de la casa y refugiarnos a ambos en el pórtico de la dirección que, muy amablemente, me gritó el conductor del taxi.

Para alivio de Dobby—y desgracia mía—, la puerta se abre con una rapidez impresionante. Quiero recalcar que sí me alegra que haya gente en casa, sin embargo, quien nos recibe no es un rubio alto e impulsivo sino que más bien es un hombre de edad avanzada con barba incipiente y calva reluciente.

¡Mírame y Di Queso!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora