Hospital San Mungo Para Enfermedades y Lesiones Mágicas

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Capítulo 26

Andrea se sintió tan aliviada al comprobar que la profesora McGonagall se lo tomaba en serio que no vaciló: se levantó de inmediato del suelo y se puso la chaqueta. Pero le inundó la preocupación al saber que Harry estaba igual.

Salió con ella del dormitorio, donde dejaron a Hermione, Parvati y Lavander, que no se atrevieron a abrir la boca, bajaron por la escalera de caracol hasta la sala común donde los esperaban Ron y Harry muy impacientes, salieron por el hueco del retrato y llegaron al pasillo de la Señora Gorda, iluminado por la luna.

Andrea tenía la impresión de que el pánico que se acumulaba en su interior podía desbordarse en cualquier momento; le habría gustado echar a correr y llamar a gritos a Dumbledore. Miró a Harry y comprendió al segundo que él había visto exactamente lo mismo que ella.

El señor Weasley estaba desangrándose mientras ellos andaban tranquilamente por el pasillo; ¿y si aquellos colmillos (Andrea hizo un esfuerzo para no pensar «mis colmillos») eran venenosos?

Se cruzaron con la Señora Norris, que los miró con los ojos como lámparas y bufó débilmente, pero la profesora McGonagall dijo «¡Fuera!» y la gata se escabulló en las sombras. Al cabo de unos minutos llegaron a la gárgola de piedra que vigilaba la entrada del despacho de Dumbledore.

—¡Meigas fritas! —dijo la profesora McGonagall.

La gárgola cobró vida y se apartó hacia un lado, y la pared que tenía detrás se abrió dejando ver una escalera de piedra que se movía continuamente hacia arriba, como una escalera mecánica de caracol. Montaron los cuatro en la escalera móvil; la pared se cerró tras ellos con un ruido sordo y empezaron a ascender, describiendo cerrados círculos, hasta que llegaron a la brillante puerta de roble en la que sobresalía la aldaba de bronce que representaba un grifo.

Era más de medianoche, pero en el interior de la habitación se oían voces, como un agitado murmullo. Parecía que Dumbledore estaba reunido por lo menos con una docena de personas. La profesora McGonagall llamó tres veces con la aldaba en forma de grifo y las voces cesaron inmediatamente, como si alguien las hubiera hecho callar pulsando un interruptor. La puerta se abrió sola, y la profesora precedió a Andrea, Harry y Ron hacia el interior.

El cuarto estaba en penumbra; los extraños instrumentos de plata que había sobre las mesas estaban quietos y silenciosos en lugar de zumbar y despedir bocanadas de humo, como solían hacer; los retratos de anteriores directores y directoras que cubrían las paredes dormitaban en sus marcos. Junto a la puerta, un espléndido pájaro rojo y dorado del tamaño de un cisne dormía en su percha con la cabeza bajo el ala.

—Ah, es usted, profesora McGonagall..., y..., ¡ah!

Dumbledore estaba sentado en una silla de respaldo alto detrás de su mesa, inclinado sobre la luz de las velas que iluminaban los papeles que tenía delante. Aunque llevaba una bata de color morado y dorado con espléndidos bordados sobre una camisa de dormir blanquísima, estaba completamente despierto y tenía los penetrantes ojos azul claro fijos en la profesora McGonagall.

—Profesor Dumbledore, Potter y Bletchley han tenido..., bueno, una pesadilla —declaró la profesora—. Dicen que...

—No era ninguna pesadilla —se apresuraron a corregir Harry y Andrea al mismo tiempo.

La profesora McGonagall miró a los muchachos con el entrecejo fruncido.

—Está bien, contárselo vosotros al director.

—Verá... Yo... estaba dormido, es verdad... —empezó a explicar Harry, y pese al terror que sentía y la desesperación por conseguir que Dumbledore los entendiera, a Andrea le molestó un poco que el director no los mirara a ellos, sino que se examinara los dedos, que tenía entrelazados—. Pero no era un sueño corriente..., era real... Vi cómo pasaba...

Andrea Bletchley y la orden del fénix ☆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora