Muriendo de hambre

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Tengo una picazón en la garganta que no alcanzo a rascar. Quizás es la laringe o la faringe, no sé. Ojalá no haberme llevado biología en la secundaria para saber la diferencia. Quizás es la garganta.

Me meto los dedos para intentar aliviar el ardor. Tal vez es la milanesa de pollo que me comí hoy, aderezada con mis lágrimas, salteada a los más finos insultos de mi mamá.

Vómito en el inodoro. Las hebillas y la colita me sujetan el cabello.

Las manos de mis amigas hoy no me sostienen porque no hay alcohol en mis venas.

Rasco para acceder a ellas. Arañazos quedan en mi piel negra, y otra vez me están juzgando mal.

La asignación por hijo no me da para vivir, lo sé por mamá. Yo no quise abortar, pero ya hay demasiadas bocas que alimentar.

Que me usen a mí. Dejen en paz a esas vacas.

Corten mis dedos,

achuren mis carnes,

despellejan mi piel,

vendan mis ropas,

donen mis órganos,

coman mis ojos,

hagan pelucas con mis pelos

y mueran obesos al manducar mis sesos.

Grasas saturadas para alimentar sus deseos de no ver nuevos rostros muriendo en las plazas de los pueblos.

Cómanme, sí, hasta los huesos, aprovechen esta tierna carne antes de que se ponga vieja. Devoren hasta saciar sus egos. 

Manchen sus pulcros trajes de etiqueta de la más roja sangre que este matadero haya visto.

Y cuando terminen, tiren las sobras a los perros, que entierren mis huesos que nunca alcanzo a ver porque me está tapando la grasa de tanto comer.

Un lugar para almacenarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora