Calor de Buenos Aires

14 2 0
                                    

   Dicen que el calor de la ciudad, el de Buenos Aires, es el peor, sofocante, una ola de humedad y aire caliente que te envuelve, te quita el aire poco a poco a medida que te cocina vivo. Sin embargo, siento aún más esa sensación es este lago, con estas montañas y con veinte grados. Capaz soy yo.

   Me convencí a mi misma de que esto me ayudaría, que unas vacaciones del aire de la ciudad me ayudaría, que una desintoxicación del celular me calmarían la serotonina alborotada, que la paz de un pueblo, la brisa del viento, el cantar de los pájaros, el mecer de los árboles, el oxígeno y el sol me serviría para terminar esa novela que vengo pateando desde que concebí la idea hace más de dos años. También convencí a mi familia de que esto era lo mejor, esa pequeña voz en mi cabeza se apagaría y podría descansar, pero las voces no se apagan, se enmudecen, y esta pequeña hija de puta aún tiene mucha cuerda para seguir hablando. Todo se magnifica cuando estás sola, cuando te aíslas. La mente es como una habitación, si la vacías de muebles y echás a todos el sonido produce eco; mi voz rebota en el fondo de mi inconsciente y llega a mi realidad.

   Ahora que estoy aquí, frente al lago, con los bolsillos llenos de piedras, solo pienso en que esta decisión ya estaba tomada hace tres meses, cuando todavía estaba en Buenos Aires, ahogando mis gritos con las sábanas y limpiándome las lágrimas con pañuelos llenos de sangre.

   Ahora sé que cuando se lo avisé a mis seres queridos; a mis amigos y mi familia, no era otra cosa que una advertencia, una señal de socorro de mi partida, en el fondo quería que me detuvieran. 

   Pienso en las personas que se avientan desde un avión para hacer paracaidismo, ¿qué pensarían sus familias? En principio no hay nada de qué preocuparse, todo está bajo control, miles de personas lo hacen todos los días y nadie muere, ¿y si yo no quiero abrir el paracaídas, mamá? Quizás en plena caída decido que la vista es muy bonita, que jamás podré ver algo mejor, entonces piense inmortalizarlo en mi mente, pero para que haya inmortalidad antes debe haber muerte. Tal vez me quede pensando en nada en particular y se me olvide de abrirlo, como cuando olvidé apagar el fuego e incendié la cocina, ¿te acuerdas, papá? 




"Inútil de mierda"




   Aunque lo más probable sería que lo abriese, el amor a la vida es innato de cada ser vivo y si soy consciente de que puedo sobrevivir jalando un piolín entonces lo haré. 

Si puedo salir del agua nadando entonces me llenaré los bolsillos de piedras.

   ¿Te acuerdas de lo mucho que te amaba, Vicky? Me aferraba a vos como una cría a su madre, lo eras todo y yo no fui nada.

   Pero si me detuvieran de saltar
(de sumergirme)
   entonces los odiaría por no dejarme hacer lo que quiero, ¿quiénes son ellos para no dejarme saltar de un avión, para no dejarme vivir en las montañas? 







   Las montañas salpicadas de árboles cubren mi horizonte, se mecen con el viento, el agua del lago es tan pura, tan transparente y limpia que refleja el paisaje como si fuese un espejo o un portal a un mundo invertido, al mundo del revés, quizás allí hay otra yo que la esté pasando mejor. El sol brilla en lo alto del cielo celeste, las pocas nubes del cielo forman la bandera. "Azul un ala, del color del cielo" y gracias, Roca, por darnos estas tierras, bañadas en la belleza de la sangre y la matanza. Que bello lugar para inmortalizar, para el sacrificio del hombre blanco.

   El aire frío me recorre la espalda con un escalofrío como animándome a ir a nadar. La arena se escabulle entre mis manos, "polvo somos y polvo seremos" estos podrían ser los restos de miles de personas; pronto los míos. Tal vez reviva en una mejor vida, aunque eso no me dé consuelo, vivir otra vida de dolor, de sufrimiento, de padres que te odian y menosprecian, de amigos que te olvidan, de amores que no progresan; una vida envenenada desde el momento en que lloré por primera vez. 

   Comienzo a andar hacia al lago, el agua cristalina me permite ver el fondo, es igual de bello que la superficie, el agua fría me toca las piernas y me las entumece poco a poco. 

   En cambio prefiero que no haya nada, volver a ser polvo, ser olvidado por quienes tuvieron la desgracia de conocerme, por quienes se tomaron el tiempo de lastimarme y, aún más, por quienes llegaron a quererme. 







Ya no hago pie y la gravedad hace su efecto, desde el fondo es más bonito el sol. 








   Unirme a los miles de millones de personas que estuvieron antes que yo, volver a ser la nada, la eternidad, el universo y el espacio mismo; combinarme con los planetas, sentir que vuelvo a casa, que por fin pertenezco a algún lado. 

   Las piedras no eran tan pesadas, puedo escapar de las garras de la muerte porque mi lado que ama la vida se resiste a perecer. Trago grandes buches de agua mientras logro salir a la superficie, toso un poco y me vuelvo a sumergir, intento nadar lo más que puedo hasta el fondo. Los oídos me pitan. Sigo tragando agua. Vuelvo a salir y lanzo un último grito de auxilio, tan desesperado, tan agudo y desgarrador. "Si un árbol cae en el bosque y no hay nadie cerca, ¿hace ruido?" Ahora sé que no, porque por desgracia nadie está para escucharme. Veo la orilla a lo lejos, tan apetecible, tan hermosa desde aquí, con que ganas quisiera volver y sentir la arena en mi piel, el sol quemándome, el aire entrando de vuelta a mis pulmones en lugar de este líquido mortal. Sí, lo que daría por volver a sentir el aire húmedo y el calor insoportable de Buenos Aires.
















Me hundo rendida a las profundidades.

Un lugar para almacenarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora