Pedido, pago, preparación, entrega, sonrisa amigable acompañada de un agradecimiento, despedida, repetir desde las 13 hs hasta las 21 hs, los lunes, martes, miércoles y viernes, la paga no es óptima pero me alcanza para cubrir mis gastos, mis salidas los fines de semana, mi ropa y mi maquillaje, el resto del tiempo, a la mañana; levantarme, apagar la alarma, desayunar, cepillarme los dientes, cambiarme, asistir a clases virtuales (odio las clases virtuales, ojalá nunca hubieran inventado las videollamadas) durante dos horas (a veces cuatro) si tengo tiempo una siesta, almorzar, repetir todos los días hasta nuevo aviso. Pienso en lo inocente que fui cuando tenía quince, pensar que a los veinte viviría sola, estudiando y trabajando, cobrando en blanco. Nota para mi futura yo si algún día viaja al futuro: golpearme en la cabeza con un libro pesado.
Aunque, estoy mintiendo, algunas veces mi vida es aún peor, de vez en cuando viene algún cliente a molestar; cambia el pedido tres veces, se enoja por el precio (a pesar de que está escrito en un cartel enorme detrás de mí), luego de que si el café está muy frío o muy caliente, o muy dulce o muy amargo, o muy café o muy poco café. Algún día lograrán colmar mi paciencia y les tiraré café hirviendo en la cara, les pegaré con la bandeja de la comida y los putearé hasta quedarme afónica. Aún así, no todos son malos, algunas veces vienen personas muy amables, me dejan propina o me transmiten alguna especie de energía que logran hacer que me olvide de la furia del cliente anterior, creo que si aún no renuncié es por esta gente y este último cliente era uno de ellos, mejor aún.
Vino una tarde, el local estuvo vacío casi todo el día a excepción de unos pocos oficinistas que vienen por su café y se van, ni siquiera te dicen "hola", pero no me quejo, dejan muy buena propina. Él era un chico, tendría mi misma edad, capaz más grande, pidió un capuccino mocca y una porción de torta de chocolate, demasiado dulce para mi gusto (¡además pidió azúcar!), no quiero tener diabetes con treinta años aunque él se veía muy bien; morocho, ojos claros y buen cuerpo, no puedo decir más de su rostro por el barbijo pero creo que podía ver una barba. Saludó, pidió decidida y educadamente, me pagó, me dio propina (no mucha pero es más de lo que se espera de la mayoría de clientes) esperó paciente y se fue a sentar en una mesa junto a una ventana. Me le quedé viendo unos segundos y seguí con mi trabajo.
Pasaron cinco minutos hasta que volví a dirigir mi mirada hacia él. Estaba de espaldas a mí, así que solo podía contemplar su ancha espalda y en como me gustaría clavar mis uñas ahí, dejar marcas rojas surcando su piel mientras la sangre corre por su lomo, lo mucho que me gustaría tenerlo entre mis piernas haciéndome proclamar gritos al cielo porque mis dedos ya no me sirven más que para lastimar y preparar cafés. Podría llevármelo al baño y hacerlo ahí, seguro tiene algún sueño de cogerse a una barista en la cafetería. Es un hombre, se habrá pasado horas viendo porno en Internet, cumpliendo sus fantasías, seguro tiene el deseo de hacerlo con todas las empleadas de todas las profesiones.
Entonces se gira un poco, vuelve a verme, nuestras miradas se conectan en un par de segundos tan incómodos y tan largos que me hacen pensar que estaba leyendo mis pensamientos; me sonríe y es una sonrisa tan inocente que me hace avergonzarme de mis intenciones, sentirme sucia, una especie de acosadora sexual. Desvío la mirada y él vuelve su atención al café pero no es al café, sino que está leyendo, no sé que es, mas no son apuntes de la facultad, es un libro de verdad. ¿Quién lee en 2021? Me pareció muy pretencioso, pero a la vez lo diferenciaba del resto, supongo que le funcionaba, quiero decir, le está funcionando porque acá estoy, mirándolo mientras lee.
Ya pasaron veinte minutos desde que está acá, en ese tiempo vinieron algunas personas y se quedaron a tomar, algo no muy usual últimamente, incluso se dispusieron alrededor de él, como si los atrajera como lo hace conmigo. Ni siquiera piensen que me lo pueden quitar, es todo mío, yo lo vi primero. Se comió su porción de torta y se terminó el café hace como diez minutos, no sé cuánto tiempo tienen pensado estar ahí sentado, aunque no me quejo, sin embargo Marcela no creo que piense lo mismo, lo echará en unos minutos si no sigue consumiendo, ojalá no pase eso.
Debería decirle algo antes de que se vaya, lograr conseguir su número o su Instagram, ¿pero qué le digo? Algo ingenioso o divertido, ¿quizás un piropo? No eso no funciona, jamás sale bien, capaz… ¡Mierda! Se está levantando.
Cierro el libro, lo guardo en la mochila y agarro la bandeja con los pañuelitos sucios y el vaso de café vacío; lo tiro todo en el tacho menos los cuatro sobres de azúcar que me guardo para devolvérselo a la barista y capaz, así, sacar algún tema de conversación. Al mirarla noto que no está perdida en sus pensamientos, la cabeza reposando en su mano, hundida en su celular revisando Twitter. Mas bien está perdida en su vicio. Le devuelvo el azúcar, contesta gracias, los guarda y vuelve a su teléfono sin siquiera mirarme. Tengo que dejar de crearme películas mientras leo porque no recuerdo que leí en esta media hora, pero el café y la torta estaban muy ricos.
ESTÁS LEYENDO
Un lugar para almacenarlos
PoetryCompilación de cuentos y poemas de lo que voy escribiendo en el año. No hay tal hilo que los una, solo es un lugar para almacenarlos.