10:54 A.M

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Llevo tanto tiempo acostado en la cama que ya no lo recuerdo. No recuerdo mucho en absoluto, al menos no de anoche; solo sé que se ve muy bonita la forma en la que el sol entra por mi ventana, perpendicular, atravesando toda la habitación, iluminándola de un extremo al otro, llenando de calor este frío rincón del mundo porque haces dos semanas que se me rompió la estufa y mis dedos se congelan por la noche, cubos de hielo unidos a mis pies. Cada madrugada me despierto con esa sensación matutina que me impide levantarme hasta no haberlos calentado. Pero esta mañana no los siento, no los siento en absoluto… de hecho no siento mi cuerpo. Mis brazos no responden al intentar estirarme y mi cabeza es incapaz de darme más visión de… su… del reloj. Creo que es una parálisis de sueño, pero no hay alucinaciones, no está aquella figura alta, oscura, que me observa, o yo siento que así lo hace porque no sé si tendrá ojos. En su lugar está… el reloj clavado en las 10:54 am. No se mueve ni parece tener intenciones de ello, pero debe hacerlo, es un reloj. Entonces cuento: 1, 2, 3, 4… cuando llego a 60 la hora no ha cambiado y yo sigo sin poder moverme.

Ahora estoy seguro de varias cosas: la primera es que esto no es una parálisis de sueño, la segunda es que ha pasado al menos un minuto desde que no me puedo mover y la tercera es de que el reloj está roto. Solo que no estoy completamente seguro de ninguna. El reloj sigue parpadeando en sus luces digitales color neón rojo, pero su luz no significa más nada. No sé si ha pasado un minuto, quizás haya sido más o menos y por eso el reloj no ha cambiado y no me he despertado de la parálisis. La parálisis, que es esto si no un mal sueño, una pesadilla, el tiempo no se mueve y me lo está comprobando el reloj. ¡Despierta tonto!, dice en letras rojas sobre un fondo negro.

Ahora noto que no estoy respirando, mi pecho no se está moviendo en ritmos, no siento el aire entrar por mi nariz. Creo que debería asustarme, pero estoy en un mal sueño, no hay nada que pueda lastimarme, despertaré en cualquier momento… solo que esto mismo pensaba hace 10 minutos. ¿10 minutos?, no, imposible, si el reloj me dice que son las 10:54, sé que pasó un minuto, ¿pero 10?, o bueno, tal vez no estoy seguro de que haya sido 1 minuto, tal vez menos, tal vez conté mal, tal vez voy por 50 segundos, sí, eso es, conté mal, el reloj cambiará en cualquier momento. 

Pero no lo hace y yo sé que no lo hará. 

Al fondo de la habitación justo en frente mío, puedo ver el calendario, aunque no distingo muy bien qué día es, está muy borroso, necesito mis anteojos, ¡¿necesito anteojos?! No, no los necesito, nunca he usado, pero debe ser porque todo se ve difuso, como si intentara ver debajo del agua. ¿Cuándo fue la última vez que pestañeé?, no lo recuerdo, como no recuerdo qué hice anoche, como no recuerdo haber respirado en mi vida. Puedo leer, sin embargo, que el calendario dice “febrero” en letras gigantes, debajo los días tachados por cruces, no leo los números, pero sí puedo contar las cruces rojas. Gracias a mí por haberlas tachado. Cuento 14 imperfectas cruces rojas, eso quiere decir que hoy es 15 de febrero, y ayer fue San Valentín… tal vez eso explique a la mujer acostada a mi lado.

Quizás intenté ocultarla en algún lugar de mi mente, pero ha estado acostada allí desde que me levanté, ¿no? Creo que sí. Recostada sobre mi hombro izquierdo, su melena azabache alborotada sobre las sábanas y la almohada blanca. La piel pálida como un papel y sus pecas sobre esta, lunares que la recorren desde la nariz, pasando por su barbilla y acabando en su pecho desnudo. No logró ver más allá, las sábanas la cubren, aunque no sé porqué quisiera seguir viendo aquel cuerpo desnudo. Su nariz respingada, perfecta desde mi ángulo, no se mueve con el aire, y así tampoco lo hace su pecho que se mantiene fijo en su posición como si así funcionarán los cuerpos, como si así funcionara la cabeza de un hombre al ver un cuerpo femenino desnudo junto al suyo, como si así funcionara su pene; inerte, inmóvil, estéril en esta fantasía irreal. Ambos desnudos en una cama de dos plazas, sin movimientos, sin respiración, sin vida. Pero estoy vivo, o creo estarlo. ¿No creemos todos eso al fin de cuentas?

Su nombre… no recuerdo su nombre, ¿por qué debería? Tampoco recuerdo el mío. 

La vista se me sigue nublando, ya no puedo distinguir las cruces del calendario, pero puedo distinguir muy bien su figura bajo las sábanas. No puedo saber a qué huele, ¿y a que sabe? Tampoco lo sé, no siento nada en mis labios ni en el interior de mi boca.

Hay un pequeño parlante entre las sábanas, testigo de lo que fue la noche de ayer mientras camuflábamos nuestros gritos y gemidos mediante ritmos lentos de canciones que hablan de lo mucho que amamos hacer el amor, pero de lo poco de lo que nos amamos. Malditas canciones que he escuchado tantas veces, más de lo que me gustaría y durante más tiempo del que estaría dispuesto a escucharlo. ¿Y quién es esta extraña en mi cama? ¿por qué hay una foto mía con ella en la repisa, junto al reloj de las 10:54 am? ¿Por qué al verla debería sentir que la conozco? Como si hubiese más recuerdos que no consigo sacar de mi mente, supongo que las memorias y el tiempo permanecen atados de una forma mágica. ¿Entonces por qué me acuerdo de Virginia? 

Ya no distingo colores, todo es ahora en una hermosa escala de grises, como en esas películas viejas, o en esas películas que intentan apelar a la nostalgia o ser profundas al no reproducir colores vivos, y yo siento que estoy haciendo lo mismo ahora al recordar a Virginia.

La forma en la que la luz entra por la ventana, recuerda tanto en como me levantaba con el sonido de sus llamadas, como ella me levantaba de la cama cada mañana, puedo sentir el aroma el café, como si estuviera preparándose dentro de esta pieza, recuerdo lo mucho que lo ama, recuerdo como nos quedamos hablando toda la noche en el patio de mi casa, como vimos el sol asomarse en el alba y esa sensación de frío en los huesos, recuerdo el rocío mojándole las mejillas y los hombros, recuerdo el aroma del pasto húmedo y en la forma en la que sus ojos brillaban, hacia mucho calor ese verano y los mosquitos no paraban de joderme, pero no los recuerdo esa noche. Puedo enumerar al menos 100 cosas que te gustan, pero solo puedo enumerar 1 que me gusta a mí… y ninguna sobre quien tengo a mi lado. Tu nombre ha estado en mis labios desde que me levanté esta mañana, hace cosa de una eternidad, porque ese es el tiempo ahora. Porque recuerdo una vida de hace más de veinte años, pero no la de hace una semana. ¿Y cuántos años tengo?

Finalmente ya no veo nada, todo es oscuro, no siento ni veo nada, estoy casi seguro de que es mi momento final, el fin de los tiempos, o por lo menos del mío. Pero aún te sigo recordando acá, y este será mi presente por siempre. Porque quizás no hay muerte, sino una repetición eterna de recuerdos y yo veré en ellos como una y otra vez he perdido a Virginia.

Un lugar para almacenarlosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora