La mosca

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   Daba vueltas la mosca alrededor de mi cabeza, subía y bajaba, iba de izquierda a derecha, esquivaba manotazos y flanqueba golpes veloces, sorteaba los obstáculos que producían mis manos como si ese fuese su trabajo, molestarme. Como un cachorro que piensa que estás jugando cuando lo retas, la mosca se desentendía de mis ataques. Iba y venía, se paseaba por mi cara mostrando sus diminutas alas, se posaba en la mesa y frotaba sus patas, esperando el golpe para esquivar. De esa forma entrenan las moscas. Si intentas abandonar la persecución zumbará tus odios con ese vibrar molesto, porque no eres tú quien juega con la mosca, sino que es ella quien lo hace contigo, distrayéndote de tus obligaciones. Entonces te cansas y vas por el insecticida, la pobre mosca cae al suelo en alucinaciones; convulsiona de espaldas hasta que recibe un golpe injusto.

   Ya han pasado dos horas, las hojas siguen en blanco y esa mancha en la pared comienza a molestarme.

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