Torpeza

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   Íbamos juntos... sí, creo que eso es correcto.


   Íbamos juntos con destino a ya no recuerdo donde por la ruta nacional número quien sabe. En la radio sonaba alguna canción de Cerati, afuera estaba nublado, un gris ceniza amenazaba con un aguacero que se seguía retrasando. El frío se colaba en el auto y aunque la calefacción estuviese encendida no era suficiente para mantenernos tan caliente como quisiéramos, así que hacíamos uso de las costumbres argentinas.

   El mate giraba de sus manos a las mías en una danza sincronizada, yo lo servía vertiendo el agua hirviendo delicadamente por el contorno de la bombilla, humedecida la yerba hasta generar esa pequeña espuma, entonces pasaba de mis manos firmes a las tuyas torpes que lo agarraban con gracia, un encanto simple. Guiabas el mate hacía tu boca y succionabas el calor líquido hasta producir el característico sonido. Luego volvía a mis manos donde de nuevo se cebaba y consumía por mí. Se repetía la coreo hasta que el agua se terminara o uno de los dos tuviese ganas de ir al baño, y esa era la parte que lo asemeja tanto al baile.

   Yo cebé el tercer amargo y vos lo bebiste mientras admiraba el paisaje desolado de la ruta. Campos que se extienden por kilómetros hasta perderse, un verde monótono sin árboles, sin bosque y sin gente podía llevarte a la locura. Verde y gris se combinaban en el horizonte porque ni siquiera el sol está para acompañarlos, a lo lejos solo ves un paisaje extenso como atrapados en el tiempo.

—¿Cuánto crees que falta? —dije rompiendo el silencio con cuidado, las esquirlas podrían cortarme la mano.


—No sé —respondiste.


   El mate volvió a mí, despacio, con precaución de que no se caiga, sos consciente de tu torpeza y yo de que soy un bruto, la combinación perfecta para el desastre. Caos, el juego favorito del universo.

   Seguí cebando mate tras mate durante otros tantos kilómetros, el auto flotaba sobre el cemento como si compartiera la gracia de su pilota, como evitando el roce con el burdo suelo. Con que sencillez manejabas, poner un cambio y luego otro, una mano en el mate y la otra en el volante, la vista siempre al frente por demás seria, concentrada en el horizonte como queriendo alcanzar al sol que sigue oculto más allá de las nubes. La automatización es algo que se te dio siempre muy bien a pesar de tu profundo deseo de entorpecer.

—¿Cómo vas con tu escritura? —dijiste.


   Me llevo un tiempo entender que habías dicho, lo soltaste rápido, un suspiro, y atropellaste las palabras en un murmuro incómodo. Al cabo de unos segundos respondí.

—No escribo, hace como un mes, te acordás, ¿no?


—Por eso te pregunto.


—Vivís conmigo, creo que me hubieras visto.


   Ahora sí soltaste un suspiro, pesado, tratando de deshacerte de un par de kilos extra.

—Me refiero a si pensaste en algo. Alguna idea.


—No, creo que este viaje no sirvió de nada.


   El ruido del mate anunciando que debía ser recargado como el click de una pistola vacía. Sin embargo lo mantuviese un momento antes de cedérmelo de nuevo.

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