Disyuntiva

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Hay momentos que duran instantes e instantes que son eternos, uno de ellos me ocurrió el otro día. 

Ella sentada junto a mí y dos realidades que chocan, se conectan en un mismo punto, se rechazan a lados opuestos formando una disyuntiva cuántica, un gato de Schrödinger incapaz de saber si está vivo o muerto.






















En su realidad yo no existo, o más bien existo pero pareciera no existir. Nos separan apenas unos centímetros, quizás sean treinta, incluso pueden ser menos. Nuestras manos están aún más cerca, apoyadas cada una en su respectivo apoyabrazos distanciadas, apenas, por un roce accidental, una caricia o un apretón de manos. Si se pudiese medir la distancia entre nuestras bocas de una forma más humana, menos fría y matemática, diría que Jamás se conectarían. Esos dos mundos de microbios, de saliva; no se unirán nunca. Tal vez en otros tiempos estuvieron más cerca, con más posibilidades de encontrarse juntas, pero hoy no y mañana parece predecir lo mismo. Ella está concentrada mirando la pantalla, no sabe que me estoy vislumbrando con su imagen porque todo lo que ve son personajes que van de un lado a otro, diálogos de otro universo, disparos que retumban desde los parlantes y hacen vibrar la sala. Podría no estar allí, junto a ella, y no se daría cuenta, podría ser otra persona, cualquiera y sería lo mismo; porque ahora solo importa ella y la pantalla, ese universo diferente que ve a través de la ventana digital. De vez en cuando me arroja un comentario o voltea a verme pero no es más que un anclaje al mundo real. Odia eso, por eso evita mirarme o no le interesa lo que diga como respuesta.


















Por mi parte, en mi realidad, todo es diferente. La distancia entre ella y yo es abismal, dos planetas separados por años luz; tal vez si se viese desde un tercer punto de vista, como la Tierra, diría que estamos muy cerca, pero se equivocaría como lo hacemos nosotros cada vez que miramos el cielo. Me acelera el pulso al verla, me delata el temblar de mis labios y mi estómago haciendo ruidos extraños. Tan cerca mi boca de la suya, tan sencillo como tomar su cabeza desde la nuca y hacerla voltear hacia mí, robarle el protagonismo a la pantalla, cambiar su foco de atención; besarla. Dejar que nuestras bocas se conozcan y bailen como deben bailar, encuentren su camino a casa en la carretera oscura de esta habitación mal iluminada; que los años de evolución y costumbres nos lleven a conciliar ese beso. Ver con los ojos cerrados el interior de su mente, sentirla a ella y ella a mí. Pero no hago nada de todo esto. Vivimos en dos realidades diferentes, distantes, que se rechazan con fuerza ¿y quién soy yo para romper esta armonía entre ambas? 


















Nuestras realidades juntas forman una completa que mantiene todo en perfecto equilibrio, que una de las dos se superponga sobre la otra derrumbaría el ambiente estable que hemos creado con acuerdos no firmados y palabras no dichas, como todas las amistades. Por eso yo sigo con dolores de panza, vos tan contenta; absorta mirando la pantalla.


Te despido con un beso en la mejilla y eso es todo lo cerca que nuestras realidades pueden estar sin colapsar. Tal vez te vea la semana próxima y repita el experimento del gato. Hoy te pido perdón, estoy adormecido mientras escribo esto.

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