Capítulo 16

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—¿Por qué papá no juega conmigo? ¿Por qué no me mira? —preguntó Magnus. Tenía ocho años. Estaba sentado frente a una mesa, con un enorme libro ilustrado abierto frente a sus ojos. Este narraba historias de hadas y seres mágicos. La nodriza cosía sentada en un sillón junto a la ventana. Había estado tarareando canciones populares pero su voz se detuvo cuando la vocecita aguda y curiosa del príncipe surgió. La nodriza lo observó con duda, sin saber qué decir, así que Magnus siguió empujando, en busca de una respuesta—. ¿Es que no le gusto?

—El rey está muy ocupado, Alteza —respondió la mujer.

—Pero soy su hijo. Quiero jugar con él. Quiero que me monte en sus hombros y juguemos a los caballeros —murmuró Magnus con un acentuado puchero en los labios. Su mirada estaba perdida en el libro pero ya hacía un rato que había dejado de leer y de quedarse maravillado viendo los dibujos—. Quiero que me lea los cuentos de mamá.

Ante la última palabra, la nodriza tensó los hombros y dejó apartado el instrumental de costura sobre la superficie más cercana.

—No es una buena idea, Alteza. ¿Se lo habéis dicho?

—Hace dos noches —respondió Magnus y, por alguna razón, se sintió avergonzado—. Me ignoró por completo. Se dirigió a su alcoba y se encerró allí. ¿Es que no le gusta leer?

—Oh, cielo —suspiró la nodriza. Magnus no entendía por qué sonaba triste—. El rey es un hombre muy ocupado. Es mejor no molestarle. Cuando queráis que os lean un cuento, hacedme llamar. Yo os leeré uno encantada.

Magnus se quedó callado. Ya no quería hablar más así que pasó la página al libro. La nodriza volvió a su tarea. Con el ceño fruncido, Magnus vio las pinturas de hombres con orejas puntiagudas bailando en la nieve. Aquellas criaturas que le decían que no existían —a Magnus le estaba costando comprender que no todo lo que leía era verdad— le hacían más compañía que su propio padre. Él no quería que la nodriza le leyese cuentos con su voz monótona y aburrida. Quería alguien que entonase las voces de los personajes y riera con Magnus en las partes graciosas. Quería a su padre.

Bueno, por querer algo, quería a su madre.

Seguro que ella le haría caso y aceptaría encantada a contarle cuentos. Seguro que se pasarían toda la noche leyendo cuentos, hasta que saliera el sol, sin dormir. Su madre sería mucho más divertida. Y cariñosa. Sí, muy cariñosa. Lo querría y lo achucharía y lo llenaría de besos. Le cantaría canciones antes de dormir. Le miraría a los ojos. Le sonreiría.

Su padre nunca le había sonreído.

···

—¿Y bien?

Magnus se encontraba en el pasillo de los aposentos del rey Píramo junto algunos miembros de la corte, los más cercanos al rey, a la espera de noticias. Se movía sin parar de un lado a otro. No había dormido durante los días que habían estado viajando de regreso a Aquisgrán y su cuerpo le pedía desesperadamente cualquier lugar para recostarse y descansar. Pero él no podía. Tenía miedo de lo que podría ocurrir mientras sus ojos estuviesen cerrados.

El sanador salió de los aposentos del rey con rostro ceniciento, ojeras profundas y pelo despeinado. Había tratado al rey durante la última semana. Magnus le preguntó sin más ceremonias. El sanador lo observó con las comisuras caídas.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora