Capítulo 6

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Alec nunca fallaba un disparo. Nunca.

Sin embargo, el príncipe Magnus salió ileso de aquel disparo. Su mente se concentró en la flecha y, tirando de su estómago, ésta se desvió de su trayectoria.

En cuanto se dio cuenta de lo que acababa de hacer, saltó por la ventana en lugar de correr por las escaleras y salir por la puerta como una persona civilizada, lanzó su arco contra la fachada de la casa y entró al huerto completamente descalzo.

Magnus gimió contra la tierra en la oscuridad y Alec se temió lo peor.

—Tengo ganas de vomitar otra vez —murmuró el príncipe. Su voz quedó ahogada contra el suelo.

—¡Alteza! —exclamó Alec, agachándose junto a él—. ¿Os encontráis bien?

Alec no lo tocó, por miedo a hacerle más daño. Se temía lo peor. Ya podía ver la horca frente a él por haber herido o incluso matado al único heredero a la corona de Eroda. Lo que le faltaba a Alec: que le culpasen de la muerte del príncipe cuando había sido este mismo el que había invadido su hogar. Había estado a la defensiva a causa de las revueltas, temiendo que aquella sombra entre los arbustos fuese un campesino rabioso que se había colado en la fiesta para atacar a los nobles. Aunque pensándolo bien posteriormente, a ningún campesino le interesaría aquella casita teniendo al lado el palacio que Jace había construido.

Alec examinó el cuerpo de Magnus y no encontró ni rastro de su flecha hasta que sus ojos descendieron a la zona de las pantorrillas. Algo rojo oscuro había salpicado el rojo brillante de la tela que envolvía su tobillo.

—Alteza, no os mováis. Tengo que ir a por un cuchillo para cortar la flecha, y necesito también unas vendas y alcohol...

Magnus alzó la cabeza. Sus ojos verdes estaban nublados, su máscara descolocada y torcida a un lado y el resto de su rostro cubierto de rastros de tomate. Frunció el ceño de manera cómica, intentando distinguir a Alec en la oscuridad, y Alec puso los ojos en blanco cuando se dio cuenta de que el príncipe estaba borracho. Por supuesto.

—¿La flecha? —balbuceó Magnus lentamente—. ¿Qué flecha?

Fue el turno de Alec de juntar sus cejas y se asomó al otro costado de Magnus para examinar mejor la herida. Quiso gritar, no sabía si de alivio o de frustración, cuando descubrió su flecha clavada en un tomate cuyo jugo había explotado en la pernera del príncipe.

—No me lo puedo creer —masculló Alec. Se puso de pie cuando la tensión abandonó su cuerpo. El príncipe estaba sobre sus codos y seguía mirándolo sin ver en realidad—. Esto es increíble.

—Estaba dando una vuelta y me caí —dijo Magnus, a pesar de que Alec no le había pedido ninguna explicación. Sus mejillas sonrojadas indicaban que estaba mintiendo. Intentó ponerse de pie por sus propios medios pero falló patéticamente.

Alec se pasó una mano por el rostro, contó mentalmente hasta diez y agarró por debajo de los hombros al príncipe para ayudarlo a levantarse. Magnus se dejó arrastrar fácilmente, aunque para Alec era como llevar un saco de patatas. Salieron del huerto a tientas en la oscuridad y se dirigieron a la casa. Alec fue consciente entonces de que había saltado por la ventana y no llevaba la llave encima. Cansado, frustrado y enfadado con el mundo en general, aplicó la fuerza bruta y rompió el cerrojo. En un santiamén, estaban ambos dentro.

rex aureus « malecDonde viven las historias. Descúbrelo ahora